El frío invernal de junio llegó de la mano de la expresión de bronca y calentura de las bases obreras y trabajadoras. La rebelión de los choferes en Córdoba (ver nota de ayer en esta página) comienza a extenderse a zonas del Gran Buenos Aires preanunciando una profundización del rechazo contra el “aumento” del 21% en tres cuotas firmado por la UTA nacional y las cámaras del transporte automotor, con el consabido beneplácito y la bendición del gobierno.
Alimentación va por una aumento del 30%; camioneros por el 32% y el neumático por el 35%. En todos los casos, y más allá de quienes estén al frente de cada gremio, la presión de las bases es incontenible. El aumento constante de los productos de la canasta familiar hacen que paritarias del 20%, como pretende el gobierno nacional, terminen siendo una fantochada y una provocación para los castigados bolsillos de los trabajadores.
En medio de los inicios de una campaña electoral en la que cada facción de la burguesía monopolista juega sus cartas en pos de sus intereses de clase, bien lejos de las aspiraciones de las masas obreras y populares, el recalentamiento de la lucha salarial toma un significado aún mayor. Se trata de una contienda abiertamente política contra la pretensión de toda la burguesía de achatar la masa salarial.
Esta es la forma que ensaya la clase dominante para, en definitiva, disciplinar a los trabajadores; no solamente haciendo perder poder adquisitivo a los salarios sino también intentando aumentar la productividad del trabajo que redunda en mayor explotación y ganancias para el capital.
Más política es aun la pelea que se abre dado que las bases obreras y trabajadoras están dando batalla simultánea por lograr aumentos salariales acordes con la inflación y contra las burocracias sindicales que, por arriba, pretenden cerrar estos espurios acuerdos que son un insulto a la inteligencia y a la dignidad humana. Y cuando nos referimos a las burocracias cuenta tanto para las enquistadas durante décadas, traidoras probadas de la clase de la que provienen, como aquellas que en el discurso pelean para ver quien tiene la voz más alta y las frases más combativas pero, a la hora de la acción, muestran la subestimación y la desconfianza que le tienen a las bases trabajadoras, convirtiéndose así en burócratas funcionales al sistema.
Las batallas que se abren serán de confrontación abierta. Lo cualitativamente distinto es que la tendencia que se viene expresando hace años por abajo, en la que la organización independiente de los trabajadores crece lento pero sin pausa, se irá profundizando y consolidando en la nueva etapa de luchas que se está abriendo. Como lo decía un compañero de la huelga de choferes en Córdoba, no esperar a los dirigentes, no esperar a los delegados; que sea la disposición del conjunto de los trabajadores la que decida y los obligue a estos a hacer lo que las bases mandan o, directamente, hacerlos a un lado y avanzar con la fuerza incontenible de la masa obrera. Así se irán fortaleciendo las organizaciones propias y los dirigentes que estén a la altura de este momento histórico.
Al mismo tiempo, esas organizaciones y esas nuevas dirigencias deben tener claro que la lucha es de largo aliento; que además del reclamo inmediato debemos prepararnos, como trabajadores, en la construcción de la unidad como tales en pos de un objetivo político superador de la lucha sectorial que nos permita ir marcando un rumbo de confrontación política para guiar al conjunto de los trabajadores y demás sectores populares. Esa unidad no puede esperar. No podemos dejarnos aislar por el enemigo de clase. Debemos buscarla, enhebrarla y construirla en cada momento de la acción y de la lucha.
Transitamos una etapa de conquistas y en ese camino lo determinante es la participación masiva y activa de las bases y sus dirigentes en la lucha inmediata y en la búsqueda de la unidad política de la clase obrera y trabajadores en general. Allí radica la clave del triunfo y allí está la única garantía de torcerle el brazo a la política del gobierno de los monopolios.