Iglesia, reconciliación y dictadura

La cúpula de la iglesia católica ha hecho pública una iniciativa altamente apreciada por la oligarquía financiera: la reconciliación «entre víctimas de la dictadura y la guerrilla». Así denominan a la idea con la que pretenden borrar las huellas dejadas por la última y más sangrienta dictadura militar de nuestro país.

A pesar de que pretende ubicarse por fuera de los problemas terrenales y dar una imagen que nada tiene que ver con lo que pasa en la sociedad que vive en contradicción permanente al ritmo de lo que determina la puja existente entre la clase de los propietarios de todos los medios de vida y las grandes mayorías laboriosas que producen todo y no poseen nada, esta institución gobernada por profesionales entrenados para manipular la ideología burguesa, muestran los dientes en cada una de sus muecas, muy a pesar de sus intenciones.

En primer término, la dictadura militar fue la expresión más sangrienta y brutal del poder de la burguesía monopolista para mantener el Estado que le garantiza los privilegios emanados del sistema capitalista con el fin de seguir explotando a todo el pueblo argentino para el sostenimiento de sus ganancias. No se trata, como nos quieren hacer creer estos oscuros personajes, de que hubo víctimas limitadas a un sector de la sociedad que se enfrentaba a los militares.

La víctima, fue todo el pueblo argentino… No sólo hubo muertos, desaparecidos, torturados, presos… También se incrementó el saqueo del país, la superexplotación, la miseria, la represión generalizada a todas las masas populares, las privaciones y persecuciones particularizadas a la juventud, el disciplinamiento a los dictados de la explotación y opresión. Y todo esto no fue la consecuencia de la dictadura militar, sino el fin.

El problema central que se quería «resolver» era precisamente la vuelta de tuerca aplicada a la clase obrera y a todo el pueblo laborioso que avanzaba y se abría caminos contra la clase explotadora y contra el poder de lo más concentrado de ésta, los métodos dictatoriales y sanguinarios fueron la herramienta para el fin.

No eran sólo militares, sino más bien, los militares que se habían constituido como partido único de dicho sector de la burguesía, aplicaban sin compasión las aspiraciones de la gran burguesía financiera con sus más encumbrados empresarios, muchos de los cuales actuaron como funcionarios de dicho gobierno y todas sus instituciones entre las que se encontraba la cúpula eclesiástica como uno de sus baluartes del sostenimiento ideológico con el que pretendían disciplinar para siempre al pueblo todo y que tampoco dudaba en eliminar a los creyentes y hasta más encumbrados miembros que se oponían a sus dictados.

Los móviles que impulsaron el gobierno dictatorial y la clase a la que representaba la dictadura existían antes del golpe, durante el golpe y con posterioridad al golpe, gobierno tras gobierno.

La diferente forma entre dictadura militar y democracia burguesa, fue impuesta por el devenir de la lucha de clases y subsistirá hasta que el pueblo, a cuyo frente estará el proletariado con sus organizaciones revolucionarias, pueda tomar el poder del aparato productivo, político e ideológico y construya un Estado que sostenga las bases de la propiedad colectiva de los medios de vida y de esa forma ponga a la par a quienes todos los días manejamos los medios de producción para producir todo lo existente con la propiedad de los mismos y lo que se produce en un proceso de colaboración y cooperación social de las amplísimas mayorías.

No puede haber reconciliación entre la clase que generó la dictadura militar y los obreros y pueblo en general. La lucha de clases no se resuelve con la paz entre las clases ya que la única posibilidad de paz es que la pequeñísima porción que es propietaria de todos los medios de vida, y con ello de nuestras vidas, entregue sin más la propiedad de los mismos y deje decidir a las mayorías productoras los destinos no sólo de lo que se produce y su distribución, sino también el curso de los proyectos a futuro para el bienestar de los más de cuarenta millones de habitantes laboriosos de nuestro pueblo, y eso no va a ocurrir, pues intentarán por todos los medios sostener dicha propiedad para seguir explotando.

La única resolución de la lucha de clases es que la clase obrera y las mayorías populares puedan vencer a la burguesía y el poder de la oligarquía financiera. Es la única manera de lograr la paz de nuestra sociedad.

La propia iglesia católica también está cruzada por la lucha de clases y, seguramente, la mayoría de sus integrantes, sacerdotes y acólitos en general que profesan los principios cristianos, estarán enfrentados a la terrible iniciativa de la cúpula eclesiástica defensora y sustentadora del insostenible y antihistórico poder burgués que, como una persistente letanía, está siempre presente en las mentes retorcidas de la clase dominante con el fin de subordinar a todo el pueblo a los dictados de la superexplotación en su exclusivo beneficio.

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