Hace más de treinta años se ponía en marcha la globalización, concepto que había que atar fundamentalmente a la cuestión política, para facilitar el entendimiento del proceso de concentración económica y de centralización de capitales ocurrido en el sistema capitalista.
En la primera y segunda guerra mundial, el sistema capitalista operó a favor de los Estados imperialistas, fortaleciendo a los mismos para -desde allí- ejercer el neocoloniasmo. Las fronteras jugaban un gran papel en la competencia capitalista. Los Estados pertenecientes ya a los monopolios se enraizaban en esas bases, para desde allí “conquistar el mundo”. Las instituciones creadas para tales funciones después de la guerra del 45, cumplieron con creces ese papel: entre ellas, la ONU, el FMI, el BM, etc.
En las décadas sucesivas el sistema capitalista trajo consigo un abrupto proceso de mayor concentración económica. La guerra interimperialista, la guerra “fría”, eran expresiones de un necesario cambio político que facilitara a nivel mundial la adecuación a esa nueva situación económica.
La globalización implicaba un nuevo papel de los Estados Nacionales, esta vez en función de garantizar el sistema capitalista y poner en marcha un nuevo ejército de proletarios que -por miles de millones- abaratarían el salario, alentarían una mayor productividad y frenaría por un tiempo la caída de la cuota de ganancia.
Los Estados imperialistas no sólo no dejaron de serlo sino que profundizaron su papel, en función de barrer las fronteras políticas que ellos mismos habían creado.
La globalización les permitió -por un tramo de la historia- favorecer la centralización política de la oligarquía financiera, y en muchos casos, como en la era Reagan –Tacher, subordinar y disciplinar a sectores de la oligarquía financiera en puja de intereses.
Pero hoy, aquel proceso de ofensiva política de la burguesía que le permitió disimular el freno al desarrollo de las fuerzas productivas que conlleva el sistema capitalista, se hizo añicos en el plano político, lo que la empujó a una crisis estructural en lo económico como nunca antes se había vivido.
Los monopolios se han convertido de hecho en los centros políticos y económicos internacionales, no tienen fronteras definidas pero se plantan en los Estados nacionales para facilitar su dominación.
Esa centralización política fue notoria en los primeros años, con éxitos notables como la aparición del Parlamento Europeo, su moneda única… o en el propio EEUU o China que, junto a varios países, desplegaron un PBI formidable.
Para todo ello fue necesario esconder la lucha de clases, “llevarla al archivo de los recuerdos” y mientras se pudiera, olvidarla de todo análisis “clasista”.
Pero la lucha de clases no solo nunca desapareció sino que en los últimos años la misma se revitalizó y comenzó a pegar fuerte en el basamento de la necesaria centralización política que se necesitaba para que la globalización pudiera fluir y garantizar los negocios de la oligarquía financiera, ya sin “barreras” infranqueables del capitalismo.
Las administraciones políticas anteriores son las que levantan las banderas del “mal menor” y lo hacen a sabiendas que los pueblos sufrientes cada vez más salen a luchar por sus intereses, y por sobre todas las cosas por su dignidad.
Sino ¿cómo entender las guerras imperialistas en Afganistán, Irak, la actual Siria promovidas por el poder imperial de la OTAN y demás potencias imperialistas, con sus parlamentos votando crímenes, torturas, desapariciones de millones de seres humanos, arrojando a los mares a niños indefensos, familias enteras en éxodos inentendibles?
Explotación de mano de obra en el mundo proletarizado, que también afectó al propio EEUU, despidos masivos, pérdidas de casas, pérdidas en los planes de salud, educación. Inseguridad expandida en todo el territorio. ¿Qué fueron entonces sino actos de barbarie humana cuando el Parlamento Europeo, y la unidad monetaria arrojaron a sus propios pueblos al vacío de la incertidumbre social ya conquistada?
Es cierto, Donald Trump será peor que la administración anterior, pero no por las razones “liberales” que nos plantea esa burguesía monopolista en crisis. Por el contrario, Donal Trump será peor porque el capitalismo es peor para los pueblos.
La necesaria concentración económica y de capitales lleva cada vez más al autoritarismo, y a la vez, profundiza las aspiraciones democráticas de las masas, cuando la base proletaria de la sociedad humana ha crecido en varias veces.
Los revolucionarios no vamos a elegir “el mal menor “del sistema capitalista. Donald Trump intentará profundizar el estado de guerra permanente entre los Estados para su control, intentará centralizar la política de un Estado Multinacional a sangre y fuego para facilitar más globalización, pero la historia no va para atrás, señores liberales.
La lucha de clases está caminando por una senda de alza de los pueblos y para apagar tanto fuego se necesita mucha agua, las administraciones anteriores en todo el planeta comieron el polvo de la derrota, si en ella vemos que su objetivo de disciplinamiento a los pueblos se deterioró en los cinco continentes, lo que dividió en mil pedazos los sectores de la burguesía monopolista en pugna por alcanzar el podio de dominación.
Redoblar los esfuerzos por hostigar las políticas imperialistas, crearles innumerables batallas en todos los rincones del planeta, no dejarlos pensar, a la vez que se van imponiendo las nuevas fuerzas políticas revolucionarias que permitan que los medios de producción y cambio pasen a manos de las mayorías explotadas y oprimidas para liberar al hombre de toda explotación y opresión a la que estamos sometidos.