Un aspecto revolucionario de la situación política nacional

Las vacaciones han agitado las aguas políticas. Hay algo que no anda bien, se intuye, se palpa y las ratas de todo color mueven las aguas nauseabundas de una democracia “representativa”que no da respuesta a la gravedad de problemas que abruman a la población.

El oficialismo que no puede digerir el mal humor reinante que se expresa por lo más visible, no hay dos funcionarios que piensen igual de cómo llevar adelante  temas tan calientes, a saber: inflación, tasas de interés, leyes laborales. La oposición parlamentaria no se cansa de dar recetas al gobierno pero no hay dos que se pongan de acuerdo de cómo hacerlo.

Sin embargo aparecen los magos de la política, aquellos “visionarios burgueses” que pregonan la unidad, sean de un “bando” o de otro porque presienten que así las cosas no terminarán bien (para ellos). Tienen asimilado que no hay recambio y eso es peligroso para la “democracia burguesa” como mejor forma de dominación.

Salen al ruedo los “muertos vivos” y agitan banderas de unidad, el presidente desde su “reinado” y la oposición con “representantes” llámense diputados, senadores o gobernadores entre otros que sin sonrojarse votaron leyes acordes con los intereses del gran capital monopolista.

El problema para nuestro pueblo se presenta de otro modo, la clase dominante y este séquito de parásitos de todo color están bien catalogados por la gran mayoría de la población, se los vote o no, se sabe que todo es corrupción. Pero aún la clase burguesa, desde el Estado, domina en lo ideológico y hace pesar décadas en donde no se cuestionó el sistema capitalista, aún prima el peso que implica la imposibilidad de un cambio revolucionario. Los medios de producción en manos de pocos monopolios trasnacionalizados y las administraciones políticas del Estado solo pueden ser “mejorados” en el sistema capitalista con más “democracia representativa” nos dicen.

En un país como el nuestro en que el año 2017 ocupó el segundo lugar en la región de procesos de concentración económica se necesitaría entonces una democracia burguesa con alta centralización política, es decir “representantes” capaces de llevar las transformaciones políticas a sangre y fuego.

Pero el cuadro político manifiesta otra cosa y los llamados de unidad por arriba, de esos rancios malolientes, cruzados por la fuerza de la costumbre de la corrupción terminarán en “alianzas” pecaminosas, se sentarán en una mesa raída, mintiendo como en vulgar juego de “truco”. Nada creíble.

Pero insistimos, sus crisis políticas no resuelven el problema político de nuestra revolución.

Es en ese pensar que como alternativa a la “democracia burguesa representativa” hay que desarrollar y profundizar la Democracia Directa, es decir la idea de que no necesitamos que nadie nos represente y con ello profundizamos la experiencia que nuestro pueblo viene haciendo en donde la metodología y la organización que viene de abajo se exprese con un nuevo cuño de asamblea que  lo decida todo.

No importa ya si este andar aún es confuso, si se mezclan debates sobre si respetar o no ciertas instituciones del Estado, lo determinante es la metodología y la organización de cómo llevar adelante la democracia directa. El respeto a las mayorías del lugar concreto de que se trate. Que la masividad y robustez de este proceso lo subordine todo.

Es en este proceso que la democracia burguesa que es de unos pocos contra las grandes mayorías que todo lo hacemos, naufraga de crisis política en crisis política. Con ella naufraga lo viejo, lo que ya no encaja con las relaciones sociales, y es desde esa cuestión fundamental que despunta lo nuevo, que lo abarca todo, que está naciendo en cada injusticia, y cuando a ello hay respuesta, repetimos, no importa ya las formas que adquiere pero marca su sello con nuevas metodologías democráticas. Afirmamos que lo revolucionario está vivo, cobra vigor, se ensancha cada día en la sociedad. El secreto es persistir, pujar la historia para adelante, una y otra vez golpear y no dejar que un gobierno como éste ejerza el “mandato representativo” estipulado por una Constitución Nacional que  ni siquiera el poder burgués respeta.

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