Las jornadas del 14 y el 18 de diciembre quedarán grabadas en la memoria del pueblo en tanto hitos históricos de la lucha de clases del pueblo argentino. Sin ánimo de reiterar lo volcado en notas recientes, cabe destacar el hecho patente de que buena parte de ambas movilizaciones estuvieron alimentadas por la concurrencia espontánea de colectivos organizados desde los lugares de trabajo, desde los barrios y diferentes organizaciones sociales.
Muchos de nosotros hemos marchado conjuntamente con compañeros de trabajo, por fuera de los aparatos burocráticos sindicales y partidarios. Lo cual refleja un avance en el desarrollo de las masas en su enfrentamiento con la burguesía explotadora, pues la organización autoconvocada refleja de manera palmaria el ejercicio de la democracia directa que toma decisiones en función de los intereses y las necesidades del conjunto.
Una particular referencia debe estar dedicada a los episodios de violencia que se registraron en el desarrollo de ambas jornadas.
El Estado de los monopolios pretendió distraer la atención de lo esencial, apoyado por los medios de comunicación del régimen, y utilizando para ello toda clase de subterfugios, provocaciones e infiltrados.
Y eso que llamamos lo esencial consiste consiste en las gigantescas manifestaciones del pueblo trabajador, en defensa de sus intereses de clase.
Estas demostraciones multitudinarias no se generan de la noche a la mañana: son más bien el resultado de la acumulación de fuerzas y experiencias de lucha que emergen día a día desde cada rincón del país, desde las fábricas, las escuelas y los barrios, y que vienen demostrando que este es el camino a recorrer, claramente demarcado por fuera de las instancias de la burocracia sindical y corporativa. Ya hace tiempo que viene cobrando actualidad nuestro aforismo: es hora de la rebelión de las bases.
La democracia representativa, como herramienta privilegiada de la clase burguesa en su desesperada adherencia al poder, está en crisis, porque la propia burguesía se encuentra en crisis, tal y como se percibe en las guerras intestinas que libran sus diferentes facciones, marcadas a fuego por la avaricia y la sed de ganancias, desplazándose entre sí de los centros del poder económico.
Constituye un hecho capital el profundo cuestionamiento del pueblo trabajador a esa democracia falsa. Los trabajadores ya no confían en los legisladores que son supuestamente los “representantes del pueblo”, porque hace rato que se han sacado la máscara.
En ocasión de la ya establecida ley de reforma previsional esto quedó rotundamente demostrado. El 75-80% de la población, según las diferentes encuestas, está en contra de la reforma, pero los señores legisladores dan el quórum para su tratamiento y votan a favor de la misma, poniéndose de espaldas al pueblo que dicen representar. Contradicción indisimulable del sistema democrático burgués, que desnuda la mentira de su funcionamiento y muestra con claridad que el poder político responde a los intereses del poder de las grandes corporaciones que gobiernan el planeta.
Las masas señalan el camino: la lucha contra la burguesía no se libra en el parlamento ni en las elecciones, sino en las calles, en los barrios, en los lugares de trabajo.
Y de ese modo se continuará librando este combate contra el gobierno de los monopolios, ya que es de esperar que las fuerzas en disputa tensen la cuerda, en virtud de la profunda crisis que atraviesa la burguesía parásita.
Estos acontecimientos, que se acumulan en tanto experiencia de lucha en la memoria del pueblo, nos invitan a decir que la revolución está en marcha.