Parecería ser que los intensos calores que hemos vivido por estos días le agregaron una cuota más de nerviosismo a la vida cotidiana. El “así no se puede seguir” o “que reviente todo de una vez por todas” va ganando un espacio en el sentimiento mayoritario de nuestro pueblo.
Pero la clase dominante y “su” democracia representativa” han firmado la paz de los cementerios, tienen que llegar a octubre con tierra arrasada, afirmar las bases materiales e institucionales para garantizar el “buen funcionamiento” del Estado de los monopolios. Hoy es primero de febrero y saben que nueve meses son muchos para frenar la bronca que viene por abajo. Pero esa paz la han firmado los “señores políticos» y parlamentaristas de todo color, de lo que se trata, para ellos, es frenar el odio que riegan por todos lados.
Las condiciones de vida en enero han empeorado notablemente, las consecuencias de los procesos de concentración se multiplicaron sobre la población. En este mes que pasó, el cierre de empresas y comercios produjo una ola de desocupación que solo saldrá en estadísticas en un par de meses, pero la vida real, la de todos los días, se sufre hoy, no espera de números ni cifras trucadas, el dolor es tangible.
No sólo la plata no alcanza como hasta ahora, una parte activa de nuestro pueblo ya no la tiene en su bolsillo, de la pobreza se pasa a la miserabilidad en un solo telegrama. El contexto social ha cambiado notablemente y a ello hay que prestarle mucha atención. Ninguna clase dominante, ningún gobierno burgués se suicida, eso es muy cierto, pero cabe “recordar” que tampoco en la historia de la humanidad ningún pueblo se suicidó.
Entra a tallar con más o menos vigor la lucha de clases y nueve meses de “paz de los cementerios” azuzados por las fuerzas de la burguesía y el fervor que le pone la burocracia sindical no serán suficientes para acallar una historia de rebeldía.
Podríamos fundamentar política e históricamente el por qué por ahora “no salta la bronca” en términos vulgares, pero haríamos un flaco favor en asentir esa idea que es la que impone el juego “electoral”.
La bronca está saltando de otra forma y quizás más profunda que otras veces.
Millones no estamos de acuerdo con las políticas actuales, somos la aplastante mayoría, tampoco nos han convencido que el camino del ajuste permanente nos llevará a buen puerto, no nos han convencido que las propuestas en danza del arco electoral traerán “felicidad” después de tanto dolor, y entonces se protesta, se lucha, no se acepta el tarifazo, no se acepta la inflación, no se acepta nada de lo que viene de arriba y se amplía la devoción democrática de nuestro pueblo por más derechos políticos.
Ellos avanzan como pueden, pero avanzan, crean caos y dolor a nuestro pueblo pero subestiman las reservas que anidan, las experiencias hechas en el pasado y en el presente.
Sobre esta base, nuestra posición es innegociable contra cualquier propuesta electoral del momento, a este gobierno no hay que dejarlo gobernar y en los nueve meses que le restan hay que hacerles la vida imposible.
Por un lado ganar la calle, no dar por perdida ninguna batalla “aún” las perdidas, provocar la constante movilización en la calle, que la misma se les vuelva un infierno, seguir trabajando en los caminos de unidad por abajo desde el enfrentamiento a este gobierno y del que venga, sumiéndolos en un permanente condicionamiento a lo que hacen y dejen de hacer. Seguir robusteciendo las organizaciones que devienen de este enfrentamiento y que llevan años.
Las tarifas aumentan y la movilización contra las mismas no se detendrá, pero tenemos que aferrarnos al terreno, salir en cada barrio, encender múltiples hogueras de protestas aunque las mismas sean aún débiles, no permitir que los partidos políticos embretados en la “paz de los cementerios” vengan con sus punteros a frenar o entorpecer la lucha y levantar consignas divisorias ante el dolor manifiesto de la familia trabajadora.
Hay que correrlos, no permitirles su oportunismo, denunciarlos en asambleas locales, a la vez que en cada una de esas protestas dejar en forma constante organización de base que siga convocando en asamblea a cada renovada manifestación.
Hilos organizativos que deben sostenerse primero con los vecinos más activos y luego ampliando todo el tejido.
La lucha contra el tarifazo es una lucha política, es una lucha que debe encarar la clase obrera, encabezarla, porque en la misma lucha se condensa también la lucha por el salario, la plata no alcanza para llegar en cada quincena, es que la inflación, las boletas a pagar nos achatan el salario y a la vez, perjudican el todo de la vida cotidiana.
A este gobierno hay que golpearlo por donde se lo pueda golpear pero es en el aumento de las tarifas en donde se manifiesta un resumen del robo de todo lo que producimos. A la vez, es su punto débil, es el eslabón más débil de la cadena que tienen y por allí hay que quebrarlo, sin menoscabar la movilización constante por infinidad de injusticias que genera este gobierno.
Que empecemos febrero con la impunidad de más anuncios en aumentos en las boletas en los servicios es prácticamente una declaración de guerra contra el pueblo, una guerra que quieren silenciar con la complicidad de todo el arco electoral y de la burocracia sindical que especula con nueve meses de acallar, frenar o silenciar lo que viene de lo más profundo de nuestro pueblo.
Pero nuestro pueblo está recogiendo ese guante, esa declaración de guerrea de clases abierta y propuesta, y a la vez, está buscando y encontrando los caminos para sostenerla.