La burguesía mundial y, particularmente la burguesía monopolista argentina, están empeñadas en el incremento de la productividad del trabajo asalariado, como vehículo para el sostenimiento de la cuota media de ganancia.
El discurso presidencial de este gobierno amplifica lo que gobiernos anteriores venían predicando al respecto sobre la «creación de valor», «puesta en valor», «eficiencia productiva», «achicamiento de costos» y otras expresiones que adornan con palabras el inconfesado objetivo del achatamiento del salario general de los trabajadores del país.
Dicho achatamiento se realiza fundamentalmente a través de dos gruesas vías que también pueden combinarse y que, a su vez, pueden tener derivaciones secundarias que, en última instancia, se circunscriben a alguna de ambas: Producir más con el mismo salario incrementando el ritmo de producción o reducir la cantidad de trabajadores produciendo la misma cantidad de productos.
Todo ello apunta a la reducción de la masa salarial que la burguesía monopolista paga al conjunto de los trabajadores.
Las instituciones del Estado, (léase los distintos niveles gubernamentales comunal, provincial y nacional, el parlamento y el poder judicial), orientan sus misiles en forma inequívoca hacia ese objetivo. El poder ejecutivo da sus últimos retoques para llevar al Congreso el proyecto de los nuevos convenios laborales que incrementen la productividad de cada trabajador mediante la intensificación y generalización de la polivalencia, el sistema de compensación de horas, la rotación de turnos y otros mecanismos de organización de la producción, a los que se les ha llamado «flexibilización laboral». Las modificaciones sobre las ART apuntan a lo mismo, bajo el escudo del combate contra la «industria del juicio», a ello apuntará también el proyecto de modificación de leyes impositivas que, de hecho, ya han reformado en parte en beneficio de la oligarquía financiera.
Pero toda esta modificación en las conductas de los trabajadores que se pretende introducir a contrapelo de la intensificación de la lucha de clases, viene sustentada en un proceso brutal de concentración de capitales, que es lo que omiten mencionar tanto los burgueses monopolistas, sus gobiernos de turno como sus gerencias sindicales, verdaderos arietes intraempresas de las estrategias monopolistas.
A la campaña de ocultamiento deben sumarse los «críticos» de izquierda y progresistas de toda laya, devenidos expertos profesionales del encubrimiento de las irresolubles leyes del capitalismo y su intrínseca irracionalidad basada en el sostenimiento del poder sobre los medios de producción y el manejo de la superestructura legal y jurídica de la sociedad, por parte de la burguesía monopolista, cuyo fundamento se cuidan de erosionar, inventando fábulas sobre la capacidad electoral del pueblo para elegir a los mejores candidatos que se encaramarán en los puestos legislativos y gubernamentales de un supuesto futuro gobierno del mismo Estado burgués que aplicará la tan ansiada justicia social, sin destruir la propiedad privada de los medios de producción.
La intensificación de la productividad sin la concentración (acumulación y centralización de capitales) es imposible y eso es lo que se oculta, queriendo comparar lo que ocurre hoy con la década de los noventa. Dado lo cual, todo este proceso de una nueva vuelta de tuerca en la monopolización, implica crecimiento de los monopolios a costa de destrucción de cientos de empresas, absorciones, fusiones, compras, eliminación de puestos de trabajo, mayor proletarización de capas medias, expulsión de vieja mano de obra e incorporación de una nueva, más joven e inexperta pero con el conocimiento y la educación social incorporados sobre el manejo de las nuevas tecnologías informáticas que traen desde la cuna y que, por ese hecho, hoy son un juego de niños y se han reducido a un trabajo simple.
Siendo así, ¿cómo sostendrán los burgueses monopolistas, los funcionarios, empresarios sindicales y propaladores ideológicos del sistema, que la productividad nos llevará a un mejoramiento de nuestras vidas como proletarios, como trabajadores, como pueblo en general? ¿Por medio de qué mecanismo se incrementará nuestro salario como nos prometen, si tanto la concentración como la productividad tienden a reducirlo?
Son estas las bases argumentales en las que debemos pararnos para luchar denodadamente contra la puja actual de esta intensa batalla librada como parte de la lucha de clases. Al aumento de la productividad debemos oponerle el aumento de nuestros ingresos, la discusión a la alza de los convenios, la libertad y el derecho a la organización independiente de las gerencias sindicales y contra la presencia de las mismas en el interior de las fábricas, la movilización y unidad cotidianas de todos los trabajadores en cada empresa sin distinción falsa entre los de planta y contratados o tercerizados, la unidad entre los trabajadores y sectores populares sometidos al empobrecimiento generado por este proceso de concentración, etc.
Mediante sus mentiras, el poder de los monopolios y su gobierno necesitan disciplinar para lo cual utilizan el miedo agitando el despido, las suspensiones, el fantasma de los cierres, pero en realidad a lo que apuntan es a que, en el brutal proceso de concentración que están operando, sus nuevas inversiones en máquinas, tecnología, mayor cantidad de materias primas, en suma, masas más importantes de capital, sean manejadas por menor cantidad proporcional de trabajadores para aumento de sus ganancias.