Por estos días, nuevas cifras de los índices de pobreza fueron dadas a conocer. Según el índice de la UCA, el 33,6% de la población se sumerge en peores niveles de vida, aumentando considerablemente el empobrecimiento a niveles alarmantes. En la provincia de Buenos Aires estos niveles de empobrecimiento-siempre según esos estudios- alcanzan a casi el 50% de la población. Aunque a decir verdad, la situación es mucho peor, puesto que las devaluaciones, los ajustes, los tarifazos y la inflación han promovido un serio descenso de los niveles de vida de la clase obrera, trabajadores asalariados y el pueblo en general, que se reflejan también en salarios miserables, en los despidos y en la carencia de condiciones dignas de trabajo.
La burguesía monopolista, que con sus políticas ha lanzado su azote sobre la clase obrera y el pueblo, va promoviendo que el cuadro de condiciones de vida y trabajo estén subordinadas a la vorágine de sostener sus niveles de ganancias.
Una abundante fuerza trabajo esta disponible para su uso discrecional, coaccionada por la necesidad imperiosa de trabajar para el sostenimiento propio y de cada familia. Un conjunto de leyes como las de ART y la modificación de Convenios por rama -favoreciendo el uso desmedido de su capacidad laboral-, la utilización de mecanismos coercitivos que de la mano de los propios sindicatos azuzan a los trabajadores para aumentar la productividad en el seno de las fábricas obligándolos a trabajar 12 o 14 horas diarias, sin controles y con una falta de humanidad verdaderamente atroz, son también parte de ese andamiaje que engloba el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo.
Todo este cuadro, enmarcado en una crisis estructural y en la propia anarquía del capital monopolista a escala planetaria, hace ver que no sólo las cifras de la pobreza son las que van en aumento sino también el incremento de los accidentes laborales.
El capital, acostumbrado al despilfarro de recursos y de riquezas generadas a costa del trabajo ajeno, no tiene empacho en despilfarrar vidas humanas con tal de realizar la ganancia.
De allí las abrumadoras cifras de los accidentes laborales que van aumentado año tras año. Sólo en los sectores llamados formales, es decir los que están blanqueados, la conclusión de un estudio del Espacio denominado «Basta de asesinatos laborales» promedia que ocurre 1 fallecimiento cada 20 horas, debido a accidentes de trabajo. 400 muertes anuales se producen sin contar con la amplia fuerza de trabajo al margen de estas condiciones de blanqueo formal que hipócritamente suponen riesgos menores a la vida de los trabajadores.
Según cifras de una institución burguesa como la Superintendencia de Accidentes de Trabajo, en 2017 fallecieron por causas laborales 743 trabajadores y trabajadoras, un 5% más que en el 2016. Cifra que engloba a trabajadores formales e informales que son conocidas, puesto que muchos de estos accidentes en condiciones precarias de trabajo estando en “blanco o en negro” no integran el listado.
Si como afirman estos estudios, los porcentajes van en aumentando año a año un 5%, en el 2018 ya superan las 800 muertes anuales. La franja de trabajadores más afectados -como victimas involuntarias de este andamiaje de despilfarro de vidas humanas- va desde los 25 a los 40 años de edad. Precisamente, en los núcleos jóvenes, el capital descarga toda la presión de sus ambiciones de clase, que los obreros pagan no solo con la plusvalía sino con la muerte.
Pues el calvario es peor aún cuando producto de un accidente o de una vida sometida a las tensiones físicas y psíquicas de determinados trabajos, como por ejemplo el transporte público, las secuelas dejan un saldo de invalidez incurable.
Como queda expresado en estas sintéticas líneas, lejos de ser un fenómeno propio o involuntario de los trabajadores, de su impericia, de su afán de cumplir con las exigencias de la patronal porque si no te quedas afuera, los llamados “accidentes” tienen nombre, apellido y causas bien concretas y definidas. Son un producto inevitable del régimen capitalista, de las políticas de la burguesía monopolista y del andamiaje del Estado y las instituciones, como los sindicatos a su servicio, en función de la ganancia y la concentración de las riquezas en pocas manos.
La necesidad de las organizaciones independientes y de base de los trabajadores también debe tener como norte barrer con todo este flagelo, que es consecuencia de la superexplotación de la clase obrera.
Puesto que es la propia dignidad como clase la que está en juego y es desde las más genuinas organizaciones proletarias desde donde debemos avanzar para el desarrollo de un proyecto revolucionario que ponga proa a una revolución.
No dejarlos gobernar implica también enfrentar enérgicamente desde las fábricas todas las políticas del capital monopolista que conducen a nuestra marginación y empobrecimiento, en ese camino construiremos un verdadero cambio revolucionario para la liberación de sus esas cadenas.