El dólar se ha disparado nuevamente y el hecho aparenta ser el designio de algún espíritu maligno incontrolable. Tan abstracta, fantasmal y desconocida como ese espíritu al que atribuyen el manejo del billete verde, es la explicación que nos hace cada comunicador del sistema, ya sea funcionario, periodista o economista “entendido” en la materia.
“Que el dólar subió en el mercado mundial, entonces trepó el triple o el cuádruple en Argentina porque está más expuesta que el resto de los países, que la emisión de moneda influye, que el déficit fiscal, que no hay suficientes reservas, que los intereses están muy bajos, etc.”
Nadie explica el fenómeno. Todos describen lo que parece ser una relación entre monedas, títulos, papeles, déficits fiscales, burbujas especulativas que llevan años inflándose y nunca revientan, precios entre mercancías, etc. Diríamos que lo que se parece más a una explicación material es esto último.
Sin embargo, ¿acaso se puede comparar en forma permanente el precio de una determinada mercancía con otra para relacionar precios y equilibrar los mismos? ¿Acaso, el precio, que es la denominación en billete del valor de una mercancía, no cambia al cambiar la productividad con la que se fabrica la misma, y esto es independiente de las otras? ¿Cómo, entonces, se pretende que una mercancía guarde una relación de precio permanente con otra, al estilo de: un auto de tal marca y modelo es equivalente siempre a 2.000 kgs. de carne vacuna o a 20 notebooks?
Lo que nadie dice, y más bien ocultan, es que detrás de cada precio se esconde el valor de la fuerza de trabajo (cuyo precio es el salario) y la ganancia de la clase capitalista. La relación entre ambos factores son los que cambian permanentemente y determinan la movilidad de los precios de todas las mercancías que se producen y, con ellas, la representación que todas tienen en las monedas o billetes que circulan.
Esa relación entre los que producimos (proletarios) y los que viven de nuestro trabajo (burgueses) es la puja o lucha de clases que ellos niegan o, en el mejor de los casos, la reconocen y le dan un carácter de permanente e inmodificable. Lo que les importa es que siempre quieren tener la misma relación entre precio de la fuerza de trabajo y ganancia al estilo de: “si gano el 50% y debo aumentar los salarios obligado por las luchas de los trabajadores, aumento los precios de lo que produzco para mantener el 50% de ganancias, entonces le achaco al aumento de salarios la elevación generalizada de los precios. Si el gobierno que me representa debe destinar más dineros a la salud, educación, previsión social, pagos de bonos, letras, títulos de deuda, etc., debo recaudar más de los bolsillos de los trabajadores y el pueblo laborioso a través de los impuestos para disponer de la misma cantidad de dinero estatal que se deben destinar a los negocios, etc.”
Y ésta es una espiral que no tiene fin y se transforma por fuerza de la repetición, en un hecho casi natural y que nada ni nadie puede remediar.
El aumento del dólar es en realidad la baja relativa del salario y de todos los ingresos populares para mantener los márgenes de ganancia deseados por la clase burguesa. El aumento del dólar no es causa sino efecto de esa única razón poderosa esgrimida por la burguesía y, más precisamente, por la burguesía monopolista. De paso diremos que el peso no aumenta, porque con pesos se pagan los salarios. Todas las administraciones gubernamentales surgidas de un proceso electoral burgués, aunque tengan distintas denominaciones políticas, se rindieron, se rinden y se rendirán ante esta imposición.
No hay otra explicación real ni más material… Lo demás es pura mentira y formulismo confuso. No hay espíritu maligno ni fantasma más que la malignidad intrínseca de toda la clase burguesa que, amparada en su poder, sostiene la irracionalidad de un sistema capitalista basado en la explotación sin fin de la fuerza de trabajo y la opresión de las mayorías populares para sostener sus niveles de ganancia.