¿Quién es el nuevo presidente de la Corte Suprema de la Nación?

A imagen y semejanza del proceso de concentración económica.

El “señor” Carlos Rosenkrantz juró como juez de la Corte Suprema en agosto del 2016 y vino a profundizar el proceso de concentración económica. Era necesario avanzar un paso más.

Este personaje que aparece en la escena nacional es un abogado que representó a grandes corporaciones y empresas. Se recibió en la UBA y con un magister y un doctorado, ambos títulos adquiridos en la Universidad de Yale, fue profesor de varias universidades en EEUU, España, y la UBA. Este “buen señor” fue asesor del “Programa para la Justicia” del Banco Mundial.

Como abogado tuvo clientes de la talla de: Grupo Clarin, Cablevisión, YPF, Musimundo, América TV, Avila Inversora, La Nación, La Rural, Carbap, Mc Donals, Quilmes, Grupo Modelo, Panamerican Energy y Central Termica Patagónica SA, Bouzat, además asesoró  a los Fondos de inversión GP, Aconcagua, Ventures, HWF Capital y Pegasus, entre otros tantos titanes que poseen un control directo sobre el Estado. Tampoco le faltó litigar contra el propio Estado nacional cuando patrocinó a la provincia de Santa Fe.

Este miembro de la Corte Suprema, hoy su presidente, fue clave en el impulso del fallo del 2×1, un  precedente judicial regresivo si los hubo. E ideólogo del fallo “Fontevecchia” en el que la Corte Suprema desconoció el carácter obligatorio de las decisiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Este “señor”, es parte de los intentos de la oligarquía financiera de centralizar el poder político en una de las instituciones clave del Estado de los monopolios.

Les hacía falta una mayor correspondencia en lo jurídico-político, con un hombre directo de los monopolios para garantizar y legalizar los virulentos procesos de concentración que se están produciendo, que en pocas palabras, significa más ajuste de cuentas contra el pueblo. Se necesitaba un Presidente de la Corte acorde, con el impulso que le dio al fallo del 2×1.  

Pero sería errado olvidar la debilidad política que encierra este nombramiento.

Una de las movilizaciones de carácter netamente político fue el rechazo de nuestro pueblo ante tremenda afrenta orquestada desde las trincheras más reaccionarias, y a la cabeza de todo ello estaba Rosencrantz. La burguesía monopolista tuvo que soportar un golpe severo a una de las instituciones que -de una u otra manera- hasta ese entonces se sostenía de distinta forma y manera, comparada con otras muy desprestigiadas y repudiadas por las grandes mayorías.

Esa debilidad política de la burguesía monopolista no fue revertida, por el contrario, esa manifestación multitudinaria, podríamos afirmar que fue el inicio de un ciclo de nuevas luchas políticas que nuestro pueblo iba a desatar hasta nuestros días. La lucha de clases trasciende a los hombres, a las resoluciones, leyes y decretos. Eso lo sabe la propia Corte Suprema, aprendió la lección.

No será suficiente “adecuar” la superestructura a los procesos de concentración. La lucha de clases lo desacomoda todo, como desacomodó a la Corte Suprema en el fallo del 2×1.

El poder ha tomado esta iniciativa en correspondencia con una centralización de la economía, y también con la necesidad imperiosa de centralizar en política.

Esa mayor centralización tenderá a apuntar contra los derechos políticos adquiridos por nuestro pueblo. Es decir, una tendencia clara a un mayor autoritarismo.

Pero, contradictoriamente, el pueblo tiende a mayores aspiraciones democráticas como nunca lo había sentido, lo cual está creando un estado permanente de deliberación, de lucha, de organización y de enfrentamiento en todos los planos y niveles.

La lucha de clases está dando saltos cualitativos en forma constante, en un camino de acumulación de fuerzas democráticas que contienen la consigna de ¡mayor justicia!; no en cualquier momento sino hoy, con la asunción de este nuevo presidente de la Corte.

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