El nivel de movilizaciones (en el amplio sentido de la palabra: no sólo las marchas, sino también los paros, las asambleas, el estado deliberativo, los cortes de ruta y accesos a plantas, etc.) alcanzado en las últimas semanas ha intensificado y llevado a la lucha de clases a un nivel superior que va delineando claramente a los contendientes.
Lo característico no es sólo el estado de movilización sino el hecho de que ese estado se da en el marco de una crisis política del poder de la burguesía que, además de verse impotente por los desaguisados de su gobierno de turno, no tiene en el horizonte cercano, a la vista, la figura de recambio necesaria para la continuidad de su dominio como clase y esa cuestión le quita el sueño pues, aunque todavía su poder no está cuestionado por las amplias masas, sí lo están su gobierno actual, al igual que los anteriores, sólo que su proceso de desgaste se da en forma más acelerada.
La táctica de «no dejarlos gobernar» está sustentada en la actitud firme de las masas trabajadoras y pueblo oprimido en general, que ven en su contienda cotidiana la única posibilidad de frenar la voracidad monopolista y, en muchos casos, de hacerlos retroceder en lo económico, en los social y en lo político. Las propias masas han creado esta nueva situación que nuestro Partido sintetiza como conducta política a desarrollar a lo largo y ancho del país.
Las acciones revolucionarias, de hecho, que las masas vienen realizando en forma independiente se reflejan en las metodologías de las decisiones asamblearias con su democracia directa, la imposición mediante la lucha de la voluntad indelegable de realizar los objetivos y aspiraciones en juego sin dilaciones ni vericuetos a los que conducen las instituciones del sistema y del Estado en general cuando la única respuesta que tienen es ceder.
La fuerza de esa acción es la que logra el retroceso de la burguesía y el avance del pueblo. Lo venimos diciendo en forma reiterada: son ellos con sus gobiernos de turno y sus políticas de intensificación de la explotación y la opresión al pueblo, o nosotros haciéndolos retroceder en sus designios y conquistando en una lucha sin cuartel, día por día, golpe por golpe.
El punto de disputa, en lo político es: o se hace la voluntad de las masas movilizadas o el gobierno, como representante de los monopolios, impone su voluntad por medio de su mentirosa democracia de «aguantarse todas sus decisiones antipopulares porque se los votó y deben gobernar». Éste es el adefesio institucional y legal de las instituciones del Estado al servicio de los monopolios. Una verdadera dictadura política que no hay por qué aceptar esté quien esté al frente o sea quien fuere que nos llame a sostener.
Por esta razón, hoy más que nunca, es momento de profundizar y generalizar las ideas revolucionarias a través de una intensificación de la propaganda masiva y de la presencia del Partido revolucionario anticipando los movimientos, poniéndose al frente y luchando denodadamente contra toda opción falsa que intente reducir al plano electoral o a la intrincada vía institucional el camino de la solución de los problemas que las masas deben lograr con su propia actividad.
Para ello debemos intensificar, en cada movilización (insistimos en el sentido amplio de la palabra) la organización no sólo del Partido revolucionario sino también de las múltiples organizaciones políticas de masas que facilitan a los trabajadores y sectores populares la concreción de sus objetivos de lucha en lo inmediato y le dan continuidad a su lucha hacia el objetivo de la liberación de toda opresión.
Oponerse con la solidez de un muro de acero a que en los movimientos de masas se enseñoreen consignas sectarias electoralistas que muestren un camino sin salida al torrente del proceso revolucionario, a toda propuesta engañosa que intente llevar al callejón sin salida de la institucionalidad burguesa detrás de figuras o propuestas falsas de populismo o nacionalismo burgués supuesta y mentirosamente antimonopolista, agrupamientos electorales para ganar supuestos espacios políticos parlamentarios y cambiar las leyes sin cambiar el sistema, y otras fantasías absurdas que conducen por aparentes diversos caminos a la defensa de la hoy irrepresentativa «democracia» burguesa. La unidad no es concesión a las ideas retrógradas que van por detrás de lo que el movimiento de masas está haciendo. Por el contrario, exige una firme convicción de que lo que achique, lo que sectarice y divida al movimiento de masas, debe ser puesto en tela de juicio frente al mismo que, por el contrario, debe contemplar todas las aspiraciones populares condensadas en el objetivo común.
La unidad, implica facilitar la acción directa y la organización necesarias para poder combatir con una fuerza material real, en donde cada voluntad tenga su claro lugar de lucha y su tarea a realizar para avanzar contra el poder de la burguesía y su gobierno de turno, cualquiera fuera la máscara detrás de la que se esconde el sostenimiento del sistema y su institucionalidad moribunda.