En épocas de podredumbre electoral como la que nos está haciendo transitar la burguesía, es comprensible que cueste detenerse en cualquier otra “cosa política” que no sean fórmulas, especulaciones, pases de facturas, cambios de caballo al medio del río, etc.
Sin embargo, los revolucionarios tenemos la obligación de no perder el horizonte que marca la lucha de clases y el verdadero termómetro de lo que ocurre desde las bases de nuestra sociedad.
La sensación es que es imposible que no se avecinen nuevas conmociones sociales, producto de lo mal que estamos viviendo y de la oscuridad temeraria que nos depara el futuro, en manos de todo este lumpenaje “dirigente”, que lo único que hace es pelear por ver quién representa mejor a tal o cual sector de los monopolios.
La oligarquía financiera se ha adueñado del Estado en base a la explotación, la dominación, la opresión, la represión y el engaño. Esto no lo tenemos que perder nunca de vista, así como que para enfrentarlo en su esencia debemos fortalecer un nuevo poder.
Ahora bien: ¿cuál es poder que se avecina en forma y con tenido?
El proyecto revolucionario se basa en el papel de la clase obrera, por su historia, su espíritu y su posición central en la sociedad industrial. Pero en política esto no alcanza. Las formas y esencia de ese nuevo poder no nacen de un grupo de iluminados, ni de científicos sociales y políticos de “izquierda” que precisarán el rumbo, los modos y contenidos del movimiento hacia la Revolución.
No. La respuesta la encontraremos en los fenómenos políticos y sociales que ha venido desarrollando el movimiento de masas en nuestro país durante los últimos 30 años y de los cuales hemos sido partícipes como parte de esos millones de hombres y mujeres que -hartos de tanta ignominia-, han salido a buscar a sus iguales para recuperar la dignidad y emprender el camino de la búsqueda de una salida a las calamidades que caen sobre las espaldas de toda la sociedad.
La respuesta nace desde las mismas entrañas de la lucha de clases, desde la misma lucha política y social de la clase obrera, las masas trabajadoras y el pueblo todo, en su camino por resolver, en la práctica, la lucha por las demandas económicas, políticas y sociales.
Desde esa experiencia política que hicimos en la democracia burguesa, vimos cómo la institución del Estado, gobierno, parlamento y justicia, junto con las llamadas “organizaciones intermedias”, sindicatos, etc. han sido corrompidos y cooptadas por el dinero y el poder dominante, y todos han terminado trabajando o haciéndole el juego sin desparpajo, contra los intereses del pueblo trabajador.
Comprendimos en este largo camino de aprendizaje, que las instituciones de la burguesía no sirven para resolver ninguna de las reivindicaciones y aspiraciones políticas sociales del conjunto de los trabajadores. Por eso se ha desarrollado la autoconvocatoria y posteriormente la democracia directa. Con sus primeros pasos en los años noventa, se ha venido extendiendo en todo el territorio, convirtiéndose en la forma más genuina de participación política, que han hecho retroceder en más de un caso los planes de la burguesía, golpeándola duramente en el terreno político.
Autoconvocaroria y democracia directa son mala palabra para los políticos del sistema burgués, abarcando todo su arco, desde la derecha a la izquierda. No sorprende que politólogos, filósofos, iglesia o popes de los medios, ataquen estas experiencias tildándolas de antidemocráticsa. Hasta hubo cuerpos gerenciales de grandes empresas bajando a las asambleas para plantear a los trabajadores que “eso de la autocovocatoria no va… bueno o malo los sindicatos son el camino”. Su principal preocupación se expresa en la patética frase: “no puede ser que no respondan a nadie”, que no es otra cosa que: “no tenemos a nadie a quien comprar”.
El pueblo movilizado (aunque no lo vea aun conscientemente) desde la práctica ha sido capaz de empezar a elaborar la negación del sistema burgués de representación, ha cuestionado en su forma y esencia a todo el sistema de dominación de la burguesía, y ha empezado a marcar el camino por dónde podemos empezar a ser más fuertes y dejar de ver a nuestro enemigo de clase más grande o más fuerte de lo que en realidad está en este momento.
Esas bases embrionarias del futuro poder revolucionario ocupan un espacio principal en los temas a desarrollar, organizar y resolver para el partido revolucionario. Acrecienta nuestras responsabilidades, y esa intervención es trascendental.
Porque dotar a este mosaico de experiencias genuinas desde las bases del proyecto revolucionario y de la táctica política del proletariado, será lo único capaz de unificar, por encima de los intereses sectoriales, a estas verdaderas fuerzas motrices revolucionaras contemporáneas y conducirlas hacia la Revolución.