Muchos hemos hablado de las inmensas movilizaciones que han expresado con una contundencia innegable el grito profundo de basta de violencia machista. Miles de mujeres y hombres en todo el planeta, con sus carteles grandes y pequeños, con dibujos en sus cuerpos, se han sumado a este torrente que habla de los muchos y diferentes aspectos en que esta opresión se nos hace carne.
Sin embargo, hoy queríamos compartir algo que vivimos en la escuela de uno de nuestros hijos, una escuela como tantas, donde todas las mañanas llegamos, nos saludamos apuradas y cada una de nosotras sigue hacia su trabajo o a cumplir con sus tareas en la casa. Nos vemos… nos preguntamos ¿todo bien? Y seguimos la carrera diaria.
Una mañana, no estuvo todo bien, una mamá nos contó de su infierno, de su miedo, que no quería dejar a su hija con el papá… Vivía amenazada, lloraba y ahí estábamos algunas, y se armó un pequeño encuentro donde cada una dio su parecer, y empezamos a buscarle una salida. Seguimos camino al trabajo pero algo estaba en nosotras, algo tenemos que hacer.
Y esa tarde esa mamá ya no estaba sola. Desde ese día su problema era un poquito de todas, estábamos alerta, esa tarde nos fuimos juntas. Al día siguiente vino este hombre y sin entender razones, no quiso irse. Escapando hacia su casa se iba y otras dos mamás como guardaespaldas los seguimos, y tuvimos que echarlo entre todas. Y al día siguiente ya éramos 4 mamás y todos los niños, y aunque hablábamos de cualquier cosa madres y niños sabíamos porqué estábamos allí, charlando y jugando por las veredas, nos estábamos cuidando, las estábamos protegiendo.
Cuando fue avisada la escuela, nos contaron que esto pasa todos los días. Todos los días una mamá llega aterrorizada, pidiendo que cuiden a sus hijos del padre. Que violencia más terrible puede existir para una mujer que no poder confiar en el papá de tus hijos.
Este pequeño ejemplo también nos ayuda a entender de algún modo la magnitud de las movilizaciones de las que miles y miles fuimos protagonistas.
Estos días todos aprendimos un montón, porque cuando los problemas dejan de ser infiernos individuales para ser asuntos colectivos, esa misma tristeza ya no es igual. Porque en estas situaciones emerge lo más hermoso del ser humano, esa naturaleza solidaria, de compañerismo. Es un aprendizaje enorme para nuestros hijos, que de un modo tan violento y tan humano aprenden que podemos vivir de otra manera, que podemos sacar valor para protegernos, que las mujeres somos fuertes y fundamentalmente que nunca más vamos a estar solas/os.
Así es como nosotras nos organizamos y también nos movilizamos, aunque sean unas pocas cuadras, nos rebelamos y resolvemos. Frente al hipócrita abandono de las instituciones que se lavan la cara dando teléfonos y oficinas para que vayamos a pedir ayuda y cuando vamos nos hacen esperar muchas horas para decirnos «no señora, si no le pegó no podemos tomarle la denuncia». No tienen vergüenza, hay que ir con la cara rota para que te crean.
Cobra entonces importancia fundamental la organización desde abajo, así como los vecinos en un barrio se organizan para la seguridad, los empleados de una fábrica, por despidos o por aumentos, hoy nos toca organizarnos en contra de la violencia machista.
Porque esta situación forma parte de lo padecemos las mujeres trabajadoras. ¿Dónde vamos a encontrar respuestas sino es en nuestra propia organización? En este camino de organización vamos dándole sentido a nuestra lucha por conquistar una vida digna.