La crisis capitalista es puro capitalismo

Muchas veces nos hemos referido en nuestras publicaciones a la crisis estructural del sistema capitalista. Los motivos de esa crisis son eminentemente políticos, pero, como todo, tienen una base material, objetiva en términos económicos, que da lugar a las estas manifestaciones en el ámbito político.

El desarrollo del capitalismo implica, esencialmente, que todas las relaciones sociales pasan a establecerse mediante el mercado. Paulatinamente se va eliminando toda producción individual (producción para el consumo propio) y va siendo reemplazada por su realización en el mercado. Es decir, se produce no para el consumo del productor, sino para vender, obtener dinero y poder intercambiarlo por nuevos productos. La esencia del capitalismo es la reproducción ampliada del capital, el burgués, dueño de los medios de producción, produce con el único afán de producir para vender y obtener una ganancia, la ganancia se constituye pues en el elemento central de la economía. Ya no importa qué se fabrique, sino si ese elemento elaborado es susceptible de ser intercambiado en el mercado. El obrero, por su parte, despojado de todo medio de producción, también se encuentra sometido a las reglas del mercado, y vende lo único que le queda, su fuerza de trabajo: vende su mercancía, fuerza de trabajo, en el mercado, para obtener dinero y así adquirir los bienes de uso para su sustento.

La aparición histórica del capitalismo trae aparejado un enorme desarrollo de la producción manufacturera primero e industrial después, impulsando junto con ello toda la ciencia y la técnica al servicio de la misma. Las relaciones de producción en este sistema ponen el centro de atención en disminuir los costos de producción al máximo, para fabricar mercancías con el menor costo posible, sacando una ventaja relativa a la competencia. El mecanismo de la competencia entre capitales lleva al sistema a rebasar permanentemente los límites de la producción: por un lado, adquiere un papel crucial la introducción de nueva tecnología a nivel productivo, lo que trae aparejado un enorme desarrollo en las capacidades de producción y su perfeccionamiento, aunque ello implique traspasar los límites de lo humano para el operario. Por otro lado, para ganarle a la competencia el capital debe incrementar sin cesar el volumen de producción, en el marco de una economía no planificada, por lo que se realizan anárquicas inversiones en maquinaria, edificios, tecnología, etc., que superan día a día la capacidad productiva. Este mecanismo genera una inversión constante en producción, producción que muchas veces no encuentra compradores y pasa a ser desechada, sin importar las necesidades de los pueblos del mundo ¡Comida que no se vende, comida que se tira, nada de andar resolviendo la miseria de los pueblos!

Sin embargo, a medida que el sistema se fue desarrollando, las relaciones de mercado comenzaron a abarcar todos los intersticios de las relaciones sociales, no solo aquellos aspectos que hacen a la producción netamente industrial. Hace unos 50 o 70 años, podíamos ver en nuestro país cómo las casas de obreros en las barriadas tenían una pequeña huerta para la alimentación propia, no destinada al mercado. Huerta además que, por lo general, era la mujer de la casa la encargada de mantener. Esa misma ama de casa gastaba interminables horas en el lavado de la ropa y la limpieza o la elaboración de alimentos. A medida que el mercado penetra en todas las formas de las relaciones sociales, esa ama de casa de ayer, hoy se ha transformado en asalariada, ha reemplazado la huerta casera por la venta de su fuerza de trabajo en el mercado para así conseguir dinero y poder adquirir productos en la verdulería; a reemplazado también interminables horas de cocina por la compra de productos industriales semielaborados en el supermercado, o directamente por adquirir comida preparada -supongamos, en algún delivery-; ha disminuido los tiempos de limpieza de la casa al adquirir productos en el mercado (tales como desinfectantes, lustra muebles, lustra pisos, etc.) que cambia por su propio salario ¿trabaja esta mujer menos horas que hace 100 años gracias a estos adelantos de la tecnología? No, y quizás trabaje más horas que antes -producto, por ejemplo, de la doble explotación-, pero gran parte de las tareas hogareñas las reemplaza por productos obtenidos en el mercado y no de elaboración propia. Todas las relaciones sociales entre hombres y mujeres fueron paulatinamente reemplazadas para ser realizadas en forma mercantil y no bajo el aspecto de producción para el propio consumo. Desde el punto de vista de la producción social, las relaciones sociales que se encarnan detrás de una docena de empanadas adquirida en una empresa de comida rápida son completamente diferentes a la docena de empanadas elaborada en casa, para el consumo hogareño: se encuentran mediadas por relaciones de mercado.

La historia del capitalismo es, en cierta manera, la historia del desarrollo del mercado, de la realización de las relaciones sociales como relaciones mercantiles. En un período inicial, que es justamente el que da origen al sistema capitalista, el desarrollo del mercado coincidía con el desarrollo de las fuerzas productivas. Hoy en día esas fuerzas productivas se encuentran frenadas, han crecido en forma deforme, orientadas únicamente hacia la producción capitalista, es decir, hacia la producción para la obtención de ganancia y no para el crecimiento de la humanidad.

