El premio Nobel en el área de medicina este año fue concedido a tres investigadores Estadounidenses por sus destacados estudios sobre el llamado “reloj biológico”. Lo que llamamos reloj biológico se trata -en realidad- de una serie de mecanismos internos que poseen los seres vivos para darse una orientación temporal acorde a la rotación de la tierra.
Así, el cuerpo “ordena” las actividades biológicas en ciclos de 24 horas (ciclo circadiano).
En particular, estos científicos estadounidenses han logrado aislar el gen que regula el ritmo biológico en un tipo de mosca, revelando así el mecanismo interno que gobierna el reloj autosuficiente dentro de la célula.
Como el reloj biológico afecta numerosas instancias del metabolismo humano, su estudio también involucra la incidencia sobre el organismo por alteraciones de las horas de sueño, cuestión que toca de lleno a quienes trabajan turno noche o turnos rotativos.
No pretendemos aquí enumerar la infinidad de estudios realizados al respecto, sino simplemente mencionaremos que los resultados más relevantes arrojan una tendencia al incremento de diferentes afecciones.
Por ejemplo, en el año 2007 la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (órgano dependiente de la OMS) concluyó que el trabajo en turnos rotativos debe clasificarse como probable agente carcinogénico (clasificado dentro del grupo 2ª).
Además, está demostrado que el riesgo de infarto crece al menos en un 25%, junto con otras consecuencias tales como fatiga crónica, problemas oculares, accidentes laborales, enfermedades gástricas y obesidad (ya sea debido a la falta de horarios fijos en el caso de los turnos rotativos o a la alteración natural del ciclo circadiano en cuanto a los trabajadores nocturnos).
¡Qué contradicción tan profunda, tan difícil de resolver dentro de los marcos de la ciencia!
¡Qué desarrollo tan desigual nos lleva al ridículo de obtener semejantes resultados científicos, de demostrar en una forma cada vez más precisa los aspectos más variados del funcionamiento de la naturaleza, y sin embargo no poder resolver los aspectos más elementales del bienestar humano! ¡Podemos llegar a aislar el gen que regula el ritmo circadiano, pero no podemos evitar que millares de personas estén expuestas a trabajar en formas completamente insalubres!
Poco importan los avances científicos más destacados cuando los trabajadores nos encontramos dominados por el ritmo de la línea de producción y los negocios. No importan las afecciones a nuestra salud, ni el trabajar rotando en turnos (y hasta en días, con los famosos “turnos americanos” donde ya no sabemos ni en qué día de la semana nos encontramos), cruzando horarios permanentemente con nuestra familia y nuestras relaciones sociales.
El desarrollo de la ciencia no se circunscribe a una acumulación cuantitativa de estudios y publicaciones en revistas científicas, como nos quieren hacer creer. Por el contrario, se encuentra sujeto a los intereses del sistema de producción, a la producción para la obtención de ganancia.
Pareciera que somos repetitivos, pero realmente la única forma de liberar al desarrollo científico de las cadenas que lo atan a los negocios, y no al beneficio de la humanidad; la única forma de hacer beneficiaria a toda la sociedad de este tipo de avances producidos por la ciencia; la única forma de incorporar cada vez más trabajadores como parte de la producción científica, es con una revolución que coloque al hombre en el centro de la escena, y no a la ganancia.
Es intolerable que podamos llegar a “aislar el gen que regula el ritmo biológico” como lo han logrado hacer los tres recientes nobeles, o que seamos capaces de demostrar la incidencia de los turnos rotativos y nocturnos en la generación de determinadas enfermedades, y que así y todo se siga trabajando en semejantes condiciones, despreciando permanentemente la salud y la integridad física y moral de quienes ponemos el lomo todos los días.