En pocos días más, se concretará en Miami la primera reunión bilateral entre los presidentes Trump y Xi Jinping. El marco de esta reunión es la posición “nacionalista y proteccionista” de Trump, que le permitió ganar las elecciones en su país, y la postura del mandatario chino que, por primera vez en la historia, abrió el Foro Económico de Davos de este año con una cerrada y contundente defensa de la globalización.
En el encuentro se debatirán la relación comercial entre ambos países; Trump ya anunció que quiere discutir el déficit comercial a favor de China que llega al 40%. Entonces advirtió que las empresas norteamericanas deben estar preparadas para buscar otras opciones para “bajar ese déficit y frenar la pérdida de empleos”. Traducido, intentaría que las empresas de origen en EE.UU. que se fueron a producir a China vuelvan a hacerlo en territorio norteamericano. Trump olvida decir que el déficit comercial a favor de China tiene como grandes beneficiarios a esas empresas que producen en China y exportan sus productos a Estados Unidos.
Al mismo tiempo el CEO de Cargill a nivel mundial, David MacLennan, advirtió que “las políticas proteccionistas crean una amenaza directa a la economía mundial”, para agregar inmediatamente “no podemos entrar en una guerra comercial con China”. Don MacLennan le mete presión al presidente Trump.
En el medio de la crisis estructural que atraviesa el capitalismo, el encuentro entre los dos presidentes no puede llamar a confusión; no estamos hablando de una discusión entre caballeros sino entre representantes de distintas facciones de la oligarquía financiera mundial que de a ratos se juntan, de a ratos se dividen, otros parecen más enojados. Pero ambas son parte del sistema imperialista que está llevando al mundo a niveles de explotación, desigualdad y pobreza nunca antes conocidos. Ni antes la “comunista” China ni ahora el “nacionalista” Estados Unidos están por fuera del proceso de centralización de capitales que ha producido que 67 personas posean lo mismo que 3.500 millones de seres humanos; ese proceso no va a detenerse por más bravuconadas ni “acuerdos” que se propagandicen.
La guerra entre capitales existe y existirá aun más profunda porque es el carácter intrínseco del capital, sobre todo en la etapa imperialista que atraviesa una fase en la que los Estados no representan interés nacional alguno sino el interés de la facción imperialista que en cada momento se impone sobre las otras facciones. El entramado de intereses es tan complejo que ni Trump ni Xi van a reunirse para defender a sus pueblos sino a los intereses oligárquicos que representan. Ambos son el imperialismo y ambos sostienen la explotación a nivel mundial. Quien quiera ver una “esperanza” de uno u otro lado sólo intentan levantar viejas-nuevas alternativas para retrasar la lucha de los pueblos por su verdadera emancipación.
La cumbre por venir será la fotografía exacta de dos personeros imperiales queriendo resolver su crisis, en una pelea de facinerosos, pero siempre en contra de los pueblos.
Los revolucionarios consecuentes no buscamos ni alentamos esperanzas en “imperialistas buenos”; alentamos sus enfrentamientos pero para dividirlos aun más con el objetivo de derrotarlos.