El brutal proceso de concentración económica y centralización de capitales que se está produciendo a nivel planetario (y del que –obviamente- nuestro país no está exento) se da en medio de guerras políticas y económicas interimperialistas (mal llamadas “comerciales”), en donde los instrumentos de dominación se ven contagiados por la propia anarquía que generan los mercados.
El desprecio de los pueblos del mundo hacia las instituciones de la burguesía monopolista crece. Por eso, el Estado de los monopolios, su gobierno y todos los amanuenses a su servicio se alinean de uno en fondo con un objetivo: sostener como se pueda y hasta las últimas consecuencias la dominación de la burguesía.
Aceptan que se los “critique” pero no se los puede cuestionar. Y en este sentido los revolucionarios seguiremos planteando que lo que hay que cuestionar es el poder. Y lo que estamos diciendo es ir hasta el fondo en contra las herramientas de esa dominación, sintetizadas en su Estado y sus instituciones. Implica además ir creando las instituciones revolucionarias.
Frente a este planteo suele escucharse que “eso es muy lindo pero irrealizable”. Parecería que hablamos de un futuro incierto y eso no es así. Ni “soñadores” ni “idealistas”: no concebimos las formas de lucha o las formas de organización por fuera de la experiencia del movimiento de masas. Este argumento es habitualmente utilizado por quienes se paran desde reformismo y el populismo.
El proceso revolucionario exige lucha y organización de la clase obrera y el pueblo. Nada se puede inventar por fuera de la experiencia hecha por las masas y mucho menos por fuera del actual desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales que las cobijan.
¿Qué queremos decir con esto? En una frase sintética: que para producir una mercancía cualquiera hay infinitas fuerzas hombre, máquinas, organización para realizarla etc. y ello denota ciertas cualidades de nuestra clase obrera y de la sociedad que son intrínsecas a su práctica, a su disciplina a su orden, etc. En cambio, la expropiación que hacen unos pocos de tamaña riqueza, originada por un pueblo laborioso priva a las mayorías de vivir una vida digna.
Dentro de la resistencia y la lucha extraordinaria que está haciendo nuestro pueblo en defensa de sus derechos políticos y conquistas de todo orden, existen dos caminos bien diferentes que separan lo reformista-populista de lo revolucionario.
Y es aquí en donde toda la ideología de dominación burguesa hace el acento. Un diablo que mete la cola en el pueblo trabajador, con la más alta actitud desfachatada que les da el poder, a introducir –incluso- en la barricada el parlamentarismo burgués, disfrazado de cualquier color o tonalidad.
Estas expresiones que tanto mal hacen al proceso revolucionario, en la barricada son reformistas y populistas para frenar el ímpetu, la organización y la política revolucionaria; y en el parlamento son revolucionaristas. Subestiman la lucha del pueblo, su experiencia, el crear las instituciones de masas independientes del Estado monopolista, y atacan esa independencia cuando la misma se va constituyendo en un camino revolucionario hacia un nuevo poder, un nuevo Estado que oficialice de hecho el poder popular.la democracia directa y las organizaciones de base, independientes de la tutela burguesa.
Cuando las ideas de la revolución se van materializando en la organización que las propias masas van desarrollando, aparece la independencia política de la clase obrera y el pueblo, y ese ímpetu comienza a no detenerse.
En este camino inicial más directo a la revolución, no hay que subestimar ninguna lucha ideológica entre las masas. El reformismo y el populismo son la avanzada en la defensa del sistema capitalista, son quienes abastecen al poder de “soluciones” para privar al pueblo de un camino directo hacia la toma del poder. Son los “canales aliviadores” del sistema para alejar a la clase obrera de las políticas, metodologías y organizaciones revolucionarias que se van gestando y que tanto se necesitan fortalecer.