La serie «Trotsky» de Netflix y la lucha ideológica

El reciente lanzamiento en la plataforma Netflix de la miniserie de ocho capítulos “Trotsky” ha dado bastante que hablar y mucha indignación por quienes nos reivindicamos marxistas. Se trata de una superproducción rusa al mejor estilo hollybudense con motivo del centenario de la revolución, cuyo director se encuentra ligado al partido de Putín “Rusia Unida”. Plagada hasta el cansancio de tergiversaciones históricas de lo más burdo, coloca a los principales dirigentes de la Revolución de Octubre como maquiavélicos personajes cuyo único objetivo es hacerse con el poder, obtener la adoración de las masas y construir una dictadura en base al despotismo y el personalismo. La serie postula la “autoadoración” personal como motor de los dirigentes revolucionarios, con discursos e intervenciones no solo ficticios, mal actuados y abiertamente mentirosos a la realidad histórica, sino además, vacíos por completo de contenido, lo que vuelve a la serie un verdadero mamarracho poco creíble.

Ahora bien, no nos interesa detenernos aquí en la tergiversación de los acontecimientos históricos. Para quienes reivindicamos la Revolución Cubana y la gesta del Che, esta clase de macartismo es cosa de todos los días, quizás, lo que sorprende, es que apunten a la Revolución de Octubre con este tipo de superproducciones, pero no mucho más que eso.

Lo que sí queremos remarcar es la ofensiva ideológica que lanza la burguesía a nivel mundial y que, a través de miles de expresiones como la de esta bochornosa serie, van dando una guerra sin cuartel a las ideas revolucionaria. El aspecto central de todos los materiales que utiliza la burguesía para descalificar el marxismo leninismo es presentar la historia de la humanidad como resultado de los caprichos individuales de tal o cual personalidad de una época determinada. Así, los dirigentes pasan a ser –como lo manifiesta expresamente la serie- “superhumanos” manipuladores, y no una síntesis, una expresión histórica del movimiento de masas.

Desde ya, los dirigentes de los diversos periodos históricos poseen determinadas cualidades individuales que les son propias, pero su encarnación como dirigentes no es obra en sí de esas cualidades como algo extemporal, sino que son producto, expresión, del movimiento de masas, del momento de la historia de la lucha de clases. Son la parte del todo, la individualización –porque los individuos existen- de las aspiraciones y el sentir de las clases sociales.

Al interpretar la historia como producto de los caprichos individuales de tales o cuales personas, la burguesía busca ocultar por todos los medios la lucha de clases como motor de la historia de la humanidad, y sobre todo, el papel de las masas en los procesos de transformación. La Revolución Rusa colocó sobre el tapete justamente el papel de los pueblos como hacedores de la historia y del proletariado como clase revolucionaria, inclusive, en un país donde la aplastante mayoría de la población provenía de un campesinado atado a la tierra bajo formas semifeudales de producción. Por el contrario, la burguesía en este tipo de producciones macartistas, presenta a las masas como objetos manipulables por parte de los “superhombres” de la historia.

En ningún momento se plantea, sino que se oculta deliberadamente el papel de los soviet como órganos de la democracia revolucionaria; el papel de la democracia directa como metodología de organización de esos órganos del poder popular; la función del soviet con respecto a la organización de milicias populares. Al contrario, todos los procesos insurreccionales son presentados –tanto en esta serie, como en general en la historiografía burguesa- como masas inermes e ignorantes de hombres armados que esperan se dicte la “orden de asalto” desde el escritorio de alguno de estos personajes “importantes de la historia”.

Para la historiografía burguesa el pueblo ruso no hizo la revolución, no discutió en cada casa, en cada asamblea, los importantes problemas de la historia, sino que siguió enceguecida y orquestada las resoluciones de los bolcheviques. Éstos, al mismo tiempo, tampoco tomaron parte de ninguna discusión -¡Vaya si había discusiones políticas a lo largo y ancho del partido bolchevique, y con qué libertad de opinión!- sino que eran manejados cual marionetas por un tal Lenin “hombre sediento de poder”. De la misma manera, la Revolución Cubana nos la han presentado millares de veces como los caprichos de un tal Fidel Castro y unErnesto Guevara, dos hombres sedientos de poder y con aires de “guerrilleros locos”, ahora del pueblo cubano, ni una palabra.

La Revolución Rusa fue justamente el proceso revolucionario más grande de los últimos 100 años, donde la clase obrera demostró cuales eran los mecanismos para su emancipación: la construcción de un partido revolucionario; la toma violenta del poder para destruir el Estado Burgués junto con todas sus instituciones y erigir un nuevo Estado, una dictadura del proletariado, con instituciones completamente proletarias; demostró que era posible una revolución triunfante en un país capitalista atrasado, mayoritariamente campesino, y su sostenimiento a pesar de encontrarse en guerra con las principales potencias capitalistas de la época; demostró además la gigantesca liberación de fuerzas productivas que se da cuando las masas se hacen cargo de la dirección del Estado.

Esas fueron las grandes enseñanzas de la gloriosa revolución de octubre, y a partir de allí, de la experiencia realizada por ese pueblo, surgen nuevos desafíos para los proletarios del mundo, que solo podremos resolver con nuevas revoluciones tomando como piso las enseñanzas de ese proceso.

A la ofensiva ideológica de la burguesía, la mejor respuesta que podemos darle los revolucionarios es combatir la raíz ideológica de lo que nos quieren meter por la ventana, que es ocultar el papel de las masas trabajadoras como los grandes protagonistas de los procesos históricos; como los hacedores de esta prehistoria en la que se encuentra la humanidad.

Postular los procesos históricos como capricho de los individuos es una forma más de encajonarnos en los estrechos márgenes de la democracia burguesa (léase, democracia representativa), y la conclusión natural que de allí se extrae: ¡No salgan a la calle, trabajadores argentinos, no cuestionen la gobernabilidad, acá lo único que podemos hacer es esperar a las próximas elecciones, quizás, en una de esas, con el cambio de “personajes” en la historia, cambia también nuestra suerte!

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