En el sistema capitalista, desde que nacemos hasta que morimos, la clase obrera y el pueblo somos formados para que no nos reconozcamos como clase.
Hace cientos de años que han formado una estructura tal que desde los Estados capitalistas y sus instituciones, desde los gobiernos con sus discursos, hasta la propaganda burguesa que invaden constantemente y de todo lo que tienen a su alcance, actuemos como seres adaptativos y no como seres transformadores, como seres repetitivos y no como seres pensantes, como seres de acostumbramiento y no como seres críticos de la realidad, como seres burócratas y no como seres de palabra y acción.
Las ideas dominantes en una sociedad son las de las clase en el poder. Por ello el “sentido común” burgués ha impregnado a toda la sociedad de razonamientos y de formas de pensar que muchas veces no tienen nada que ver con los intereses de un pueblo dominado por tal clase.
Por eso cuando decimos que desde la cuna, pasando por todos los ciclos escolares, el trabajo, la casa, etc. está todo estructurado con normas, leyes y decretos -todo hecho por ellos obvio- para que todo lo que hagamos esté comprendido dentro de los marcos del sistema y para que nada “se salga del renglón”.
En el colegio si decimos algo que no está en el libro, aunque esté bien, la nota es un cero; en el trabajo pasa lo mismo, por ejemplo, nos dicen que se debe elegir un delegado cada 30 o 50 personas, para evitar la organización, participación y decisión de las mayorías, en las calles podés reclamar y hasta cortar la ruta pero dentro de los mecanismos y formas que ellos mismos nos dan, es decir con un tiempo prudente de anticipación y solo por un tiempo determinado, si queremos un cambio de gobierno lo debemos manifestar solo votando “obligatoriamente” cada dos años a postulantes de partidos sean de “izquierda, centro o derecha” que sigan al pie de la letra las condiciones impuestas, aunque solo representen a la clase burguesa, todo para que nada cambie. Todo se rige por ello y todo lo que esté por fuera está mal, merece un “escarmiento”, sea una mala nota, un despido o suspensión, represión, la prisión o la muerte si es necesario.
El obrero como reproductor del sistema y no como transformador de la realidad
Un mundo perfecto para la burguesía es el obrero que va de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, es aquel que solo aprieta botones pero no se organiza, es aquel que no falta ni llega tarde y que tiene disposición “full time” para que la empresa le haga hacer horas extras, cambiar o rotar los turnos, es aquel que acepta la suspensión “si bajó el trabajo” y en el caso de despido que agarre su indemnización mansamente y continúe por la vida en ese mecanismo hasta la jubilación si es que llega y finalmente la muerte. Para ello nos formaron, para adaptarnos a las reglas de juego de la burguesía, para reproducir el sistema.
¿Pero cuál es la realidad actualmente?
Vivimos en una sociedad por demás injusta, opresora y explotadora y la clase obrera no acepta mansamente ninguna de las cuestiones arriba nombradas. Da lucha constantemente por mejores condiciones de trabajo y de vida de una manera incansable, logra triunfos importantes y también pierde batallas pero nunca se rinde. El problema es que como clase todavía no rompe con esas estructuras y marcos que la burguesía supo imponer durante muchos años y es por ello que todavía se siguen repitiendo las formas y todo llega a un techo que de allí no pasamos. Es decir que los cambios profundos y de raíz que necesitamos para vivir dignamente en una sociedad más justa y sin explotación no se pueden lograr si seguimos así.
¿Qué necesitamos para lograr esos cambios?
La expropiación individual por parte de la burguesía de la producción colectiva por parte de la clase obrera debe ser uno de los motores para comenzar a dar ese cambio que necesitamos. Partimos de la base de que los trabajadores no necesitamos de los patrones para producir pues como decimos comúnmente somos los que hacemos caminar el país todos los días. Es decir que si nosotros lo producimos, nosotros mismos debemos ser los que nos apropiemos de dicha producción pero para darle el destino justo que se merece, o sea, para la satisfacción de las necesidades de un pueblo y no para la ganancia como lo hace la clase burguesa.
Debemos romper todos los moldes impuestos, negando las formas de organización que hasta ahora venimos realizando siendo críticos y a la vez creativos en dichas formas para que la lucha rompa con todos los techos, y ser capaces a la vez de crear nuestras instituciones clasistas, con nuevas formas -las que nos convengan- y, por qué no, leyes, programas de acción, objetivos a corto, mediano y largo plazo. Es decir jugar el papel que históricamente nos corresponde como clase, aquel que la burguesía se ha encargado de guardarlo bajo siete llaves ya sea ocultando, tergiversando y desprestigiando nuestra historia como clase obrera.
La clase obrera es transformadora y revolucionaria!