Ese freno que adquieren actualmente las fuerzas productivas se manifiesta de maneras muy diversas, pero hay dos que nos resultan de particular interés: por un lado, el sistema crea constantemente capacidades de producción, invierte en maquinaria y genera un exceso de mercancías. Al mismo tiempo se esfuerza por disminuir los costos de producción, bajando el salario en formas directas e indirectas al pueblo trabajador. Pero, si esas mercancías que produce, no tienen salida en el mercado, si no encuentran compradores, son destruidas. Por destrucción no solo debemos entender la eliminación del producto terminado, o su desvalorización, sino también la destrucción directa de maquinarias. Naturalmente el sistema crea y destruye fuerzas productivas, es parte inmanente de su funcionamiento interno. Por otro lado, mientras en el mundo existe una plétora permanente de capital, es decir, mientras que la capacidad de producción y creación de la humanidad desborda como nunca antes, esa capacidad no es orientada hacia la realización de nuestras necesidades más elementales, tales como la alimentación de todos nuestros hermanos, el desarrollo de una salud integral y preventiva o de una educación que satisfaga plenamente las necesidades materiales e intelectuales de los hombres. Invertir en educación, ya sea pública o privada (al caso, es lo mismo) ¿para que invertir en educación más de lo estrictamente necesario que para obtener un rédito económico en el mercado? ¿para que invertir en una educación no orientada al sostenimiento ideológico del sistema, o a la formación de una fuerza de trabajo de mayor o menor valor? ¿para qué educar por fuera de las necesidades de la economía mercantil? ¿para que invertir en desarrollo científico si ello no implica inventar o mejorar una nueva mercancía que dé mayores ganancias? ¿para qué sustituir un material venenoso como el glifosato en la producción agrícola si de esa manera no se incrementa el margen de ganancia que se puede obtener en el mercado?

Todo el desarrollo científico-técnico se encuentra cortado, limitado por la posibilidad de que implique o no un beneficio para el capital y de que sea susceptible o no de ser comerciado. Así, la economía de mercado pasa a ser hoy un freno a nuestras capacidades de producción e invención, son un freno al desarrollo de las fuerzas productivas ¿esto implica acaso que la investigación científica se detiene, que no se producen más avances? Para nada, pero la capacidad de crecimiento se encuentra limitada, cercenada, cercada, solo se desarrolla allí donde puede constituirse en parte integrante de una mercancía y, allí donde aparecen avances que no implican un beneficio para el capital, simplemente se abandonan en algún oscuro cajón, cuando no son sencillamente prohibidas por las normas de la competencia -como ocurrió con el famoso caso de las bombitas eléctricas fabricadas en la Alemania Federal, donde los grandes monopolios trasnacionales prohibieron su comercialización por atentar la ganancia empresarial, al tener una vida útil declarada de, al menos, 50 años-.

¿Por qué la comunidad científica internacional estudia el desarrollo de la nanotecnología? Porque mediante el uso de nanocompuestos pueden reducirse los costos en materias primas por un lado, a la vez que pueden crearse nuevos nichos de mercados, nuevos productos bajo la forma de mercancía.

Por un lado, los pueblos del mundo tenemos miles de millones de necesidades irresueltas, desde el problema de la alimentación hasta los problemas espirituales, y por otro lado el exceso de capital disponible no para de crecer, incluso se destinan montañas de recursos económicos para afinar la llamada obsolescencia programada (es decir, que un producto resulte obsoleto, se rompa o deje de funcionar en un determinado tiempo programado; por ejemplo, esto lo vemos con los teléfonos celulares permanentemente) o para “crear” nuevos nichos de mercado.

Si observamos nuestro país ¿acaso observamos alguna rama de la economía o de las relaciones sociales que no se encuentre atravesada por relaciones de mercado? ¿acaso la aplastante mayoría del pueblo no trabaja para la producción social, como asalariado? ¿acaso la producción individual, producción para el consumo propio, tiene algún peso en nuestra economía?

Por eso, cuando la izquierda electoralista o algunos sectores del progresismo hablan de la necesidad de “industrializar la Argentina” se encuentran terriblemente equivocados, y en el fondo se trata de un contrabando ideológico. Lo que necesitamos como pueblo no es una industrialización general del país -mucho menos una lluvia de inversiones-, al contrario, el mercado se encuentra muy desarrollado,[1]las relaciones sociales capitalistas se encuentran muy desarrolladas en nuestro país. No existe prácticamente producción individual, es decir, producción para el consumo propio, toda producción se encuentra atravesada por relaciones de mercado. De lo que se trata no es de más o menos industria, de más o menos producción agropecuaria, de más o menos vaya a saber uno qué. De lo que se trata es de modificar el tipo de producción que se lleva a cabo, de producir no para generar mercancías que puedan ser vendidas en el mercado; no para generar ganancia, sino para dar rienda suelta a las necesidades materiales y espirituales que tenemos como humanidad. Es imposible, en el marco de las relaciones capitalistas de producción, que las inversiones o la “industrialización del país” a secas resuelvan ninguna de estas aspiraciones; es imposible asimismo que el incremento en inversiones industriales vaya a liberar el desarrollo de las fuerzas productivas, puesto que éstas se encuentran frenadas por la naturaleza mercantilista del sistema en el que vivimos. Solo podremos liberar el desarrollo de las fuerzas productivas con una revolución que destruya el sistema dominante para liberar a los verdaderos actores protagonistas de la producción social, los proletarios. En una revolución de esas características, las principales instalaciones industriales del país indudablemente se reconvertirán; en ese camino, también será necesario desarrollar nuevas ramas laborales que hoy se encuentran atrofiadas por el hecho de no constituir un negocio rentable para el capital. No obstante, ese proceso revolucionario que libera las fuerzas productivas consiste no en una producción de tipo capitalista, creadora de mercancías, sino en una producción socialista, creadora de valores de uso para la sociedad.Se trata, esencialmente, de un cambio cualitativo en el qué y para qué producimos, y no cuantitativo, en la magnitud de cuanta producción genera un país.


[1] De hecho, el PBI de la Argentina se encuentra en el puesto número 21 a nivel mundial.

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