El engaño de la democracia burguesa y la revolución que necesitamos

En todas las épocas, la burguesía siempre se las ha ingeniado para ocultar, disfrazar, cubrir o disimular que es una clase dominante. En definitiva, lo que constantemente intenta es tapar la existencia de la lucha de clases y el sometimiento que realiza sobre las demás clases. Para ello echa mano a la ideología a través de la educación, las costumbres, la propaganda, los medios de comunicación a su servicio; la justicia, las leyes, el Estado, la libertad, la democracia, son términos a los que se les imprime un carácter “absoluto” y “universal”, despojado de toda connotación de clase y, por lo tanto, despojándolas de su verdadero significado.

Porque, si la justicia es igualitaria, ¿por qué siempre van presos los pobres y nunca los poderosos?; ¿gozan de la misma libertad y oportunidades los niños que nacen desnutridos o que mueren por causas evitables?; ¿el Estado es “neutral” cuando todas las políticas que lleva adelante tienen como efecto, sin diferenciar los gobiernos de turno, cada vez menos ricos más ricos y cada vez más pobreza y marginación extendida en toda la sociedad?

¿Se puede hablar de democracia cuando los gobernantes dicen una cosa en la campaña electoral y, una vez en el gobierno, hacen exactamente lo contrario?

Lo que tenemos que hacer los pueblos es poner la lupa sobre la democracia que la burguesía dice que es y la que realmente es. Antes de la existencia del Estado, el término democracia no existía. Aparece para definir la forma de gobierno adoptada en la antigua Grecia. Ya en esa época, el ejercicio de la democracia estaba limitado a una parte de la sociedad y dejaba afuera a los esclavos.

La democracia, tal y como hoy la conocemos, se instaura definitivamente con las revoluciones burguesas del siglo XVIII. Si pensamos que la democracia reemplazaba regímenes como la monarquía, en la que el rey era el representante de Dios sobre la tierra, sin dudas que reflejaba un avance revolucionario en la forma de gobierno. Pero así como toda forma de gobierno anterior materializaba el dominio de una clase sobre otra (los esclavistas sobre los esclavos, los señores feudales sobre los siervos), la democracia instauraba el dominio de la burguesía sobre el resto de la sociedad.

No existió ni existe una democracia pura y a secas; siempre estuvo y está determinada por la sociedad dividida en clases. Y la sociedad de clases supone la dictadura de una clase que domina sobre el conjunto de las clases dominadas. Y llámese democracia o como quiera llamársela, toda forma de gobierno que encierre explotación de una clase sobre otras es una dictadura.

La democracia burguesa instituye que el pueblo, “libremente”, elija cada tantos años a quiénes confiar los destinos del país. Es decir, que unos pocos gobiernan y el resto nos limitamos a ser gobernados; o dicho con más precisión: unos pocos dominan y el resto debemos resignarnos a ser dominados. Y si no nos gusta cómo nos dominan, tenemos la posibilidad de “elegir” a otros en la próxima oportunidad.

Este es el verdadero carácter y la esencia de la democracia burguesa y por eso se la presenta como absoluta, pues los pueblos que intenten “romper el molde” establecido, se convierten en enemigos de la democracia, léase enemigos de la dominación burguesa.

Nuestro país, como el resto de los países de Latinoamérica, estuvo atado a la alternancia de gobiernos civiles y gobiernos militares a los que echaba mano la burguesía según las necesidades y las posibilidades de llevar adelante su dominio. Hoy, después de experimentar más de tres décadas ininterrumpidas de democracia burguesa, nuestro pueblo ha arribado a algunas conclusiones por las cuales existe y se consolida una tendencia histórica que cuestiona, en los hechos, los límites objetivos de la democracia de la burguesía.

Generaciones enteras hemos vivido en carne propia la frustración y el desengaño de estas experiencias; hemos aprendido en la práctica social a entender el meollo de la democracia de la que tanto se habla.

De las entrañas mismas de ese proceso histórico surgió, se desarrolló y se consolidó, el ejercicio de la autoconvocatoria y la democracia directa. Y no se trata sólo de la forma que el movimiento de masas encontró para resolver la falta de representatividad en la democracia, sino también, y fundamentalmente, es la forma para comenzar a materializar la ruptura con ella y a construir una democracia verdadera de mayorías.

La burguesía sabe que esto es así. A pesar de la gran ayuda que le brindan sus alcahuetes mediáticos y los reformistas siempre dispuestos a servirle, el reloj de la Historia va en contra de sus ambiciones y a favor de los intereses del cambio, de la revolución que nace.

Por más que les moleste o lo presenten como «anacrónico», eso es lo que debemos impulsar, fogonear, fortalecer y afianzar, para seguir consolidando las fuerzas en la lucha por el poder. Nuestra lucha es profundamente democrática, pero lo que no puede haber son falsas concepciones que quieran separar la democracia del carácter de clase de la misma ni del proceso de lucha de clases.

Con la revolución, se intensificará y se generalizará la democracia que actualmente se está dando en las luchas, expresando la democracia directa que se están dando las masas, ejerceremos una democracia de mayorías, en contenido y en forma. Pero al mismo tiempo ejerceremos la dominación y por tanto la dictadura sobre la ínfima minoría que no quiera que la revolución avance, pues en ello va su desaparición como clase explotadora.

Todo lo que apunte a discursear sobre la actual democracia como única forma de gobierno o que en su profundización está la solución de los problemas, lo que busca es seguir teniendo engañado al pueblo, es presentar como la panacea la gran mentira que las mayorías gobiernan a través de sus representantes.

Una revolución implica a las mayorías en las cuestiones de gobierno para la construcción de una nueva sociedad. Se acaban los políticos profesionales, pues todo el pueblo hará política; se acaba lo de elegir cada tantos años, sin posibilidad de revocar mandatos cuando las mayorías lo exijan; se acaban los lujos y los sueldos insultantes de los funcionarios; desaparecen las campañas proselitistas donde se gastan millones en publicidad. En una palabra: se acaba la política para pocos, ya que la política y los asuntos de gobierno serán de incumbencia y actuación directa del pueblo. De otra forma no hay revolución.

Compartí este artículo