¿De qué hablamos cuando hablamos de revolución?

Todos sabemos que el aumento en la productividad, la introducción de nuevas tecnologías, de la robótica en la producción y de formas de trabajo en equipo más eficientes, implican por un lado un aumento de las existencias, de los bienes de consumo que disponemos como humanidad. Es que cuanto más aumente la producción ¡Mas cantidad de mercancías vamos a poder consumir! De ahí la famosa cuestión de “hay que industrializar”, “hay que mejorar la competitividad para que vengan las inversiones”, etc., etc. Y desde lo más sensato todo ello tiene sentido: si aumentamos la cantidad de productos que producimos, cada uno podría consumir más.

Pero a su vez ese aumento de la producción de mercancías lejos de significar un aumento en la calidad de vida de la clase laboriosa, implica empobrecimiento. Cada vez que se aumenta la productividad del trabajo (ya sea con modalidades más eficientes de producción o, sobre todo, con la introducción de mejor tecnología), miles de trabajadores se ven arrojados a la calle. Es el simple cuento de siempre: si inicialmente una máquina requiere 10 operarios para su producción, pero resultado de un recambio tecnológico se colocan robots que hagan ese trabajo, en cuyo caso pasan a requerir la supervisión, digamos, de tan solo un obrero, en ese caso los otros 9 quedarían sin trabajo.

Por un lado se consigue producir más o igual cantidad de mercancías con menos cantidad de operarios, con lo cual, menos obreros generan más riqueza luego de la renovación de maquinaria. Pero por otro lado ¡9 obreros quedan sin trabajo! con lo cual, nunca van a poder disfrutar de ese aumento de la productividad.

¿Es buena o mala la introducción de tecnología entonces?¿Es buena porque se produce más, o es mala porque deja obreros sin trabajo?

El problema radica en que este sistema no se preocupa por la producción de bienes de consumo, sino de mercancías. Es decir, hay que producir para el mercado, para poder obtener una ganancia. Por un lado aumenta la productividad del trabajo y la cantidad de mercancías global. Pero por el otro expulsa y explota mano de obra. Lejos de disminuir la pobreza, el aumento de la producción aumenta la miseria del pueblo. Porque este sistema esta fundado en la producción para obtener ganancia, y no en la producción al servicio del ser humano. Todo adelanto tecnológico, toda introducción de nueva maquinaria, nuevos productos y mercancías, nuevas formas de trabajo, de educación, etc., están destinados a aumentar la ganancia de unos pocos, a costa de las grandes mayorías laboriosas. Ni siquiera importa qué se produce, si drogas, autos, petróleo o basura. Lo importante es que rinda una ganancia para el capitalista.

Los pueblo no somos quienes decidimos que, cómo y para qué producir, a pesar de ser nosotros quienes ponemos lomo y cabeza todos los días, jornada a jornada. Al contrario, esas decisiones son tomadas por una minoría parasitaria: la oligarquía financiera. Se produce para incrementar sus ganancias, y no en beneficio de la humanidad.

En el capitalismo las cosas se encuentran “patas para arriba”, y lo que debería ser liberador para el ser humano, lo que debería traducirse en mayor tiempo libre para estudiar, investigar, pasar tiempo con la familia, realizarse cultural y espiritualmente, en el capitalismo se traduce como una cruz en las espaldas de los trabajadores: mas desocupación, condiciones de trabajo más intensas y menores salarios.

Por eso el fondo del asunto no es “el reparto de la riqueza”, ni obtener conquistas de carácter exclusivamente económico (aumentos salariales por ejemplo), sino un cambio integral de sistema. No son los beneficios cuantitativos –léase, económicos- los que van a liberarnos como trabajadores de la miseria y realizarnos como seres humanos dignos, sino los cambios cualitativos, los cambios políticos que nos coloquen a los pueblos como los dueños de nuestro destino. De eso hablamos cuando hablamos de revolución.

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