Según publican los medios de desinformación, el discurso de Macri para abrir el período ordinario de sesiones legislativas, omitirá cualquier referencia a la economía y hará eje en la inseguridad; inclusive con algún anuncio que al otro día será titular en todos los medios afines al gobierno.
Aunque el gobierno macrista intente tapar el sol con un dedo y nos afirme que el día está nublado, fue suficiente sólo una oportunidad en la que nada estaba armado, en la que no había militantes rentados del oficialismo actuando de pobres, para que la realidad se impusiera a la fantasía.
El obrero de la construcción que abordó al presidente en una visita de campaña electoral resumió en unos pocos minutos la verdadera situación que atraviesan los trabajadores y el pueblo. Y en esos pocos minutos se convirtió en el verdadero vocero de millones de compatriotas.
Bastó sólo ese instante de coraje de un trabajador para mostrar el vacío y la falsedad de la reacción presidencial; el desconcierto de Macri puso al desnudo en toda su magnitud el verdadero carácter de clase de su gobierno.
De allí que todo lo que intenten e inventen para cambiar el eje de las preocupaciones centrales de las amplias masas, cae en saco roto. Que no quieran hablar de la economía afirma que la situación económica es la demanda más sentida por el pueblo. Y así quedó demostrado en el episodio de ayer entre el trabajador y el presidente.
Por otra parte, la realidad del “plan económico” del gobierno es la que se demostró durante la semana pasada. Una pequeña baja de la tasa de interés que hizo reaccionar al dólar y, como única respuesta, una nueva suba de la tasa. Contener el dólar para contener la inflación, sin éxito alguno. En enero el índice llegó a 2,9% y en febrero ya se pronostica un 3,5 o más.
Decir que ese plan está prendido con alfileres es ser muy generosos.
Pero en realidad, lo que se esconde detrás de la fragilidad de esa situación es que la única política que el gobierno sostiene es la de favorecer la concentración y centralización del capital.
Para ello se necesita que, a través de múltiples mecanismos, la burguesía monopolista se apropie de la mayor cuota de plusvalía social posible porque su objetivo es reducir la masa salarial y abaratar los costos de producción. La devaluación del peso, el aumento de las tarifas, la inflación (que es sensiblemente mayor en los productos de primera necesidad) y, sumado a ello, el aprovechamiento por parte de las empresas y el gobierno para acometer contra las condiciones de trabajo, favorecer los despidos y modificar convenios a la baja terminan de completar todos los ingredientes para imponer la receta del ajuste al bolsillo del pueblo trabajador, con el consiguiente agravamiento de las condiciones de vida del conjunto de la población. Y como “cocineros estrellas”, las cúpulas sindicales serviles y aliadas al gran capital monopolista.
Ante esta realidad, la clase obrera y los trabajadores en general tienen como única herramienta de defensa y de conquista construir la unidad de clase desde abajo.
Una unidad que ponga todo en cuestionamiento: desde las formas de organización que se han impuesto durante décadas, pasando por la ruptura con las concepciones de conciliación de clases. A la vista está que la política de conciliación no ha impedido la pérdida de fuentes laborales ni de conquistas; al mismo tiempo, se ha ratificado que las organizaciones sindicales en sus formas tradicionales obstaculizan, frenan y traicionan la lucha genuina de la clase obrera.
Esa unidad desde abajo será la única fuerza capaz de derribar cualquier muro que intenten poner a la lucha y a la organización de los trabajadores. A partir de allí, será posible sacarse de encima a las dirigencias traidoras y entreguistas así como fue posible hacerlo en otras etapas de nuestra historia y permitirá pararse firme a la clase obrera frente a su enemigo de clase.