Una nueva apología del capitalismo

En más de una oportunidad hemos oído decir en voz de ciertos analistas las siguientes frases en referencia a la situación económica: “La tasa de crecimiento de la economía se acelera a un ritmo del 3% anual”…, o “la tasa de crecimiento económico se expande aceleradamente a escala mundial a un ritmo del 5%”… o “la economía va a crecer más que un 2%”… y demás alocuciones por el estilo.

Como si fuera un gas que flota en la atmosfera y se expande y contrae, según las presiones a las que está sometido, tratan a la economía en esos términos. Referenciando sus características etéreas y volátiles, difíciles de conmensurar y como cualquier gas invisible a los ojos, engloban la situación económica de las clases al margen de sus condiciones materiales de vida y de qué lado de la producción están, para ocultar un hecho ineludible del capital monopolista mundial que es la descomunal distancia entre los trabajadores y el pueblo, y la clase explotadora.

A decir verdad, ¿quién en su sano juicio puede ver la situación económica por fuera de la alimentación, la salud, por fuera de las condiciones salariales, al margen del ingreso real y no del ingreso nominal que se percibe en el bolsillo? Los trabajadores sabemos que la economía se puede ver y tocar en las extenuantes horas de trabajo, en la productividad y en la superexplotación, en los despidos, en los salarios miserables y en las políticas que hacen aún más miserables nuestras condiciones de vida. Por ello, la lucha política al no dejarse someter a estas reglas no cesa y va en aumento.

El crecimiento económico en el capitalismo está sujeto a estas condiciones, que por supuesto son –indefectiblemente- condiciones de clase. “El crecimiento de la economía global va a un ritmo acelerado”, como gustan decir los apologistas del sistema, se asienta en la explotación del trabajo asalariado, altamente socializado a escala planetaria y crece en proporción al decrecimiento de las condiciones materiales de vida.

Es decir, crecen las ganancias de los explotadores, de los monopolios, del capital financiero mundial, en proporción al deterioro de las condiciones de vida de cientos de millones. Por ende, el supuesto crecimiento de la economía es una abstracción con un claro significado de clase, con la intención de desnaturalizar la propia ignominia del sistema capitalista y mostrar una cara que realmente no tiene. Como no podía ser de otra manera los apologistas abundan en cifras y porcentajes para cuantificarlo pretendiendo anunciar el fin de las malas épocas.

Es tan aguda la crisis capitalista que este concepto no deja de reiterarse cotidiana y obligadamente con prometedoras alusiones sobre el bienestar dentro de este régimen opresivo e inhumano. ¿Cuántas veces hemos oído a Macri y a sus funcionarios al servicio de los monopolios, decir que vamos a crecer y estamos para adelante y bla bla bla? Mientras tanto, la fórmula es más explotación y chatura salarial o sea, la única fórmula que beneficia los negocios de los monopolios.

Cuando hablan de fórmulas y de “crecimiento económico” nunca están ausentes las cifras y datos estadísticos del ejemplar “éxito chino y su boom económico y social”. Según el artículo de Jorge Castro, publicado en Clarín el pasado 11 de marzo de este año: “La economía china creció 6,9% en 2017, con un aumento de la productividad de todos los factores que supero el 7% en el año… El aumento de la productividad es ya el responsable de más del 60% del crecimiento de la economía China”.

Jack Ma, fundador de Alibaba, monopolio transnacional del comercio mundial de origen chino, plantea la fórmula del éxito: “La regla es 9-9-6. Trabajar de 9 de la mañana  a las 9 de la noche, seis días a la semana”. Son 72 horas semanales. “Les pedimos a tres personas que hagan el trabajo de cinco y les pagamos por cuatro”.

Según Castro, la contribución de la economía China al aparente crecimiento económico mundial es exponencial, como también lo es el costo que pagan los trabajadores por su contribución a la cuota de ganancia del Señor Jack Ma, al servicio del segmento más concentrado del capital monopolista mundial.

Trabajadores que mueren en sus puestos de trabajo por el agobio y las presiones a las que están sometidos son la base del mentado “crecimiento” económico chino, la misma que se hace visible en la productividad  hindú, en el boom de la producción extenuante en los EE. UU. basada en la superexplotación de mano de obra inmigrante, de las atrocidades en las regiones de África… ¡abundan los hechos que lo demuestran!

Todo ello no es un ejemplo a seguir como nos quieren hacer creer. Es ni más ni menos la conducta del capital monopolista a escala planetaria, del imperialismo, que en la expresión de los gobiernos y el Estado a su servicio, en el ninguneo y el avasallamiento de las propias leyes laborales y sociales de carácter constitucional logradas como un avance de la humanidad, pretenden sostener sus ganancias profundizando los niveles de esclavitud asalariada a niveles anacrónicos e inhumanos.

Frente a ello, la revolución socialista es un paso ineludible para los millones de trabajadores que aspiran a una vida digna.                               

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