…”Al llegar aquí hice la observación de que las cuestiones sexuales y del matrimonio, bajo la dominación de la propiedad privada y del régimen burgués, dan origen de modo apremiante a multitud de tareas, conflictos y sufrimientos para las mujeres de todas las clases y capas sociales”… (Expresiones de Lenin, extraídas del trabajo de Clara Zetkin, sobre la emancipación de la mujer).
La flexibilización laboral que pretende el gobierno, con el objetivo de lograr mayor productividad, es un intento más de golpear a la clase obrera en general y muy particularmente a la mujer. Como en los tiempos feudales pero con la hipocresía que envuelve el capitalismo, esa mano de obra sigue siendo la más barata.
Esta administración pretende redoblar los esfuerzos hechos hasta aquí por toda la institucionalidad del Estado, para embretar a la mujer en un sistema productivo que, literalmente, profundiza el desprecio a los valores más sentidos de un trabajador.
Ya se implementan horarios rotativos, pero la sed del sistema intentará imponer más fórmulas para profundizarlo. El Estado capitalista está bien presente para imponer la productividad necesaria, y para ello, necesita estar “ausente” para atacar el interés de la mayoría explotada y oprimida.
En el caso de la mujer, el peso de esa “ausencia” se pronuncia exponencialmente.
El gobierno de los monopolios lo sabe y opera en ese sentido. La explotación a la mujer se da de hecho en cada puesto de trabajo, amén que su salario (en su gran mayoría) ronda los miserables $8.000, cercenando todos los lazos que fluyen, fundamentalmente, hacia sus hijos.
Centenares de miles de familias seguirán sufriendo la ausencia de la madre en el sentido más alto de la palabra, se pronunciará con más fuerza la crisis social, aún vista desde la propia “moral burguesa” plena de hipocresía.
La crisis del sistema lleva inexorablemente a más crisis social y más crisis, en particular, a la mujer. Ella es una mercancía y es tratada como tal. Un valor de uso que solo cabe en el capitalismo.
Millones de ellas están insertas en la producción y en trabajos de todo tipo, sus salarios son miserables, y a pesar de todo ello, la mujer sufre con más rigor el peso del prejuicio burgués, el peso cultural de siglos que la oprime en tareas devastadoras para su integridad humana.
La responsabilidad de la crianza recae fundamentalmente en la mujer, que a pocos días de haber parido, tiene que ir a su puesto de trabajo. Las “nuevas” reformas laborales no contemplan más que desolación, nada se dice de cómo se trasladan a sus labores cotidianas, de su condición como explotada y de mujer en su puesto de trabajo; de cómo se afectan todas las relaciones humanas y amorosas en su vida cotidiana.
“Ni una menos” es una consigna que expresa una lucha que dignifica a la mujer, la moviliza contra la atrocidad de la violencia que sufre del propio sistema de producción capitalista, de una “doble” explotación: por un lado, el trabajo, y por el otro, la hipocresía de la clase burguesa.
Son los dos pilares en los que este gobierno no hará excepción, sino por el contrario, profundizará para desde allí ejercer el poder de dominación clasista.
Del lado de la revolución la mujer está emancipada. Cuando a pesar del peso anterior mencionado, abraza una lucha contra toda injusticia del sistema. Centenares de miles están movilizadas, organizadas en diferentes organizaciones sociales, políticas, culturales, etc., empujando la historia hacia adelante.
La mujer así lo demuestra a diario. Su furia, su consecuencia, su ímpetu, son bases necesarias y fundamentales para el proyecto revolucionario.
Este sistema y este gobierno son violentos, porque violenta es su esencia de explotación y opresión. La mujer es la principal víctima. Una violencia que intenta someterla a cualquier costo en función de no alterar las relaciones de propiedad de los medios de producción.
Y no habrá paz, porque la reacción fluye por todos lados, y en ese enfrentamiento, cada puesto de lucha será cubierto con mujeres que hoy mastican la bronca y el odio acumulado por décadas.