Carlos Melconián, ex funcionario del gobierno de Macri, del de Menem, de la última dictadura militar, asesor del gobierno de Duhalde… Estos son los títulos que exhibe en su prontuario este personaje nefasto de la oligarquía financiera transnacional.
Con un vocabulario campechano y expresiones llanas, pletóricas de sentido común burgués, afirma con toda naturalidad que es necesaria una reforma laboral, a la baja, inmediata, para “la solución de los problemas del país”. Simulando ser portavoz de las PYME afirma que no pueden tomar personal porque “si te quiero mover, trasladar, echar, tengo un kilombo bárbaro”; “una persona se lleva 100 pesos al bolsillo y al que lo emplea le sale 170, mirá que esos 70 se están quedando en el camino, por algún motivo, tenemos que revisar”. “Si no cambiás, te pasa por encima el mundo”… Y esto lo dice el reciclado funcionario del Estado que, desde hace más de cuarenta años, viene cumpliendo funciones de gobiernos como todos los funcionarios que se repiten en forma permanente a pesar de las distintas caretas con las que se presentan. ¿A eso le llaman cambio?
Pareciera que las PYME se ven impedidas de “dar trabajo” por las leyes laborales “antiguas” que les impiden tomar personal y así se perjudican grandes sectores de la sociedad que son los más necesitados.
Pero las PYME, como las grandes empresas, necesitan, indefectiblemente, tomar trabajo del proletariado ya que del trabajo sale la plusvalía con la que se acumula capital. No son los empresarios quienes “dan” trabajo sino el proletariado y empleados quienes son arrebatados de su trabajo en forma diaria sin que nadie se los pague. Por el contrario, todas las empresas necesitan de la mano de obra para multiplicar su capital y riquezas de la burguesía.
Entonces lo que propone Melconián es arrebatar más trabajo aún del que actualmente se apropian los monopolios. Dicho sea de paso, el problema de las PYME no son los trabajadores a quienes deben el sostenimiento de su capital, sino los monopolios que las desplazan del mercado, las absorben, las funden o las reemplazan por supuestas PYME que, en realidad, son satélites de los monopolios que pueblan los parques o cordones industriales, beneficiándose con las prebendas estatales. Así se transforma el universo productivo con grandes estrellas monopolistas a cuyo alrededor orbitan múltiples empresas más pequeñas que sirven al funcionamiento de aquellas.
Pero Melconián no expresa sus ideas individuales. Melconián dice, desde un supuesto llano, lo que se debe hacer para continuar y profundizar el proceso de monopolización que se debe llevar en Argentina como parte del proceso que se está llevando en todo el mundo. Por eso menciona a China como ejemplo, y así podría nombrar a Francia, Bélgica, Alemania, Estados Unidos, Chile, Brasil y a cualquier país del mundo de la órbita capitalista.
Es que no hay otra política que el imperialismo pueda llevar adelante, porque el imperialismo no es una particular política de los monopolios. El imperialismo, o capitalismo monopolista de Estado, como existe en nuestro país, por el contrario, tiene un carácter eminentemente económico y obedece a las leyes materiales del capitalismo tendiente a la concentración del capital y, por ende, de toda la producción, a costa de la superexplotación de la clase obrera y sectores populares en general.
¿Qué pasa por las mentes del resto de los funcionarios del Estado y de la llamada oposición política? ¿Por qué no todos dicen lo que afirma Melconián? Porque las leyes del capitalismo mundial están sujetas al devenir de la lucha de clases, única fuerza capaz de atemperar sus consecuencias, hacer dudar al elenco gubernamental de turno, obligar a tomar decisiones erráticas e incluso contraria a sus propios intereses, a cambio de no enfrentarse a enormes conmociones sociales que pongan en peligro su poder y la propia continuidad del sistema capitalista. A eso tienen pánico los funcionarios y burgueses mundiales y por ello pululan las distintas recetas políticas que nos sirven en bandeja tales como el populismo, el nacionalismo retrógrado, y los oportunismos de toda laya.
Por estas razones, es inútil depositar expectativas en los hombres y mujeres que administran ocasionalmente la marcha del Estado a través de los diversos gobiernos, pues una y mil veces, se volverá a intentar aplicar las políticas que concuerden con las leyes de la acumulación y concentración inevitable del capital y la producción.
A ello se debe que las falsas expectativas electorales son una trampa para la clase obrera y masas populares. La lucha de clases es necesario profundizarla como único freno a los insaciables apetitos de superexplotación de los monopolios transnacionales y sus gobiernos de turno, pero para cambiar realmente la situación se requiere cambiar el sistema de producción y, para ese fin, es necesario organizar la lucha de clases desde una posición consciente de su existencia y de cómo la fuerza unida del proletariado y el pueblo pueden conducir, primero a la eliminación del poder burgués y luego a la extinción de las clases sociales.