Los dos artículos que publicamos a continuación forman parte de un material que nuestro Partido distribuyó en el 32° Encuentro de Mujeres que se realiza entre el 14 y el 16 de octubre en Resistencia, provincia del Chaco.
Antes de empezar a abordar un debate tan importante y profundo, nos preguntarnos si la discusión sobre las cuestiones de género no debería ser de toda la sociedad, incluyendo a los hombres. Dado que, para llevar a cabo la revolución que queremos, tenemos la premisa de la UNIDAD, no debemos replicar la sectorización de los conflictos y las luchas que la burguesía pretende imponer en todos los planos de la vida del pueblo.
No caben dudas de que la cuestión de género es transversal a cada una de las problemáticas de los 71 talleres planteados para el 32° Encuentro de Mujeres, como a una infinidad de temas más. Pero lo que no debemos perder de vista es que todas estas problemáticas tienen el mismo origen: el capitalismo.
El aporte que venimos a poner en la mesa de debate es la cuestión de género en el contexto de la lucha de clases. Somos mujeres que pertenecemos a una clase, la clase trabajadora. Desde ahí nos proponemos transformar no sólo nuestras condiciones de vida sino las de todo nuestro pueblo. Si no estaríamos desligando el fenómeno de la violencia contra nosotras del enfrentamiento principal: explotados contra explotadores.
Hacemos responsable al Estado (estado al servicio de las clase explotadora) de que la MUJER sea víctima de secuestros para la trata y explotación sexual y de que padres, maridos, hermanos e hijos sufran esas pérdidas, de que haya mujeres desocupadas como también hombres, de las falencias en la salud y la educación que sufre la mujer y todo el conjunto del pueblo y de la superexplotación que sufre toda la clase trabajadora.
Sin embargo, las mujeres nos encontramos doblemente oprimidas. Por un lado, con la creciente socialización de la producción, y la cada vez más acentuada disminución de la masa salarial, debemos salir a vender nuestra fuerza de trabajo en forma masiva. Por el otro, nos encontramos sometidas culturalmente a los quehaceres domésticos, que por los vestigios machistas de la sociedad recaen como una roca sobre nuestras espaldas.
Ésta opresión cultural no tiene relación con el papel que hoy desarrollamos en la producción; opresión que el sistema capitalista se esfuerza por acentuar, como mecanismo para dividir nuestra clase en un enfrentamiento de género y sostener mejor este régimen de explotación de unas clases sobre otras. Opresión que llevan adelante de mil maneras mediante la estereotipación de los géneros y el tratamiento mercantil al que son sometidos hombres y mujeres, y que en nosotras se manifiesta en formas particularmente agudas, a las cuales nuestro pueblo comenzó, desde hace tiempo, a decir BASTA.
La desigualdad se expresa estadísticamente de la siguiente manera:
· La relación entre hombre y mujer con respecto al trabajo, en relación directa con la producción: hombre: 63%, mujer: 42 %, sumado a que sufre el desempleo 10% más que el hombre.
· En los puestos de producción recibe una remuneración 33% menor a la del hombre por la misma tarea realizada.
· 1 de cada 5 asalariados tiene relación directa con la producción y en esta cifra la mujer ocupa el 9% de los puestos de trabajo.
· No ocupa puestos relevantes excepto en educación; en laboratorios 12% más que los hombres y 11 % menos en energéticos, y así podríamos hacer una extensa lista en cuanto a lo que a igualdad se refiere.
Pero lejos de dividir, esta es la base material para unirnos como pueblo en el debate, la síntesis y la resolución de los problemas que sufrimos las mujeres, porque lo que padece una trabajadora, una madre, una estudiante, una militante, es el reflejo del perverso sistema capitalista en nuestro género.
Al dolor social que genera toda la violencia que padecemos venimos a oponerle una salida: la construcción de un proyecto revolucionario que se plante como alternativa de poder.
En la medida que todo nuestro pueblo se vaya organizando para transformar de fondo la sociedad, iremos encontrando también las respuestas a la violencia de género. Puesto que sólo en un sistema que ponga a la Humanidad y la naturaleza por sobre las ganancias, las mujeres conquistaremos la igualdad de derechos y libertades que necesitamos.
