El capital financiero no puede categorizarse a partir de las ramas de producción, pues el capital financiero es la fusión del capital bancario y el capital industrial. En consecuencia, identificarlo con una determinada rama de producción es cortarle la pata bancaria. Quien lo categoriza por rama esconde una intencionalidad confusionista o, cuanto menos, incurre en un gran error.
Precisamente, sobre esta modalidad se basa el contrabando que la burguesía en general y todos sus acólitos (sean de derecha o izquierda) desparraman diariamente en el contexto social, repitiendo esta verdad a medias (o sea, flagrante mentira), para ocultar el mecanismo más importante del apoderamiento de plusvalía por parte de los monopolios en la era del imperialismo.
Pululan entonces cientos y miles de documentos, análisis, estadísticas y mentiras de todo tipo “informándonos” que tal o cual rama de la producción obtuvo equis porcentaje de ganancias, mientras que tal o cual rama, generó pérdidas. De esta manera fomentan y sostienen la falsa idea de que hay grandes capitales destinados a la exportación y otros al mercado interno. Capitales de las finanzas y capitales productivos, capitales que viven de la teta del Estado y capitales que asumen riesgos. Digámoslo de una vez, ningún capital monopolista invierte a riesgo ni se somete al destino de una rama industrial. Los beneficios momentáneos que se obtienen en la disputa son eso: momentáneos. La sumisión entre ellos es producto de una disputa más cruenta y larga que una fugaz ventaja en un porcentaje ganado en determinada ocasión. Lo cual mantiene en vilo y en tensión el enfrentamiento de todos contra todos, son guerras que en determinado momento se dirimen en el plano militar.
El fomento y sostenimiento de la mentira de la calificación por ramas, le permite a la burguesía monopolista: 1) identificar grandes capitales con los pequeños y medianos quienes no acceden por propia cuenta al mundo de las grandes finanzas, salvo que se conviertan en satélites del gran capital y, por lo tanto, sufren los avatares de su propia rama de producción cuyos magros resultados, cuando ocurren, los lleva a la quiebra; 2) extorsionar a obreros y empleados de sus industrias mostrando la parcialidad de sus resultados operativos cuando estos son magros a fin de justificar que no se les pueden aumentar los salarios o es necesario achicar las condiciones de trabajo, aumentar la productividad, etc.; 3) justificar ante la sociedad el pedido de subsidios al Estado, otorgamiento de créditos a tasas dulces (más pequeñas que las normales del momento), y otras prebendas; 4) presionar para provocar devaluaciones del peso a fin de obtener mejores dividendos en el comercio exterior; 5) esconder la verdadera dimensión de sus negocios y refugiarse en la creencia (sustentada y promocionada con malicia) que una cosa es el gran capital “productivo” y otra muy diferente es el capital “especulativo”, creando así un terreno fértil para el pendular político de los gobiernos de turno que dicen luchar contra la especulación, la inflación, las prebendas estatales, etc.
Pero pongamos en claro lo siguiente: por un lado la plusvalía se genera en la producción y los porcentajes son diferentes en cada rama. No es lo mismo el porcentaje que obtiene un capitalista de la minería que un capitalista de la industria automotriz. ¿Por qué razón, entonces, hay capitales que no se mueven de una determinada rama que obtiene menores porcentajes a otra rama que obtiene mayores? Sencillamente porque, por otro lado, la plusvalía que nace en la producción, recorre posteriormente el mercado cambiando de formas hasta volver al ciclo productivo. En ese recorrido, son muchas las manos que intervienen y se apoderan de una parte de la misma (transporte, comercio, bancos, y otros).
Tomando la producción que se genera en todo el país, y la intervención de las distintas manos que se van apoderando de la plusvalía se establece automáticamente un porcentaje promedio anual que se denomina tasa de ganancia media. Esa tasa de ganancia media, que puede estar por encima o por debajo de la tasa original generada en una rama determinada, es la que definitivamente se embolsa cada capital. Pero resulta que un beneficio medio de, supongamos, un 35% sobre 100 millones no es lo mismo que igual porcentaje sobre 100 mil. Esta simple comparación nos lleva a la supremacía absoluta y creciente de los más grandes sobre los más pequeños y a la inevitable concentración, dado lo cual los negocios siempre benefician al mayor en desmedro del menor.
Asimismo, el capital monopolista impone precios y condiciones, que los más pequeños no pueden sostener, para adueñarse de todo el mercado de la rama primero y luego poner los precios llamados monopólicos. Además, el gran capital, accede a beneficios extras a través de las canonjías del Estado, cosa que el pequeño y mediano no logran o, en ocasiones, les cuesta más obtener, lo cual achica sus beneficios.
La existencia actual de los fondos de inversión ejemplifica lo que decimos. Estos son agrupaciones de múltiples capitales de distintas ramas productivas alrededor de una entidad bancaria que los lanza al mercado para apoderarse de plusvalía generada por todo el esfuerzo social en desmedro del resto. Los mecanismos son diversos: bonos, letras, fideicomisos, pools de siembra, comercio exterior, inversiones productivas, o “especulativas” (llamadas así, aunque todo el gran capital monopolista es especulativo), etc.
Antes fueron carteles, trust, etc. y, aunque algunas de esa asociaciones hoy subsisten (como por ejemplo la OPEP+, sucesora de la OPEP), desde que los monopolios se apoderaron de los Estados, ahora son los propios Estados los que se han convertido en herramientas de apropiación de plusvalía que se vuelca a los negocios de los monopolios, y conviven con estos fondos y bancos mundiales o instituciones tales como el FMI, organismos que a través de los mecanismos de las deudas estatales, y la complicidad de los gobiernos, se apoderan de grandes masas de plusvalía de la que se adueñan en definitiva los monopolios mundiales.
Por estas razones, que enumeramos en apretada síntesis en esta nota para no exagerar su extensión, es que categorizar a los monopolios por rama lleva a confusión y a minimizar lo que ganan en verdad, al tiempo que vela la realidad y el verdadero mecanismo de sus negocios. Asimismo, a los gobiernos de turno dentro del sistema no se los puede calificar por fuera de esa misma característica financiera del capital financiero, aunque su discurso sea populista, progresista o de izquierda. Hacerlo de otra forma es desconocer la realidad material del capital financiero mundial y de la casta social que lo sustenta: la oligarquía financiera transnacional, negando el carácter de clase de los mismos.
Contra este muro tan real e infranqueable se estrellan las aspiraciones idealistas de cifrar esperanzas en tal o cual gobierno populista, progresista de “izquierda” o personaje de la política al que se califica de honesto, antimperialista o “revolucionario” llegado al gobierno sin haber mediado un proceso revolucionario proletario y popular que haya enfrentado y despojado a la burguesía monopolista.