Aunque algunos titulares anunciaron un acuerdo de reducción de precios de 10% del combustible entre el gobierno de Temer y empresarios del transporte, la realidad es que esta propuesta fue rechazada, al igual que las otras dos del mismo tenor barajadas durante las últimos tres jornadas.
En un intento por hacerle pisar el palito a los transportistas, frenar su embestida huelguista según las conveniencias del empresariado, la mentada propuesta que fue blandida como un «acuerdo» que implica una tregua por 15 días en su lucha por las rebajas de precios, solo intenta la reducción del 10% al combustible diésel, dejando de lado el resto de los combustibles y el gas hogareño. O sea, solo sirve a determinados grupos y -al dejar de lado los otros precios- no hace más que promover más rechazo.
La paralización del transporte, que arrancó el lunes pasado, se sostiene ya por sexto día. A medida que las propuestas de Temer son rechazadas se profundiza la crisis política, cuyo epicentro es el Estado de movilización y el rechazo a los continuos tarifazos del combustible, que junto a la devaluación de real de los últimos días, representan un alto costo para los salarios y las condiciones de vida de los trabajadores y el pueblo.
De allí que el paro cuente con un importante apoyo popular. Aun con el asedio de las fuerzas armadas en las calles y con el amedrentamiento extorsivo de las multas a los huelguistas por cada hora de paralización -que en las últimas horas Temer y compañía han impulsado- se mantienen casi 400 bloqueos y pese a haberse levantado más de cien- con la acción represiva de las fuerzas armadas- el paro continúa con movilización y protestas al costado de las rutas y autovías a lo largo de todo Brasil.
La declaración del Estado de sitio con el ejército en las calles impulsado por Temer, no puede contener el repudio que implica sostener los aumentos de precios de gas y combustibles como gas hogareño, gas oíl y Naftas.
De allí que la limitación del transporte público, el cese del comercio de combustible, la cancelación de los vuelos más que consecuencias de la falta de abastecimiento son en realidad expresiones del rechazo a estas políticas. Al mismo tiempo, el cese de la producción en las fábricas automotrices y de la industria en torno a ella impulsado por las patronales -que pretende ser un medio de presión frente a las condiciones políticas y la inoperancia del poder político- no hacen más que contribuir a la profundización de la crisis, que desde hace años no para de agravarse y no hace otra cosa que mostrar el grado de anarquía en la que se encuentra la burguesía monopolista y su crisis estructural.
El cuadro de crisis política y el hartazgo del pueblo frente a los ataques a sus condiciones económicas y políticas es lo que se ventila en Brasil. El gran botín que representan los recursos petroleros del vecino país para la burguesía monopolista mundial y la guerra por la expropiación y concentración de los mismos, ha llevado a estas facciones a la implementación de una política de precios descomunales a la par y en consonancia con las despiadadas estafas que detrás de la privatización de este y otros recursos se están ventilando minuto a minuto y que sin duda pagan los trabajadores y el pueblo con sus condiciones de vida deterioradas.
En su guerra por la concentración y centralización del capital, la burguesía monopolista fue impotente para garantizar “la paz institucional”, que le permita avanzar en estos planes. Inevitablemente -en función de sus intereses económicos- han llevado las condiciones políticas a un grado de crisis de tal agudeza que ni aun con la represión pueden sostener una mínima institucionalidad del Estado que sirva para garantizar la gobernabilidad.
Porque ya lo advierten algunos lúcidos del poder burgués monopolista: “si se reprime hay más furia, si no se reprime hay una inoperancia exacerbada que agudiza más la crisis”. En plena campaña electoral, con el ejército en las calles reprimiendo reclamos genuinos y justos, Estado de sitio, paralización del parlamento y la institucionalidad con un gobierno despótico anticonstitucional embretado en la inoperancia del poder político, las elecciones en Brasil pasan inevitablemente a un segundo plano. Porque el peso que la lucha de clases -es lo que emerge en estos días- expone que la propia fortaleza burguesa, el Estado, se halla frente a un cuadro de resquebrajamiento, asediado por el hartazgo del pueblo brasilero.