Oligarquía financiera: las cosas por su nombre

En más de una oportunidad, recibimos comentarios o consultas respecto a algunas definiciones que aparecen con cierta frecuencia en los artículos de nuestra página. En tal sentido, nos parece oportuno avanzar sobre algunas precisiones respecto a qué se denomina oligarquía financiera.

Un gran debate se daba en nuestro país cuando con el golpe del ’55 se vislumbraban  las primeras facetas del Capitalismo monopolista de Estado. Comenzaba a enterrarse por aquellos años las posibilidades de un “proyecto” de la burguesía nacional. En ese año, y por poner una fecha, comenzaba el intento de adecuación de la superestructura a lo que se estaba expresando en el capitalismo en nuestro país y en el mundo.

El capital financiero es la fusión del capital industrial con el capital bancario. La oligarquía financiera son los monopolios dueños de ese capital financiero. Los mismos que en aquellos años tenían que barrer (en el marco político) con un capitalismo de Estado en donde aún predominaban sectores de la burguesía no monopolista.

No es que no existieran los monopolios o que no pesasen en las decisiones políticas, pero aún no era el sector dominante, había un terreno de disputa con la burguesía nacional.

A partir de esos años, acompañada de una violenta represión a la clase obrera y al pueblo trabajador, la oligarquía financiera fue tomando las riendas del poder, en un marco de lucha de clases por demás exacerbado (la posterior dictadura iniciada en el 76 fue una cabal expresión de lo que decimos).

La industria, el comercio y los bancos daban pasos de gigantes en la concentración económica y en la centralización del capital. Miles y miles de empresas desaparecían o se fusionaban bajo el timón de grandes monopolios: la industria química, la petroquímica, la aparición de los supermercados, la industria automotriz, subordinando a empresas locales a producir bajo el puño de hierro a costos bajísimos y aplicar el salario que se determinaba desde las metrópolis.

Las clases aparecían más claras en sus enfrentamientos, a pesar que las fuerzas políticas reformistas, con cierto peso de masas y en la clase obrera, disfrazaban el enfrentamiento clasista buscando una alianza “estratégica” con una burguesía nacional sepultada y enterrada a varios metros en profundidad.

Hoy (luego de haber transitado casi 35 años de “democracia”) los monopolios se transformaron definitivamente en la oligarquía financiera: la industria, el comercio y los bancos, en su fusión, fueron apoderándose de todos los resortes del Estado. Esos monopolios, que están en nuestro país, son quienes vienen decidiendo desde hace años las políticas de Estado,  y para eso utilizan todos los resortes del sistema.

Esos monopolios, que están en todo el planeta, son el imperialismo, y en casos como el nuestro crean, corrompen y utilizan a las instituciones y sus personeros. Decía Lenin, planteado por el Che, “…el banco de los monopolios es su propio ministerio de finanzas, en la dualidad de un Estado dentro de otro Estado que se opera en esta etapa”.

En nuestro país, los monopolios, se apoderan del Banco Central y los Ministerios, y desde allí emanan las políticas financieras, las políticas de subsidios a determinados sectores; son esos mismos monopolios los que toman las decisiones políticas que más convienen a sus intereses, que no son otros que sus ganancias y sus rentabilidades. No les interesa otra cosa.

Esos monopolios son fusiones complejas de industrias, comercios y bancos, que en las últimas décadas, se han concentrado no sólo en nuestro país sino en todo el mundo. Han hecho desaparecer las fronteras, los negocios van i vienen de una parte a otra del mundo en segundos.

Durante muchísimos años esos monopolios se hicieron fuertes en los países en donde estaban radicadas sus casas matrices: EEUU, países de Europa, Japón y otros, como Corea y alguna otra excepción. Desde allí emanaban las políticas imperialistas y en sus propios países se encargaban del control del Estado, haciéndose fuertes desde sus madrigueras hacia el mundo. Pero lo cierto es que, como decía Marx: “no hay más valor que el creado por el trabajo” y es en la producción donde se genera la plusvalía, que luego tiñe al capital industrial, comercial y especulativo, conformando la oligarquía financiera.

Esas madrigueras que aún existen y les son necesarias, dejaron de ser suficientes para adecuar la superestructura a lo que sucede en la base. La oligarquía financiera tiende cada vez más a la concentración, “a la dictadura del gran capital”, y por otro lado, esa base a la que hacemos referencia tiende al sentido opuesto: a más democracia, a más dignidad para el hombre.

Son infinitas las fuerzas que se mueven en un mundo cada vez más interrelacionado por la producción y a la vez, los procesos de concentración económica siguen su curso, arrojando a la miseria y a la pobreza a millones cada año.

La oligarquía financiera está plagada de contradicciones internas y se expresa en las crisis políticas que atraviesan sus Estados. Sin embargo las une el espanto: por eso les es impostergable achatar la masa salarial “global” de la clase obrera en el mundo.

Allí radica el objetivo central de la oligarquía financiera en esta etapa, asentándose donde sea y donde pueda. El ajuste de cuentas a los pueblos del “primer mundo” vino para quedarse y esa misma oligarquía financiera que se asentaba en esos países y sin dejar de hacerlo, aprovechando sus ventajas “nacionales”, salió a invadir al resto. Se asentaron en China, Rusia, India, Brasil, México y en países como el nuestro.

Pero la lucha de clases existe y una nueva oleada de protestas está tiñendo este nuevo escenario. Las empresas monopolistas necesitan hacerse cargo directamente de los Estados y sus pujas son guerras abiertas. No sorprende entonces que los cargos Ejecutivos y los parlamentos de las democracias burguesas actuales estén “intervenidos” directamente por los gerentes de las empresas que hegemonizan cada período histórico.

En nuestro país, pocos bancos, empresas industriales y comerciales, ya fusionadas, dirigen los destinos de más de cuarenta millones de compatriotas. Esa es la realidad.

Esto es la oligarquía financiera. La que necesita de la superestructura del Estado capitalista y de todas sus instituciones, capaces de favorecer los procesos de concentración, con leyes y decretos a su imagen y semejanza. Gane quien gane las elecciones.

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