Desde que nacemos, las instituciones del Estado capitalista nos “educan” bajo la falsa idea de que “todo será igual y nada puede cambiar”. El objetivo se cae de maduro: someter ideológicamente al pueblo, como si fuese “normal” la explotación y la degradación del ser humano; o la concentración de riqueza en cada vez menos manos, que sumergen en el deterioro la vida de millones.
La vida no tiene ningún significado para la ambición de la oligarquía financiera. Salvajes invasiones militares contra poblaciones civiles; el sometimiento a la marginalidad y la pobreza; las interminables muertes por accidentes de trabajo; por falta de acceso a una medicina efectiva; la condena de por vida a la mala alimentación; la gravísima contaminación de la tierra, el agua y el aire en pos de su saqueo, entre otras tantas desgracias. Y todo tiene una razón: el sostenimiento del capitalismo.
La oligarquía financiera en nuestro país posee el control absoluto del Estado: un puñado de personas sometiendo a más de 40 millones. Este sector de clase dispone de la maquinaria del Estado para que todo lo producido, distribuido y comercializado sea un eslabón de la cadena global capitalista; donde el objetivo no es el beneficio de los que generamos lo producido sino la ganancia y acumulación de los bancos, las grandes industrias y las empresas monopolistas.
Pero mal que les pese a los que se esfuerzan por someternos a un mar de resignación, la historia de la humanidad está cambiando a favor de los pueblos. Y en nuestro país la lucha y la organización independiente comienzan a tomar cada vez más protagonismo frente a las injusticias y atrocidades de un sistema que atraviesa una profunda crisis económica y política estructural, que ha llevado a la humanidad a una gran decadencia. Por eso, como sosteníamos en otro artículo días atrás, la destrucción del capitalismo es una necesidad de los pueblos.
Transitamos una etapa donde vamos ejercitando el poder desde la movilización surgida desde abajo. Cuando la lucha por las conquistas se planta por fuera de las instituciones del sistema, comienza a ser la principal vía de salida para resolver los problemas. Ese cambio, a partir del potencial en la organización y la acción de las propias fuerzas, y el rompimiento con muchos prejuicios ideológicos impuestos en esta sociedad, comienzan a destacarse.
Y por ese camino de experiencia se van gestando miles de organizaciones de toda índole, que nacen por necesidad de resolver y como respuesta a un Estado que sólo responde a los intereses de la burguesía. Esas organizaciones obreras, estudiantiles, vecinales, deportivas, culturales, y de todo tipo, se mueven en todos los rincones del país.
Son miles y miles los que frente a las injusticias de este sistema y su Estado, depositan su confianza en la lucha, en sus propias fuerzas, en sus dirigentes nacidos desde las bases, en la construcción de organizaciones genuinas, adoptando la democracia directa para la toma de decisiones. Estas, son instituciones revolucionarias en su esencia que -por fuera de la institucionalidad imperante- y sin ser consientes aún, van construyendo nuevas instituciones genuinas del pueblo.
Esto abre una perspectiva real de futuro. La unidad política de todas las luchas contra un enemigo en común comienza a tomar gran importancia. La burguesía lo sabe y hará lo imposible por encorsetar los conflictos entre cuatro paredes. No debemos subestimar los niveles de transformación logrados en la lucha, que con un nuevo escalón de unidad darán un salto cualitativo enorme y abrirán nuevas perspectivas de poder.
Debemos fortalecer esa mirada de futuro y un sentido de pertenencia de la clase obrera y el pueblo a un proyecto político de cambio, en un proyecto revolucionario. Desde la movilización, la unidad y la organización, vamos caminando sobre esa necesidad, donde la idea objetiva del “hacia dónde vamos” deja de ser un interrogante sin respuesta.