Los horrores capitalistas que los “progresistas” ocultan

Algo de esto decíamos ayer en la nota publicada en esta misma página: “Criticar sí, cuestionar no”. Así, abundan los ejemplos de los que proponen “mejorar” un modo de producción que hoy se está propone a nivel mundial llevar el salario a 1 dólar por día.

En un libro presentado en la Feria del Libro, que reúne entrevistas al ex ministro de economía, Axel Kiciloff, el entrevistado afirma ante una de las preguntas: “Algunos escuchan fin del capitalismo y piensan ¡qué lindo! Yo me imagino unos finales del capitalismo que son un horror. Dejalo al capitalismo donde está, tratemos de mejorarlo”.

Vamos a aclarar de entrada que no pretendemos que Kiciloff hable mal del capitalismo ni que se declare en contra del sistema; mucho menos, por supuesto, que luche por el socialismo. Cada uno sabe por lo que lucha y, en el caso de Kiciloff -está de más decir- que él sabe muy bien lo que dice y que no habla por hablar.

Aclarado el punto, vamos a detenernos en un solo párrafo de la declaración. “Yo me imagino unos finales del capitalismo que son un horror”. Como para empezar, digamos que lo que estamos atravesando como civilización humana es el riesgo de que el capitalismo termine con la humanidad misma; así que el horror no sería el final del capitalismo, sino que el modo de producción capitalista está en condiciones de terminar con todos nosotros en la medida que siga adelante con la rapiña, la depredación, las guerras, en las que los directos afectados somos los seres humanos y la naturaleza.

Luego, dado que las reuniones con bizcochitos con los representantes del FMI y los viajes al exterior para reunirse con lo más granado de la oligarquía financiera mundial (donde precisamente Kiciloff va a explicar sobre sus miedos al fin del capitalismo y, por lo tanto, a dejar tranquilos a los capitalistas) parece quitarle tiempo al ex ministro para percibir los horrores cotidianos del capitalismo, vamos a ilustrarlo con alguno de ellos.

Ocho obreros murieron en Vaca Muerta desde que se puso en marcha el nuevo convenio firmado por gobierno, empresa y sindicato para “bajar los costos de explotación”; los dos últimos tal vez podían haberse podido evitar si se hubiera colocado una escalera de evacuación. Asistimos entonces al horror de que es más “barato” para el capital que mueran dos seres humanos antes que gastar en una medida de seguridad tan básica como esa.

No paran de conocerse casos de enfermedades como cáncer, pérdidas de embarazos, malformaciones genéticas, en poblaciones expuestas a la fumigación de los campos de soja, cultivo tan expandido en todos los gobiernos que precedieron al de Macri, incluso el que tuvo a Kiciloff como ministro. El caso más cercano en el tiempo (de los cientos que se denuncian en todo el país) fue en la ciudad de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires; allí un juzgado falló a favor del amparo presentado por vecinos que ven afectadas sus vidas por el veneno que esparcen los aviones fumigadores que, por otra parte, son fallos a los que siempre se le encuentran recursos leguleyos para no respetarse. Hay múltiples casos en el que el desenlace es la muerte misma. De esto horrores tampoco sabe el señor Kicillof.

Producto del ensanchamiento constante de la frontera cultivable, entre 1990 y 2015 se han talado más de 8 millones de hectáreas en nuestro país. Una superficie equivalente a la de Escocia. Esa tala indiscriminada, aquí como en el resto del planeta, ha modificado sensiblemente el ecosistema provocando grandes sequías, lluvias en cantidades nunca conocidas, inundaciones en lugares que antes no se inundaban. Cada inundación se lleva los bienes duramente conseguidos por el pueblo trabajador. Y también se lleva vidas. Para Kiciloff y su clase estos “fenómenos de la naturaleza” son inevitables; es que ahora llueve más que antes, nos dicen. Por supuesto que esto tampoco es un horror para ellos.

La pobreza estructural que el capitalismo provoca hace que cientos de miles de niños en nuestro país padezcan desnutrición infantil crónica; eso también provoca muertes tanto de niños como de sus madres. Y volvemos a decir: la pobreza estructural en la Argentina no la “inventó” este gobierno; desde la restauración de la democracia burguesa esa tendencia no ha parado de crecer, inclusive en el gobierno que integró el ex ministro.

Y ya yendo al fondo del asunto, el sistema que prefiere Kiciloff antes que el horror de su fin está sostenido por la explotación de millones de trabajadores que padecen la esclavitud asalariada. El tener que vender por monedas su fuerza de trabajo para que los capitalistas se apropien de la riqueza que ese trabajo produce.

Por eso, la afirmación del nombrado es lo que la clase dominante naturaliza para sostener el modo de producción capitalista; presentan como normal lo que es esencialmente anormal y profundamente inhumano: Que trabajadores mueran por ir a trabajar, que poblaciones enteras sean envenenadas, sufran pérdidas de lo poco que tienen y mueran por inundaciones evitables y todos los etcéteras que se le quieran sumar a los horrores diarios que el capitalismo provoca.

De esta manera la burguesía monopolista y sus voceros, como Kiciloff, nos mienten diciéndonos que pueden mejorar el capitalismo y se proponen para gobernarnos. Y así se cierra el círculo de la mentira: los que gobiernan son los que nos explotan, mientras nos explotan, y gracias a que nos explotan.

La política de naturalizar los horrores capitalistas se extiende entonces a proponernos como “normal” que votemos propuestas que apuntan a salvar a la burguesía monopolista de su crisis estructural. Pero, claro está, a costa de que millones de seres humanos se rindan ante los horrores que Kiciloff oculta.

Está más que claro por qué no vamos a la cola de ninguna variante burguesa, por más “patriótica” que se presente, dado que luchamos por acabar con los horrores del capitalismo. Que es lo mismo que decir que queremos acabar con la burguesía monopolista como clase dominante.

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