La lucha es política, económica e ideológica

La lucha entre la clase obrera y la burguesía se manifiesta fundamentalmente tres frentes de batalla en paralelo: la lucha económica, política e ideológica. Cada momento histórico esta signado por movimientos de avance y retroceso, donde la dominación de la burguesía o la independencia de la clase obrera, cobran más o menos fuerza de acuerdo al desarrollo de la lucha de clases.

Los sucesivos golpes de Estado que sufrió nuestro país estuvieron marcados por un acentuado ajuste económico[1]acompañado de una política creciente de cercenar las libertades políticas y de expresión, así como una profunda dominación ideológica, basada fundamentalmente en la concepción del “orden y progreso” y fundadas en el “enemigo interno”.

La década de 1990 estuvo así mismo marcada por toda una serie de medidas económicas que apuntaban a la flexibilización laboral, el aumento de la productividad mediante recambio tecnológico, el achique de las empresas estatales y su paso directo a manos de la oligarquía financiera. Esa ofensiva económica tampoco hubiera sido posible sin una serie de medidas políticas e ideológicas que permitiesen asegurar la dominación de la burguesía sobre el conjunto de la clase obrera y el pueblo. La fusión total de los sindicatos con las gerencias empresariales vinieron a barrer de un plumazo las libertades políticas que habían sido conquistadas tras la dictadura. Ese avance de la burguesía sobre la clase obrera adquirió un carácter internacional, reforzado por la caída del campo socialista, el fin de un periodo revolucionario iniciado en la década del 60´ y el ingreso de China, con bajísimos salarios, al mercado mundial. Esa conjunción de sucesos posiciono a la clase obrera en una situación de debilidad que fertilizo el terreno para el desarrollo de políticas de mayor opresión. En lo ideológico,esa ofensiva económica estuvo signada a su vez por toda una serie de teorías que postulaban “el fin de la historia”, la “desaparición de la lucha de clases”, y hasta la mismísima “desaparición de la clase obrera”. Mientras tanto los obreros del mundo nos preguntábamos ¿si ha desaparecido la clase obrera quien entonces produce todos los bienes que consumimos, la computadora sobre la que escribo, la silla sobre la que me siento y la comida que ingiero?

El incremento de la lucha social, que se vino amasando muy desde abajo a mediados de los 90´, con el surgimiento de la autoconvocatoria como metodología de organización, erosiono a la burguesía y, tanto en nuestro país como a nivel mundial, la existencia de las clases sociales  volvió a manifestarse tan viva como nunca: nuevamente la materia, la realidad, se impuso por sobre las teorías vulgares de los intelectuales que defienden este sistema.La  protesta social, cristalizada fundamentalmente en el estallido del 2001, demostró la materialidad de la lucha de clases. La burguesía ya no se las vio tan fácil para poder ejercer su dominación y salió a relucir “nuevas” teorías pretendiendo solapar la esencia de las contradicciones de clase, hablando de “nuevos sujetos sociales” y volviendo a hurguetear sobre el constantemente renovado concepto de “clase media” como sujeto social y postulando al Estado como “conciliador” entre esas clases sociales; manifestando la idea del bienestar de los trabajadores ligado al desarrollo de supuestos capitales nacionales, etc.Amparados bajo esa excusa ideológica, en lo político llevaron a cabo iniciativas como los pretendidos pactos sociales que nunca pudieron implementar. Pero tampoco podían implementar una disminución del salario por medios directos, y no les quedo otra quellevar la lucha económica fundamentalmente mediante el mecanismo inflacionario.

Cada periodo de la lucha de clases se encuentra signado por una forma de lucha económica, política e ideológica que se corresponde con la correlación de fuerzas entre las clases sociales y el momento histórico particular. Allí cuandopor diversos motivos la burguesía se encuentra fortalecida, intenta aplicar la dominación en su forma más cruda: cercenando las libertades políticas, aumentando productividad, recortando salarios en forma directa y negando la existencia de los antagonismos de clase y la función del Estado como herramienta de dominación.

Al ajuste económico que está desarrollando actualmente la oligarquía financiera se le vienen sumando una serie de intentos para asentar la dominación en lo ideológico. Numerosas son las denuncias que hemos realizado desde nuestra prensa para desmantelar la esencia de esta pelea ideológica en torno a los últimos acontecimientos.

A la iniciativa política y económica de la reforma laboral, por ejemplo, pretenden justificarla con teorías resucitadas, llegando a negar el concepto mismo del trabajo y la existencia de las clases sociales. En las notas“Falacias de un vulgar ideólogo” y “El concepto de Macri sobre la concepción del trabajo”por ejemplo, denunciábamos cómo la burguesía pretende ocultar la lucha de clases, los intereses irreconciliables entre la clase obrera y la oligarquía financiera, dibujando el concepto de trabajo como si se tratara de una “cooperación entre las clases”, entre obreros y patrones, y presentando los intereses de la clases sociales, no como contrapuestos, sino como complementarios, en “armonía”. La otra piedra angular del discurso de los monopolios es el verso de que la inversión de capitales constituye el mecanismo para eliminar la pobreza, y que, para atraer a las inversiones hay que flexibilizar el trabajo. O sea que, para eliminar la pobreza… ¡La clase obrera tiene que ganar cada vez menos, tiene que ser cada vez más pobre! ¡Hermosa falacia!

