La crisis cambiaria de estos días pega de lleno en la economía de nuestro pueblo, al desnudar por enésima vez los despiadados mecanismos de expropiación del que hace uso el capital financiero como clase en el poder. Mas allá de los juegos de las tasas de interés de EE.UU., de la sobreabundancia de bonos como las Lebac, del volumen de las reservas desembolsados para contener al dólar, resulta que el dólar no está contenido. Ello pone de relieve que la fragilidad del gobierno frente a la crítica coyuntura mundial no se traduce en otra cosa que en más inflación impactando de lleno en el bolsillo de millones y en sus condiciones de vida.
Aunque los personajes del equipo económico expresen que estas condiciones mundiales son ajenas a sus intenciones “de reducir la inflación”, – muletilla que nuestro pueblo ya está cansado de escuchar- la situación reafirma que de ninguna manera ello es el resultado que se expresa en la realidad.
Por el contrario, como son arte y parte de estas condiciones propias de la crisis mundial y de las facciones del capital financiero a las que están subordinados, el Estado, las políticas de gobierno y los negocios que se ventilan en su seno, intentar disimular su protagonismo en todo ello y es ya una burla. ¿O acaso los negociados con las tarifas, no tienen relación con estas condiciones? ¿Está ajena a todo esto la demanda de devaluación que impulsan los monopolios frente a la disparada del dólar? ¿Acaso la devaluación y la inflación no tienen íntima relación con la chatura salarial y con paritarias al 15%?
Sin minimizar el peso la crisis mundial en la situación local y sin desconocer la fragilidad de este gobierno frente a ello, es claro que el capital monopolista a expensas de la trama de debilidades y luchas intestinas que los embreta, se encolumna detrás de los planes de explotación y expropiación, de rapiña y saqueo de los bolsillos que se han constituido en la espada de Damocles para las familias trabajadoras de nuestro pueblo.
Hacer de los fenómenos mundiales el culpable de sus malabares y de su incertidumbre frente a la coyuntura, es un argumento que intenta disimular causas más profundas. Tiene que ver con hacer creer que el sistema electoral burgués es la única vía de cambio social posible. Tiene que ver con la guerra que ventilan por la ganancia y con la apropiación de los recursos, con el Estado de anarquía imperante a causa de que los bienes que se producen son los que les conviene a sus negocios -que están muy lejos de las necesidades de nuestro pueblo-; por lo tanto, la guerra que descansa en su monopolización es la que se traslada en forma de ajuste, tarifazos y salarios chatos.
Tiene que ver con el carácter parasitario y rapiñero de la clase en el poder que hace uso del Estado para avalar estas políticas y con un gobierno abocado a satisfacer los intereses de esta clase en detrimento de las condiciones de vida de millones de compatriotas. Condiciones de vida estancadas y sumergidas en un clima de incertidumbre dominado por este cuadro de decadencia capitalista. Ello es lo que esgrime el régimen actual con toda su acumulación de contradicciones.
Lejos de un clima de paz social, estas movidas inflacionarias y devaluatorias se precipitan como otro factor que acentúa la crisis política de los de arriba, cuyas condiciones de gobernabilidad ya están desgastadas al desenmascararse su condición despótica y rapiñero al servicio de los monopolios por la lucha de las masas.
Este marco de incertidumbre y marcado deterioro del gobierno frente a nuestro pueblo, contribuye notablemente su propia crisis, pero sin dudas es producto de la lucha de clases. Se da en un plano de ascenso de la lucha por los salarios y condiciones laborales que se intercalan con el enfrentamiento a los tarifazos, las demandas por las condiciones de la educación y la salud, donde la lucha contra el fracking y contra los despidos en diversas ramas industriales e instituciones del Estado, con los paros de diversos gremios, se mimetizan en un cuadro generalizado que expresan desde sus diversas particularidades y aspectos el hartazgo a todo esto.
Dimensionándose más aun por los ataques descomunales que el macrismo práctica. Donde las propias instituciones sindicales a su servicio ya no concitan ninguna expectativa como expresión de rechazo real a todo esto son permanentemente cuestionadas.
Sobre esta base objetiva y subjetiva descansan la potencia política de la clase obrera y el pueblo para profundizar el enfrentamiento y transformarlo en lucha por el poder.
La necesidad de la organización independiente y revolucionaria de la clase obrera y de las bases populares en torno suyo, para transformar la calidad del enfrentamiento, deben constituirse en herramientas de acción revolucionaria. Y en el marcado estado de anarquía política imperante deben transformarse en la expresión que potencie la acción movilizadora de la masas y en expresión de poder local, capaces construir desde las metodologías asamblearias y el ejercicio de la democracia directa la dirección de los golpes certeros a la burguesía.