¿De qué corrupción estamos hablando?

Los diarios nacionales, las radios, la televisión y todos los medios masivos llenan páginas y espacios con el caso de la “corrupción” empresaria. Un patético desfile de empresarios ligados a los gobiernos de turno transita las adyacencias de los tribunales y se pierde en los oscuros laberintos del sistema judicial, lugar en donde nadie los encontrará con las manos en la masa.

El primo del presidente se declara “culpable” y “víctima” de un delito menor, funcionarios del gobierno anterior aparecen en la palestra como los hacedores de la malversación, blanqueo y distribución de recursos de “origen turbio” que, sin embargo, catapultaron a los distintos candidatos a los puestos deseados para cumplir sus papeles indispensables para la continuidad del sistema.

La madeja cada vez más enredada actúa como evidencia y manto. Evidencia de que todo negocio y elección de cargos para los poderes del Estado se resuelve con dineros, favores y chanchullos, naturalizando la práctica que puede sonar a los oídos de la sociedad como delito. Manto, porque el enredo es tal que resulta de “imposible” penetración para lograr desatarlo, razón por la cual, todas y cada una de las figuras sospechadas, terminan cubriéndose en la oscuridad de la trama y salen por la puerta lateral que los lleva nuevamente a la luz de los convenientes negocios.

Mientras todo esto acontece, aumentan los combustibles llevando el precio de la palanca que mueve todo el transporte de personas y mercaderías, que va a incidir nuevamente en el aumento desenfrenado de los índices de inflación.

Continúan arteramente los golpes contra los ingresos de los asalariados y de los sectores populares que viven de su trabajo.

La verdadera corrupción de funcionarios e instituciones estatales se enseñorea metiéndose como punta de lanza en los bolsillos del pueblo contra quien el sector minoritario y parásito de la sociedad, la burguesía monopolista, apunta todas sus armas mientras profundiza sus peleas intestinas que riegan de excrementos a todo el país.

Los niveles de descomposición del poder de los monopolios y sus gobiernos están tan expuestos que la propia oligarquía, trata de darse vuelta en el aire como los gatos ante la imposibilidad de evitar la caída, mientras acelera la profundización del saqueo al pueblo.

Es tan urgente hacer los negocios que la prolijidad con la que se envolvían los mismos hace décadas atrás, hoy no es motivo de preocupación.

La corrupción estatal y gubernamental fluye como erupción volcánica. El saqueo se multiplica con el único fin de sostener e incrementar las ganancias de la clase minoritaria de la sociedad con los recursos y bienes producidos por la gran masa mayoritaria que sufre las consecuencias del sistema capitalista en descomposición.

De esta corrupción nadie habla, todos se esconden y cubren arteramente. La burguesía monopolista prefiere abrir las compuertas de las coimas y las “contribuciones” lesionando aún más al sistema electoral que dicen defender y a las obras estatales de las que depende el desarrollo de la infraestructura sobre las que se basan sus negocios regionales en la geografía argentina.

Es preferible esa opción… piensan, mientras se lamen las heridas del golpe que ellos mismos provocaron al saltar. Como los gatos, mientras pueda dominar su propio cuerpo, vuelven a quedar con las patas hacia abajo.

Sin embargo, cuando la altura es muy grande, no hay gato que pueda subsistir aunque sus patas sean las que lleguen primero al piso.

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