LAS MUJERES NOS PLANTAMOS, DECIMOS BASTA Y SALIMOS A LAS CALLES
Las mujeres de todo el mundo venimos expresando una profunda rebeldía frente a todos los tipos de violencia que nos tienen como objeto. Machismo, violencia u sumisión en el hogar, robo de niñas y mujeres jóvenes para alimentar la red trata de personas, salarios menores por iguales tareas, precarización y desocupación, el peso sobre nuestras espaldas de todas las tareas de crianza y domésticas. Las mujeres nos plantamos, decimos basta y salimos a las calles en un movimiento heterogéneo fundado en miles de motivaciones, que confluyen.
Le ponemos el pecho a la vida a diario para sacar adelante nuestras familias, muchas veces solas, podríamos enumerar todas las dificultades con las que nos chocamos en la resolución práctica de la cotidianeidad pero sería demasiado larga la lista.
Ahora, más allá de las particularidades de cada situación, y de los diversos grados de gravedad (es decir, no es lo mismo la sustracción de una niña de su familia para la red de prostitución o un asesinato en el marco de un problema de pareja que la mala distribución de las tareas del hogar), lo que es claro es que puja desde abajo y de forma masiva una necesidad de cambiar las cosas. Las mujeres necesitamos transformar nuestras condiciones de vida.
De esta conclusión deviene la pregunta ineludible del ¿cómo hacemos? ¿Con quienes?
Nosotras/os desde el PRT entendemos que la única manera que tenemos las mujeres, las trabajadoras de enfrentar cada una de estas situaciones es organizándonos. Todas las que alguna vez pedimos ayuda en alguna institución del Estado sabemos que si no hay marca, no se puede hacer nada, si no hay testigos es una fantasía nuestra, sólo se toma la denuncia con presentación de cadáver por ventanilla. La hipocresía en este tema es más que violenta. Colas de mujeres pidiendo ayuda en oficinas para las que no somos nada. Sólo abren teléfonos para lavarse la cara y hacer propaganda electoral.
Las mujeres, como todo nuestro pueblo sólo tenemos a nuestros pares, sólo construyendo nuestras organizaciones locales, potenciando y masificando nuestras redes, familiares, con las familias de los compañeros de nuestras/os hijas/os, con nuestras compañeras/os de trabajo, con nuestros/as vecinas construimos el poder necesario para resolver nuestros problemas. La violencia doméstica y social contra nosotras tampoco va encontrar otra manera de ir resolviéndose que no sea haciéndonos fuertes en nuestros barrios. ¿Cómo podríamos esperar que la policía cuide a nuestras hijas? ¿Cómo podríamos delegar en la justicia el cuidado de nuestras amigas o vecinas? Todas sus instituciones están podridas, y muchas veces son parte activa en la red de violencia y corrupción.
Involucrar -en este debate y en las acciones que vayan modificando estas relaciones- a los hombres, es una manera de abordar el tema desde una visión de unidad, así como no aceptamos las divisiones entre trabajadoras de planta y contratadas, así como nos negamos a organizarnos bajo sus reglas corporativas, debemos involucrar a nuestros compañeros, hacerlos parte. Porque el problema de la violencia contra las mujeres NO es de las mujeres, es un problema que nos obliga a trabajarlo en unidad con nuestros hijos, nuestras hijas, nuestras parejas, hermanos o padres, vecinos y compañeros de trabajo.
Seguramente seremos nosotras las que estemos a la cabeza, centralmente por necesidad, pero tenemos que tratar de no caer en una resolución sectaria, pues estas transformaciones deben ser de toda la sociedad. Sino quedaremos aisladas y la potencia del movimiento se reducirá a una pequeña fracción de mujeres.
Construir poder local, en cada barrio, en cada lugar de trabajo, para protegernos, para cuidarnos entre nosotras/os es el desafío que hoy tenemos como mujeres y como trabajadoras. Seguramente en la medida que profundicemos nuestras organizaciones no sólo enfrentemos la violencia contra nosotras sino que estaremos aportando a la construcción del poder necesario para liberarnos también de la violencia de este sistema, para el que -no sólo las mujeres sino todo nuestro pueblo- somos sólo una mercancía.