Lo único que les preocupa a los burgueses es defender sus intereses de clase

Cuando no alcanza con los medios legales y los recursos llamados democráticos, el Estado de la clase dominante, al servicio de la defensa de sus intereses, recurre sin tapujos a su aparato represivo. La última dictadura cívico militar, como la que padeció el pueblo argentino, es su expresión más cruda. La burguesía recurre al Estado terrorista para garantizar su dominación de clase y sostener su cuota de ganancia.

Pero en democracia también aparecen las prácticas represivas, disfrazadas de falsa legalidad. Así lo demuestra el gobierno de Cambiemos hoy, apuntando a criminalizar la protesta social, a sacar a la gente de la calle, recurriendo a argumentos pueriles, como el que se refiere a la libre circulación frente a los cortes de calle y las marchas que dispone el pueblo trabajador ante el avance feroz de la explotación capitalista.

La violencia que ejerce la clase dominante es lo que se disimula, se oculta, detrás de los falsos discursos de los medios de comunicación. Se dice que es violento cortar una calle, pero no se dice que es realmente insostenible que un trabajador gane menos de 10.000 pesos, en negro, sin aguinaldo ni vacaciones pagas, realizando su tarea en condiciones deplorables y peligrosas. Es decir, se disimula la violencia inherente al sistema capitalista de producción, que consiste lisa y llanamente en la extracción de plusvalía para sostener la ganancia de los que nada producen y viven muy bien gracias al esfuerzo diario de la gran mayoría, que vive muy mal.

Pero eso no es todo: además, la burguesía cobarde, que se refugia en las instituciones democráticas, propone una interminable colección de mentiras que se reiteran cada vez que necesita que el pueblo legitime su dominación con el voto.

Así, se culpan unos a otros en una vergonzante guerra inter burguesa, y los conservadores que hoy están en el poder se quejan de la pesada herencia que dejaron los populistas que gobernaron los doce años anteriores.

Pero lo único que les preocupa a unos y a otros es defender sus intereses de clase. Y eso implica aplastar a los trabajadores, justamente, utilizando una herramienta que extraen de su arsenal y  que proviene y obtienen de la legalidad que resulta del propio sistema democrático parlamentario. De ese modo, elegimos cada dos años qué sector de la burguesía o qué sectores asociados en celosa defensa de sus intereses nos van a aplastar en el Congreso, sancionando leyes que perjudican al conjunto del pueblo, como la flexibilización laboral que se avecina, y que solicitan los grandes grupos económicos como condición para venir a «invertir» en el país, garantizándose ganancias extraordinarias gracias al aplastamiento de la masa salarial.

En el parlamento vemos con claridad qué es lo que está en juego. El kirchnerismo, que se define como opositor al gobierno de Cambiemos, acompañó con su voto muchas medidas que atentan contra los trabajadores y el pueblo.

Los trabajadores, sin embargo, no nos quedamos de brazos cruzados, y frente a cada embestida de la burguesía explotadora, respondemos con una creciente organización desde las bases, como se manifiesta en enorme diversidad de luchas en fábricas, establecimientos educativos, empresas de servicios públicas y privadas, etc.

La lucha de clases se agudiza y el gobierno, frente a la resistencia y la entereza del pueblo trabajador, avanza y retrocede, desconcertado, con sus medidas.

Como ya señalamos, cuando obtiene consenso político, la burguesía hace uso de la represión. Sin embargo, la situación actual de agudización de la lucha de clases no le deja margen para reprimir más allá de cierto límite y en determinadas circunstancias. Es decir, cuando no es posible hacer uso de la represión lisa y llana, recurren a los artilugios políticos legales y no legales, transando con los diputados y los senadores en el Congreso, o con los sindicalistas traidores y corruptos.

Debemos profundizar la rebelión desde abajo, para no dejarlos gobernar. Hacer uso de la experiencia acumulada de las luchas obreras y populares, y unificar las actuales, para potenciar nuestra fuerza como clase y decirle basta a este gobierno de los monopolios. La Revolución está en marcha, ese es nuestro horizonte político.

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