Algo más sobre los “nacionalismos”

Con mentiras, el sistema introduce toda su ideología de dominación. En la época del imperialismo, en su fase de Capitalismo Monopolista de Estado, hablar de nacionalismos de derecha o de izquierda es introducir un contrabando ideológico cuyo único fin es la defensa del sistema capitalista.

Para muchos politólogos burgueses, hablar en estos términos implica asociarlos a los nacionalismos surgidos en los años treinta del siglo pasado, entremezclado con la “Gran Depresión” que se expandía en todo el mundo.

Ciertamente, el sistema conlleva ciertos rasgos peculiares que invitan a la gran mentira, y si toda comparación es antipática, ésta no le va en zaga.

Hablar de “nacionalismos” en la época del Capitalismo Monopolista de Estado es un absurdo. La globalización, iniciada con ese término en los años 80, fue nada más y nada menos que una necesidad del sistema capitalista por intentar frenar universalmente la caída de la tasa de ganancia.  Y avanzar decididamente en ese terreno implicaba -desde lo político e institucional- facilitar los procesos de concentración económica y centralización de capitales que pujaban por “ordenar” el Capitalismo. En el centro del problema, la caída del salario en el mundo pasaría a ser el mayor desafío de la época abierta.

El freno al desarrollo de las fuerzas productivas que provoca un sistema injusto basado en la explotación y opresión, no iba a detenerse, y la globalización intentaría dar respuestas y soluciones a un problema estructural que se produce cuando la propiedad de los medios de producción se concentran -cada vez más- en pocas manos.  Con ello, no sólo arrastran las más grandes masas al desorden social, político y económico, sino que –además- agudiza las confrontaciones entre los monopolios más poderosos por las conquistas de los mercados.

Este proceso de globalización implicó guerras imperialistas de todo tipo, y como en toda guerra, quedaron heridos y muertos. Los procesos de concentración no fueron pacíficos y los mismos no fueron “fusiones” en esos términos y mucho menos “alianzas”: el pez más grande se comió al más pequeño y el más rápido al más lento.

Esa es la historia viva del capitalismo, en el ayer y en el hoy.

Pero a diferencia de la “Gran Depresión” -en donde los Estados debían fortalecerse- cuando aún convivían las viejas burguesías nacionales con proyectos nacionalistas (con cierto poder de llevarlos a cabo) con burguesías monopolistas que expresaban las nuevas necesidades del sistema capitalista para expandirse con mayor voracidad, necesitaban de los Estados, fortalecerlos, en vistas de ampliar los mercados, rompiendo las barreras impuestas por burguesías nacionales incapaces ya de dar respuestas nuevas a viejos problemas.

Esa oligarquía financiera -impuesta a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial- iba a plasmar su dominación global para imponer las nuevas condiciones de “juego” a los explotados y oprimidos del mundo.

No fue un proceso lineal -ni mucho menos- plagado de crisis de todo orden. Pero la misma historia ratificó que “la historia no vuelve ni puede volver atrás” y si hablamos particularmente de esos procesos de concentración -instalados fundamentalmente desde los años 50 del siglo pasado- no hubo un solo caso en donde esos procesos hayan vuelto atrás. En setenta años, el sistema capitalista tuvo que adecuar las estructuras políticas a las nuevas bases materiales de esos procesos de concentración, y si con ello necesitaron de la globalización para iniciar un proceso que se llevó puesto el papel de los Estados nacionales, no importó.

La oligarquía financiera pudo leer las consecuencias de la crisis política. Las que provocan la posesión de los medios de producción en cada vez menos manos y la lucha por nuevos mercados. Pero ahora -a diferencia del ayer la globalización- impuso (como necesidad material del sistema capitalista) burguesías monopolistas e instituciones burguesas monopolizadas, que tienden a dar respuestas cada vez más concentradas en lo político, y que tienden al autoritarismo.

Es en estas circunstancias que aparecen hoy -aquí y allá- “nacionalismos” de diverso tipo, que poco tienen que ver con aquellas burguesías que eran nacionales.

Hoy, en época del imperialismo, lo dominante en el planeta son las burguesías monopolistas impulsoras de la globalización, barriendo desde sus inicios las fronteras de los Estados antes concebidos. Esto parecería anunciarnos que la existencia de “nacionalismos” que pululan en varios continentes, es más, una avanzada imperialista en el plano político-ideológico, que otra cosa. Porque no existe una burguesía monopolista decidida a fortalecer sus Estados, ya que ello iría directamente en contra de su existencia y su razón de ser.

No hay en los Estados capitalistas actuales burguesías nacionales, son burguesías monopolizadas que no tienen patria y utilizan los Estados como punta de lanza para sus negocios. Son burguesías imperialistas, altamente concentradas, que desatan guerras en terrenos militares, políticos, comerciales, económicos, etc.; pero a esta altura de la concentración de capitales, ninguna de ellas, -absolutamente ninguna- es “nacionalista”.

No hay burguesía con un solo disfraz, es cierto. Pero hay burguesía, aunque se denomine neoliberal, nacionalista de derecha o nacionalista de izquierda. Si no, veamos cómo éstos sectores políticos se comportaron a lo largo de la historia del sistema capitalista dominante, produciendo con esos disfraces los horrores más crueles para los pueblos del mundo; agitando incluso banderas democráticas, nacionalistas y todas ellas juntas, para facilitar una mejor forma de gobierno y tratar de salvar la salud putrefacta del sistema capitalista.

No hay ni puede haber un Bolsonaro o un Trump “nacionalistas” cuando el poder está en manos de la burguesía monopolista. En todo caso, desde los discursos se perpetra el engaño, la mentira, ocultan que en las entrañas del sistema todas las instituciones de los Estados están podridas. Y en ello, la lucha de clases incide en el planeta, con la fuerza que surge de los pueblos del mundo que tienden a más democracia.

Y sobre esa base, los revolucionarios cabalgamos sin subestimar ni un centímetro ese protagonismo actual. Debemos intervenir con mayor rigor para que esta estructural crisis del sistema desemboque en revoluciones socialistas, en donde el proletariado y los pueblos sean los protagonismos de una nueva historia de la humanidad que puja por nacer.

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