Con bombos y platillos fue rehabilitado el tren a Mar del Plata. Un tren cuyo viaje a esa ciudad durará siete horas (cuestión que habrá de verificarse) mientras que hace décadas atrás, antes del desmantelamiento del sistema ferroviario, ese viaje duraba cuatro horas.
Como en gobiernos anteriores, la actual administración quiere disfrazar la realidad cotidiana de las masas trabajadoras y populares con anuncios que “hagan ruido” a fin de mostrar realizaciones. Y lo único que muestran es una decadencia rayana con la ineptitud y el ridículo.
En el mientras tanto la suba de combustibles y la disparada del dólar han recalentado las remarcaciones de precios, particularmente de alimentos, limpieza y bebidas. Lo que constituye el 70% o más de los gastos de las familias trabajadoras. La inflación no afloja y no hay señales de que lo haga. El dinero se va de las manos “como el agua” y los aguinaldos ya están gastados antes de cobrarse para pagar deudas contraídas.
Esta es la realidad candente de decenas de millones de compatriotas. La plata no alcanza, y punto.
Los analistas de la burguesía, como es uso y costumbre, hablan y ensayan explicaciones sobre el fenómeno. Desde que si el gobierno gana o no las elecciones; que si son cuestiones estacionales; que si el Banco Central interviene o no en el mercado, hasta el absurdo de afirmaciones que se atreven a decir que el dólar sube porque la plata de los aguinaldos se vuelca a la compra de esa moneda!
Veamos la verdadera razón por la cual la inflación, y por ende los precios de los productos, no paran de subir.
Una vieja canción afirma correctamente: “no hay que confundir valor y precio”. El valor es el costo de producción de un producto. Ese costo de producción está compuesto por los valores incorporados en las materias primas, la energía, las maquinarias, las instalaciones donde se produce, el transporte y, esencialmente, por la mano de obra que completa el valor de la mercancía. El precio no es más que la nominación del producto, el nombre de ese costo productivo. Un caballito de batalla del discurso burgués es, precisamente, que los costos de producción en la Argentina son altos. De allí que apuntan permanentemente a la baja de la masa salarial. Este objetivo, cuando no puede cumplirse con la baja lisa y llana del salario del trabajador o el aumento de la productividad del trabajo (es decir, que se produzca la misma o mayor cantidad de productos con planteles más reducidos o en menos tiempo productivo), se cumple a través del aumento del precio generalizado de los productos, es decir la inflación. La ganancia que el capitalista no puede obtener mediante la baja del costo de producción la obtiene con el aumento generalizado de los precios.
Ese aumento de los precios significa, lisa y llanamente, una rebaja salarial dado que los trabajadores cambian su salario, fundamentalmente, por los bienes indispensables y de primera necesidad. De allí que los productos que más aumentos registran son, como decíamos más arriba, los alimentos y demás bienes de la canasta familiar.
Además a esto hay que agregarle que la suba del dólar, si bien responde a otros factores, también aporta a la rebaja del salario. Cuando el dólar sube los precios de los productos suben dado que el industrial, y por ende el comerciante, trasladan esa suba a los precios de las mercaderías.
Los burgueses dirán que la oferta y la demanda es la que regula los precios. Esto es así cuando se trata de una economía de libre competencia, no así en una economía como la argentina en la que los monopolios distorsionan y condicionan la oferta y la demanda cuyo libre juego ya no lleva el fiel de la balanza al equilibrio. No hay libre competencia, sino competencia intermonopolista en la que las distintas facciones utilizan el Estado a su servicio para imponer sus condiciones. Con estos mecanismos los monopolios imponen precios y centralizan capitales, muchas veces, achicando a la propia masa de burgueses.
Todo este proceso descripto tiene como base esencial fundamentos económicos que hacen a las características propias del modo de producción capitalista. Sin embargo, los factores políticos no dejan de ser importantes. El proceso inflacionario será un gran condicionante de la campaña electoral hacia las elecciones de octubre.
Por un lado, porque los monopolios juegan su propio partido contra el llamado gradualismo del gobierno y pujan por acelerar las reformas estructurales que ambicionan en pos de sostener y aumentar su cuota de ganancia. Por otro lado, y fundamental a tener en cuenta a la hora de la lucha política, porque la inflación recalentará los motores de la lucha de clases por lo que debemos prever un proceso de luchas de los trabajadores y pueblo en general que se verá acelerado en el marco de un deterioro cada vez mayor de las condiciones de vida.