Para eliminar la pobreza hay que atraer inversiones.

Para atraer inversiones hay que disminuir salarios.

La disminución de salarios implica mayor pobreza para la clase obrera.

De lo que nos queda que: para eliminar la pobreza hay que aumentar la pobreza.

Le recomendamos al ministerio de educación que vuelva a incluir en los programas universitarios destinados a los genios que nos venden todo este pescado podrido, algo de lógica proposicional.

De igual manera, a la represión mapuche, a la impunidad policial en general y en la Patagonia en particular, la defienden sobre el discurso de que la defensa a la propiedad privada y la hegemonía del Estado, son la garantía de las libertades individuales, cuando en realidad, es completamente al contrario. Denunciábamos en nuestra nota “Una frase hueca: el capitalismo defiende la propiedad privada” cómo la existencia de la propiedad privada es, en realidad la que facilita la expropiación del trabajo individual surgida como resultado del propio trabajo. Si el producto de mi trabajo, es decir, si los miles de millones de recursos que generamos los trabajadores todos los días, no se encuentra en nuestras manos; si de un lado producimos millones de pesos día a día, pero del otro, nuestro salario representa una suma miserable en comparación con semejante riqueza; si ello ocurre es justamente por la existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción. Es la propiedad privada sobre los medios de producción lo que permite que una clase parasitaria, que no trabaja (la burguesía) se apropie de los recursos de los que trabajamos todos los días, pero que no poseemos el título de propiedad sobre las maquinas, instalaciones y recursos que utilizamos y producimos a diario.

Pero la existencia de esa propiedad privada, de ese robo cotidiano al producto de nuestro trabajo, no podría existir si la clase dominante no contara con un Estado como herramienta de dominación, con todas las instituciones a su servicio, incluyendo las fuerzas represivas. Bajo el pretexto del “…Estado, la constitución, los símbolos…”[2] y demás cuestiones por el estilo, el gobierno defiende las propiedades de los grandes capitales trasnacionales, como los Benetton o los Lewis. Intereses que no solo son lejanos, sino completamente antagónicos con los de la amplia mayoría de la población: el proletariado argentino.

La crisis producida en el seno de las FFAA con la desaparición del ARA San Juan corre en el mismo sentido. Bajo el pretexto de una mentada soberanía nacional, intentan ahora ganar terreno para justificar el accionar y financiamiento de las fuerzas represivas. Inclusive ante un hecho que a todas luces atraviesa a la burocracia del sistema, que no le importa ni la seguridad de su propio ejército, y que a su vez destina cada vez más fondos para reprimir la protesta social: porque para la burguesía el enemigo no existe fronteras afuera, los verdaderos dueños de este país son los grandes capitales trasnacionales, el enemigo de la burguesía es la clase obrera y el pueblo trabajador.

Ejemplos podemos citar miles, aquí postulamos algunos de los que más candentes se encuentran, pero queremos resaltar un aspecto particular de la cuestión. La burguesía monopolista, en su ofensiva mundial para disminuir la masa salarial, está desplegando un abanico muy grande de herramientas de dominación y sometimiento. Eso es verdad. Pero tampoco quiere decir, ni mucho menos, que se encuentre en una situación favorable y fértil para sembrar semejante estiércol. Cada paso que toman, cada medida político-económica y cada argumento ideológico se encuentra atravesado por una profunda crisis, puesto que aviva por doquier el descontento de los pueblos del mundo. Cada vez más amplias masas comprenden que el enfrentamiento que se está liberando es clase contra clase y en ese sentido, por más falacias que se inventen para ocultar la lucha y la existencia de las clases, esos argumentos vienen atrasados, porque en la práctica la movilización política los supera.

Esto no quiere decir, de ninguna manera, que debamos dejarles un tranco de ventaja en la lucha ideológica. Al contrario, los revolucionarios debemos estar más atentos que nunca para desnudar las mentiras de la oligarquía financiera, y luchar contra ella, también en ese aspecto fundamental.


[1] Podríamos mencionar, por ejemplo, el plan económico de KriegerVasena durante el golpe de Estado de 1966 (Onganía) cuyas principales medidas consistían en la suspensión de los convenios colectivos de trabajo, congelamiento de los aumentos salariales, y la sanción de una ley de hidrocarburos que permitía la explotación extranjera directa. En la dictadura de 1976 el plan económico estuvo a manos deMartínez de Hoz donde el capital monopólico termina de asentarse en nuestro país. Recordemos que en este período se produce la estatización de la deuda privada, dentro de la cual ingentes masas de deuda privada (dentro de ellas las del capitalistas como Macri padre) pasaron a ser absorbidas directamente por el banco central.

[2] Tal cual del último discurso de Patricia Bullrich, a propósito del asesinato de Rafael Nahuel.

Compartí este artículo