Pasadas las elecciones en Brasil (y con anterioridad también) voceros del llamado progresismo se han dedicado a realizar una verdadera “apología de la culpa”, respecto de las razones por las que el candidato Bolsonaro sacó una amplia ventaja en los comicios del domingo pasado.
Los culpables, por supuesto, serían los millones de brasileños que votaron al mencionado candidato; incluso, grandes sectores que en su momento habían votado por el PT.
Los analistas políticos e intelectuales que miran los procesos “desde arriba” dictaron rápidamente sus sentencias para descalificar al pueblo. Desde esa perspectiva, los procesos políticos van de derecha a izquierda, y viceversa, haciendo un reduccionismo absoluto de la lucha de clases.
Un proceso tan complejo como es la lucha entre las clases antagónicas, que es la base material de las sociedades en las que existen explotadores y explotados, se intenta explicar con resultados electorales. Y peor aún; cuando gana el candidato “bueno” se ponen contentos y el pueblo vota bien, pero cuando gana el candidato “malo” ese mismo pueblo se convierte en una masa amorfa que “no entiende nada”.
En el primer capítulo de “La ideología alemana”, Marx y Engels afirmaron que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”. Este concepto cardinal del pensamiento marxista no puede sino ser ratificado en todo orden, cuando nos referimos a los procesos sociales y a las concepciones y conductas, que mueven a las sociedades humanas que sufren el yugo del capitalismo.
Cuando el pueblo ejerce el voto no lo está ejerciendo en un ámbito de libertad material y espiritual. Muy por el contrario, lo hace bajo los preceptos y la enajenación que impone la ideología de la burguesía que es la que tiene a su disposición los medios para la producción material y, por ende, los medios para la producción espiritual que terminan sometiendo, con sus ideas y concepciones, al conjunto de las masas explotadas y oprimidas.
De allí que ningún proceso electoral puede analizarse por fuera de estas premisas y, por lo tanto, puede considerarse (como lo hace la burguesía) un acto de libertad que ejercen las masas. Los verdaderos actos libertarios de las masas se dan cuando éstas ejercen hechos históricos que, en su esencia, rompen con los moldes ideológicos que la clase dominante impone.
Esos hechos históricos no pueden medirse por la cantidad de votos que tal o cual candidato de las facciones de la burguesía monopolista obtiene. Deben medirse por los hechos y acontecimientos que las masas protagonizan ejerciendo, de hecho y aun sin ser conscientes de ello, la ruptura con las formas preestablecidas de participación en la lucha política.
Más allá de los resultados electorales la democracia burguesa atraviesa una crisis irreversible en todo el mundo. Los mismos pueblos que encumbran a tal o cual gobernante son los que luego lo terminan defenestrando producto de las políticas que atacan sus condiciones de vida.
En ese proceso, el movimiento de masas consolida cada vez más un camino de ejercicio de la democracia directa para llevar adelante sus luchas y reivindicaciones, que marcha en paralelo a las formas de democracia burguesa establecidas, y de lo que se trata es que esas formas de lucha (en esencia revolucionarias) se adopten para llevar adelante la lucha política contra la clase dominante.
Precisamente, lo que nos debemos proponer los revolucionarios es alentar esas formas nuevas que surgen de lo más profundo de la sociedad, y hacerlas conscientes para que las masas la adopten y avancen en su organización independiente de los mandatos burgueses.
Las críticas a los pueblos por lo que votan o dejan de votar es una crítica ahistórica, esencialmente reaccionaria, que se realiza desde supuestas concepciones progresistas pero que no son más que la reproducción de la ideología dominante.
Las masas que votan a sus verdugos en cada elección (sean del color que sean esos verdugos) son las mismas masas que harán la revolución. El asunto pasa por estar convencidos profundamente de que la revolución será de masas o no será, entendiendo que una revolución será verdadera si las masas derrumban el poder de la burguesía y sus instituciones políticas como fundamento de la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados. La otra opción pasa por ofrecerse como reemplazo de la burguesía sin afectar en lo más mínimo sus bases de dominación política e ideológica.
En conclusión, en la etapa histórica que atravesamos un proceso electoral es parte de las formas de dominación de la clase dominante y nunca puede ser considerado el verdadero termómetro de la lucha de clases.