Al regresar de su viaje a Holanda el presidente Macri realizó declaraciones que, por si hiciera falta, marcan la línea divisoria entre las dos clases fundamentales en pugna: la burguesía monopolista y la clase obrera.
Macri sostuvo: “El clima de conflictividad afecta la posible llegada de inversiones extranjeras al país”. Para rematar: “Hay que sentarse a una mesa y dialogar… Ya lo hemos logrado en Vaca Muerta, con la industria automotriz, y queremos lograrlo en breve con la construcción”.
Con lo dicho el presidente del “optimismo permanente” hace gala de tener claro dos cosas fundamentales. Sabe que debe avanzar, como representante de los intereses monopolistas en el Estado, contra las conquistas y los derechos de los trabajadores aumentando la productividad de la economía lo que significa, ni más ni menos, aumentar la superexplotación; pero al mismo tiempo tiene la certeza que la lucha de clases siempre mete la cola y, lo que él llama “conflictividad”, es el rechazo de los trabajadores a aceptar empeorar las condiciones de trabajo en pos de garantizar a los capitales el sostenimiento de su tasa de ganancia.
Los “acuerdos” aludidos por Macri en el petróleo, las automotrices y la construcción apuntan todos a ese objetivo. Producir más con menos mano de obra, conculcando derechos y conquistas, aumentando los ritmos y acelerando los procesos productivos con las consiguientes consecuencias nefastas para la salud, tanto físicas como psicológicas, de los trabajadores y trabajadoras. Las suspensiones y despidos, tanto en le petróleo como en la industria automotriz, ya están marcando cual es el camino que intentan recorrer y el porqué insisten en la revisión de los convenios laborales. Esas suspensiones y despidos no se dan porque esas ramas productivas prevean una baja de la producción; muy por el contrario, mientras suspenden y despiden mano de obra anuncian nuevas inversiones y negocios a llevar adelante. Claro como el agua.
Este el corazón del plan de los monopolios y su gobierno. Aumentar la tasa media de ganancia aumentando la explotación y la opresión de la clase obrera; la rebaja de la masa salarial se da tanto por la caída de los salarios como por el aumento de los ritmos productivos; y para ello deben barrer con los derechos laborales.
Las declaraciones presidenciales ponen de manifiesto que el problema de la burguesía es estrictamente político. Cómo convencer a las masas de que lo que ellos nos prometen es lo que “nos va a sacar de la crisis”.
La burguesía como clase dominante siempre recurre al mismo argumento; salir de la crisis (en realidad “su” crisis) sólo es posible si los trabajadores y el pueblo agachamos la cabeza y “ponemos el lomo” a la espera de los beneficios. Estas argumentaciones que en otras etapas fueron útiles para la burguesía hoy se revelan más que insuficientes. Al gobierno macrista le falta el convencimiento y el consiguiente consenso social para aplicar estas políticas. La experiencia de lucha de nuestra clase obrera y nuestro pueblo provocan que lo que servía a la burguesía en otros momentos hoy ya no le sirva. De allí el lamento presidencial cuando se refiere a que si hay conflictividad los capitales no invierten; en realidad está reconociendo que no puede garantizarle al capital monopolista el consenso y la paz social necesarias para que inviertan.
El pueblo en general, y el proletariado industrial en particular, han puesto de manifiesto en estas últimas semanas que no será fácil para el gobierno de los monopolios lograr los objetivos que el capital financiero se propone. La crisis estructural del capitalismo a nivel planetario, y particularmente en nuestro país, tiene como principal característica la rebelión de los pueblos a las recetas de la burguesía para paliar su crisis.
En la Argentina esa rebelión comienza a dar pasos fundamentales en la organización desde abajo y con políticas independientes de cualquier variante burguesa. Aun cuando las embestidas del poder burgués se lleven a cabo, dado que la burguesía nunca dejará de llevar a la práctica sus políticas, la tendencia a la lucha y la organización contra las mismas y desde los intereses concretos de los explotados es una realidad palpable que llegó para quedarse. Esa tendencia en alza a la organización independiente de los trabajadores y pueblo en general es la que los revolucionarios debemos y estamos ayudando a fortalecer y consolidar.
Los temores de los inversores están fundados.