Comencemos señalando algo evidente pero que, sin embargo, requiere de algún análisis.
Los gobiernos de los monopolios, ocupantes sucesivos de un Estado que orienta todos sus aparatos (ideológicos, represivos, políticos) a garantizar el dominio de la clase dominante, nos arrastran una crisis política que viene gestándose desde hace décadas en nuestro país.
En mayor o menor medida, según el plan económico implementado y la coyuntura social y política del momento (cuestiones que se condicionan de manera recíproca) los sucesivos desmadres económicos y financieros los paga el pueblo trabajador, pues es sobre el pueblo que recaen las medidas de ajuste.
Así ha sido históricamente en nuestro país. Baste como ejemplos mencionar el ajuste de Krieger Vasena durante la Revolución Argentina, el Rodrigazo del gobierno de María Estela Martínez de Perón (Isabelita), la ominosa época del menemismo con las privatizaciones masivas que rifaron las empresas del Estado y dejaron en la calle a miles de trabajadores, o la devaluación del ministro autodenominado “marxista” en las postrimerías del populismo kirchnerista.
Claro, nos falta mencionar al gobierno de Cambiemos, cuya política económica se exhibe sin tapujos, a través de medidas que de manera directa benefician a los grandes grupos económicos concentrados (sojeras, mineras metalíferas, petroleras) y cuyo plantel participa o ha participado de esos grandes negocios, mostrando a la comunidad un claro conflicto de intereses que no parece inquietarlos demasiado.
Los resultados para el pueblo son devastadores. Hoy tenemos un índice oficial de pobreza de casi el 34 %, tal y como hemos anticipado que iba a suceder desde este espacio político. En el conurbano bonaerense, el 55 % de los niños son pobres, y más del 40 % de ellos se alimenta en comedores, los cuales no dan abasto, ya que ahora las familias enteras deben concurrir a recibir al menos una ración diaria.
El acceso a la salud es deficiente. Si seguimos hablando de niños, el 53 % de ellos sólo tiene acceso al cuidado de la salud a través del servicio público, en franco deterioro. Aparecen enfermedades erradicadas: por ejemplo, el sarampión.
La situación de los mayores también es preocupante, desesperada: con jubilaciones mínimas de 8.200 pesos, los abuelos pasan hambre y no pueden comprar los medicamentos que necesitan, y que acumulan en un año un aumento del 130 %, y hablamos de medicamentos de consumo masivo. En fin, la situación social empeora al ritmo del aumento inversamente proporcional de los negocios de la burguesía.
Estos ejemplos muestran a las claras que la solución no está dentro de los parámetros de un sistema del cual se nutre la clase minoritaria y explotadora. La solución está en las manos del pueblo, de las masas laboriosas, que debemos organizarnos desde las bases para ejercer un verdadero poder que enfrente a los intereses de la burguesía para terminar con toda esta indignidad.