En las PASO de agosto se van a gastar casi 4.500 millones de pesos; en teoría esas elecciones son para decidir en internas los candidatos de cada partido o frente electoral, pero el caso es que todos los sectores que se presentan ya “dirimieron” las candidaturas entre conciliábulos de toma y daca. Los mismos medios burgueses ya definen esa elección como la gran encuesta nacional. Pagada, como todo lo que hace la burguesía monopolista, por el conjunto del pueblo explotado y oprimido.
Más cáscara vacía no puede ser presentada la democracia burguesa.
Ya hace mucho tiempo que cada elección presidencial significa votar para que otro no gane. Esto es así y es reconocido por cualquier ciudadano o ciudadana al que se le consulte. Podríamos afirmar que luego de la elección de 1989, que ganó Menem con el discurso del salariazo y la revolución productiva, votar por tal o cual no contiene expectativa ninguna por lo que haga quien se vota.
Esta característica singular del proceso electoral en la Argentina es parte de la crisis política estructural que la clase dominante atraviesa en nuestro país. Al mismo tiempo evidencia que las amplias masas populares no cuentan con proyecto propio, debilidad que debemos asumir los revolucionarios a la hora de caracterizar el proceso de la lucha de clases.
La otra singularidad del proceso electoral es que todos los candidatos prometen ventura al mismo tiempo que advierten de lo duro que será gobernar. Semejante nivel de esquizofrenia también es factor de desconfianza por parte de la población.
Pero, en definitiva, esos son los problemas de la burguesía.
Los problemas de la revolución y de los revolucionarios son, justamente, cómo canalizar esa desconfianza y falta de expectativas en las instituciones del sistema hacia un proyecto político de cambio revolucionario que sea construido por las masas mismas, rompiendo con las concepciones de representación burguesa para abrazar el camino de la representación directa, de la democracia verdadera.
Este aspecto político ideológico de las tareas del momento, es esencial de entender a la hora de fijar las tácticas que apunten a una acumulación en el sentido revolucionario, en el sentido de ruptura con lo establecido para construir las herramientas que materialicen la independencia política de la clase obrera y el pueblo.
Este complejo proceso, en el que las ideas de la revolución disputan en total inferioridad de medios y recursos con las ideas de la clase dominante, debemos abordarlo entendiendo (y actuando en consecuencia) de que las ideas revolucionarias son para todo el pueblo, deben estar dirigidas a la gran masa explotada y oprimida por el sistema capitalista. En ese sentido, la propaganda revolucionaria debe ser constante, perseverante, concreta, abarcadora de todos los problemas que atraviesan a la población desde los posicionamientos políticos con las ideas y las propuestas de la revolución. En paralelo con estas tareas está la de dotar a la clase de vanguardia, la clase obrera, de las ideas comunistas que le permitan identificarse como una clase para sí que tiene en sus manos la posibilidad concreta de enarbolar y sostener un proyecto para el resto de las capas populares, ante el vacío que deja la falta de proyectos que generen entusiasmo y expectativa por parte de la clase burguesa.
Ese vacío político existente, en realidad, siempre será ocupado por tal o cual fracción de la clase dominante mientras no exista materialmente la propuesta de la clase revolucionaria. Este problema, lejos de ser un problema teórico, es un problema eminentemente práctico que se nos presenta por delante a los revolucionarios. Podemos incluso, sin temor a equivocarnos, prever una agudización de la lucha de clases luego de las elecciones cuando la facción que resulte triunfante privilegie los intereses monopolistas por sobre el de las mayorías. Pero debemos bregar para que ese nuevo proceso encuentre a la clase obrera en mejores condiciones de llevar adelante la lucha económica y, principalmente, la contienda política contra el enemigo principal, en el camino de disputar la dirección política de las más amplias capas de la sociedad.
Es este un proceso en el que el partido revolucionario no puede ni debe sustituir a la clase obrera; son los propios obreros con sus propias organizaciones los que deben protagonizar y llevar adelante esas tareas. Pero al mismo tiempo, la clase obrera no podrá erigirse como clase revolucionaria efectiva si no cuenta con las ideas de la revolución que guíen su recorrido; y esas ideas debe aportarlas el partido revolucionario.
Por lo que reiteramos que es un problema eminentemente práctico, que requiere poner manos a la obra más allá de coyunturas electorales o de situaciones de lucha.
Hay que poner las bases sobre las que se pueda erigir el proyecto revolucionario desde la clase de vanguardia; bases que serán fundamentales para avanzar en cantidad y calidad en la lucha de clases por un camino de revolución social.