En menos 48 horas se han consumado dos masacres de aquellas que muestran lo peor del capitalismo. La matanza en una escuela de Sao Paulo, perpetuada por dos jóvenes de 17 y 25 años, donde se llevaron la vida de 8 personas; y la terrible masacre contra dos Mezquitas en Nueva Zelanda, llevada a cabo por un individuo de 28 años portando al menos cinco armas de guerra, contando dentro del arsenal con armas automáticas. La masacre de Nueva Zelanda desnuda con total desparpajo el nivel de putrefacción de este sistema: el hombre transmitió por Facebook y en vivo la matanza, donde ejecutó a 49 personas, rematando a los heridos en el suelo, armado hasta los dientes, y habiendo publicado en internet un manifiesto de 75 páginas donde se autoproclama como verdadero fascista y declara su simpatía por personajes como Hitler o… Trump.
¿Por qué traemos a colación estos escandalosos sucesos que hoy conmocionan a los medios de comunicación burgueses? Porque este tipo de violencia es producto inherente del sistema en que vivimos. De hecho, a medida que se desarrolla el sistema, a medida que se desarrolla el mercado interno de un país determinado (Estados Unidos, Brasil, Europa) este tipo de masacres civiles se vuelven cada vez más reiterativas.
Como sistema basado en la dominación de una clase sobre otra, el capitalismo reproduce su violencia de clase por miles de hilos conductores, necesita de la violencia para poder mantener dominados a los pueblos del mundo: desde la inseguridad, el narcotráfico y la trata de personas, que son productos inmediatos de la impunidad policial y la represión en las barriadas; desde el fascismo que viven los obreros en las fábricas, donde el sindicato viene a cumplir el rol de policía en la propia línea de producción; desde la impunidad con que la justicia trata los casos de femicidios reproduciendo a escala domestica la dominación del hombre por el hombre; desde la violencia cotidiana que ejerce el sistema matando de hambre a miles de seres humanos, mientras que el 1% de la población mundial se enriquece opulentamente a costa del trabajo ajeno. A todas esas violencias les podemos sumar, desde ya, la que nos transmiten en los medios de comunicación y en videojuegos –cuyos principales consumidores son los jóvenes- del estilo “GTA”, donde el objetivo es matar la mayor cantidad de civiles posibles.
A esas acciones cotidianas, que ya nos parecen imperceptibles, le agregamos la abierta violencia imperialista: los discursos racistas, xenófobos y machistas de los Donald Trump y los Jair Bolsonaro que dan rienda suelta para incrementar estos tipos de violencia en el seno de la sociedad. Las distintas confrontaciones armadas que el imperialismo lleva adelante en distintos lugares del globo, como Siria; o donde coquetean permanentemente con iniciar nuevos focos de guerras interimperialistas, como lo es el caso de Venezuela, donde China, Rusia y Estados Unidos se disputan los recursos de ese país (incluyendo su posición geopolítica).
La dominación ideológica que ejerce el sistema capitalista no se reduce a un puñadito de mentiras, sino que atraviesa toda nuestra vida cotidiana. La violencia del capitalismo no se cuenta solamente por la cantidad de tiros disparados en una confrontación armada, sino que atraviesa nuestra vida cotidiana, la frase “violencia es mentir” (popularizada en una canción de Los Redondos) representa muy bien esta realidad: vivimos rodeados hasta el hartazgo de violencia ejercida desde el sistema y que se manifiesta en diversas formas.
Estos individuos que aparecen –cada vez, con mayor asiduidad- perpetrando matanzas a mansalva, no son una abstracción a la violencia cotidiana que se ejerce sobre los pueblos. Son tan solo una manifestación puntual, exacerbada de fanatismo, extremadamente enajenados, dementes por el nivel en el que la locura del sistema capitalista con su ideología ha penetrado en su aparato psíquico.
No es, en sí, violencia individual, sino violencia colectiva expresada en una acción individual.Y cuanto más se extiende la crisis del capitalismo y su lucha contra el pueblo trabajador, mayor será la violencia del sistema sobre los pueblos, lo que se traducirá, en este caso, en la aparición de nuevas masacres perpetradas por este tipo de dementes que son, en definitiva, producto de este sistema.