Sobre la candidatura Fernández Fernández

Hay que reconocer que la política burguesa no deja de sorprender. La capacidad de asombro parecería no estar colmada y los ciudadanos vamos formando como “capas” de la misma, que difícilmente se encuentre en otra parte del mundo.

En pocas horas se comenzaron a tejer miles de conjeturas del por qué esta fórmula. Y las especulaciones marcharon al ritmo de lo que los argentinos estamos habituados a vivir bajo el dominio de la oligarquía financiera.

Desde ya que no hubo una sola “información” (ni la puede haber) que ubique esta fórmula como expresión política de ciertos sectores monopolistas que hoy ocupan un puesto en el Estado y que los mismos se vieron afectados en pujas y guerras intestinas de poder y de intereses como pocas veces hemos visto en nuestra historia.

Lo cierto es que para comprender un poco más esta “aparición”, propia de películas de misterios, habría que recorrer la historia política de Alberto Fernández y quizá por allí encontremos respuestas más consistentes.

Este candidato ha sido el “monje negro” de casi todos los gobiernos paridos por la democracia burguesa. Desde muy joven se alistó con el gobierno de Alfonsín y a partir de allí no dejó de estar presente en ninguno de los gobiernos posteriores, salvo algunas excepciones.

Este “señor” se fue acomodando en la reciente historia política como un garante del capital financiero, haciendo sus primeras experiencias en la Superintendencia de Seguros bajo el gobierno de Menem y junto al inefable ministro de Economía Domingo Cavallo. Un candidato que siempre “cayó parado” y que tras bambalinas operó con lo más granado y concentrado del capital financiero.

La presencia de Alberto Fernández tiene el carácter fundamental basado en un interés de clase que no garantizaba la formula con Cristina Fernández a la cabeza; simplemente por el desgaste de un andar errático durante más de una década.

“Un monje negro” necesario con el que intentarán comenzar a dar garantías de gobernabilidad, en una época signada por procesos de concentración y centralización del capital que requiere esa misma consecuencia en el plano eminentemente político.

Lo curioso de esta situación es que para que una fórmula “sorpresiva” conlleve garantías al verdadero poder, la misma habría que haberla amasado en tiempos rigurosos y de acuerdos tácticos y estratégicos.

Pero lo cierto es que las pocas candidaturas que se concretaron hasta ahora (cosa inédita en nuestra historia) son producto del apuro que provoca la lucha de clases. El poder de los monopolios tiene muy claro que, bien abajo en nuestro pueblo, el reclamo por una vida digna no se hace esperar. Y frente a ello, cualquier gobierno que emerja de las próximas elecciones tiene asimilado que ese es el gran problema a resolver. Ya no bastan frases hechas para “acarrear” a la población.

Populismo y neoliberalismo son capitalismo, se lo disfrace como se lo disfrace. Y esta fórmula (si hablamos de las verdaderas clases en pugna) expresa un intento más para conciliar intereses irreconciliables.

Esta fórmula es producto de esa crisis política estructural de los de arriba, de la clase dominante. Que ha sido incapaz de preparar a sus “huestes” con anticipación, que saben y tienen bien asimilado que existen hechos políticos cotidianos que se llevan puestos los planes de laboratorio, “pensados” en los “despachos más concentrados”.  Y que la lucha de clases, se exprese como se exprese, se los desvanece transitando un camino que lleva años de recorrido. Las mismas caras de siempre, las mismas estructuras que buscan rejuvenecerse buscando fórmulas o utilizando “cremas” para ello.

La “magia” no es amiga de la lucha de clases. Una y otra fórmula que se presente deberá pasar aún por el filtro de los meses que faltan para un octubre aún muy lejano. El dolor que se vive en cada hogar de nuestro pueblo no puede esperar esa eternidad. Y mucho menos para volver a escuchar, (gane quien gane en las urnas) el cuento de la herencia recibida. Aprovechar ese tiempo de espera para volver a hacer un ajuste de cuentas contra los intereses populares, sería un intento temerario.

Sabemos que “los vientos” del abajo aún no son huracanados. La ausencia de una propuesta de salida revolucionaria a esta situación es extremadamente débil. Pero de allí a pensar que la ola autoconvocada, la práctica de democracia directa que está ganando el sentimiento de la acción práctica de lucha de nuestro pueblo no está pesando, es un error.

Son las bases de lo nuevo que lucha por establecerse. Y en ese largo proceso por consolidarse, los revolucionarios persistiremos una y otra vez en poner en primer plano la Democracia Directa contra esta Democracia “Representativa”, que nos quiere sorprender con fórmulas que –en realidad- son producto de sus propias crisis políticas.

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