La caída de la dictadura fue precedida por innumerables procesos de acumulación en distintos terrenos, fueron años complejos en donde la clase obrera fue encontrando cauces para expresarse.
El temor a la desaparición física, a la cárcel, al despido, a ser un paria más de una sociedad acosada por el terrorismo de Estado no fue motivo suficiente para declarar oficialmente una clase obrera y un pueblo derrotado.
Es muy cierto que los pasos atrás fueron notables. Había que “esconder la cabeza” para no ser golpeado y caminar por andariveles marcados con límites muy estrictos. Pero la clase obrera siguió su marcha, caminó, se expresó y puso nuevamente el cuerpo de una sociedad que ya por ese entonces ampliaba su sed democrática por todos los poros.
La llegada de la democracia burguesa y la caída de la dictadura por la presencia de la clase obrera y el pueblo que ya había ganado las calles, obligaba al poder del Estado burgués a encontrar los caminos de dominación en una nueva etapa de nuestra historia de la lucha de clases.
Varias décadas de democracia burguesa no pasaron en vano para nuestro pueblo. De la mejor forma de dominación que tiene el poder burgués (que es el engaño) y que -a falta de una propuesta y proyecto revolucionario por aquellos años- supieron adueñarse de lo que conquistó el pueblo. Y gobierno tras gobierno utilizaron las instituciones en favor del capital monopolista y de los sectores más concentrados y centralizados de ese capital.
Desde esa larga experiencia acumulada en años, la expectativa de nuestra clase obrera y de nuestro pueblo ante los proyectos burgueses que se expresarán en éstas próximas elecciones, no despierta la expectativa que se requiere y se necesita para acelerar los procesos de centralización política requeridos para dominar y domesticar a un pueblo como el nuestro. La burguesía monopolista requiere que sus políticas tiendan a una dominación despejada de problemas que emergen de la lucha de clases.
De aquellos años “de oro” de establecer la democracia burguesa con movilizaciones de más de un millón de personas en las calles para dirimir el voto, damos una vuelta de página y esos millones aparecen ensombrecidos en su expectativa. Es muy cierto, mucha gente va a ir a votar, va a cumplir con el acto electoral, seguirá la tendencia de votar por el mal menor. Pero a tener en claro que el poder burgués en todas sus manifestaciones ha tenido un solo logro: frenar todo intento de movilización para lograr cumplir con ese acto miserable de optar por quien nos va a someter otro período de su gobernabilidad.
No se vive en las calles la euforia de otrora, no se quiere seguir viviendo en la decadencia que nos ha presentado reiteradamente el sistema, pero está pesando el no saber a dónde ir.
No es un fenómeno nuevo, aunque se presente de otra forma. El ir a votar por quien una parte de la población considere que es el mal menor no disminuye el valor de un grado de conciencia mayoritario. Que así las cosas no pueden seguir, no hay un pueblo en la calle que defienda un proyecto burgués, que lo defienda con su vida.
Hay desazón como en otras etapas de la lucha de clases, pero con un agregado importante: hay plena decisión luchar por los derechos políticos adquiridos y eso es y será una lucha cuerpo a cuerpo. Ese será el escenario y es ese camino el que -antes y después de las elecciones de octubre- deberemos contemplar.
Hay y habrá luchas en esa dirección. Unas se ganarán, otras se perderán, pero los revolucionarios deberemos alentar a que las mismas se extiendan en la profundidad de nuestro pueblo, que esos derechos políticos se conquistan en el cuerpo a cuerpo y desde allí generalizar la bronca y la protesta.
Miles de organizaciones de base de todo tipo y en todos los terrenos ejercen una resistencia social al sistema de opresión. No hay un pueblo que sueñe movilizado con las soluciones de arriba, no es lo determinante. Pero sí hay un pueblo que no espera el momento a golpear, golpea como puede, como lo siente. No cuenta aún con un proyecto pero sabe que tiene que golpear con lo que tiene a su alcance. No es poco, pero también es una advertencia a los revolucionarios, a que ese espacio político hay que ocuparlo con un lenguaje político claro y frontal y haciendo gala de la importancia de politizar la democracia directa, que en la mayoría de los casos se ejerce sin saber hacia dónde acumula.
No reemplazar al pueblo de su experiencia en esa dirección sino trabajar en la conciencia política, en la organización con acciones que eleven un peldaño una concepción de poder basada en las fuerzas propias que se gestan al calor de la actual lucha de clases.
La democracia burguesa es un freno a la lucha por los derechos políticos de nuestro pueblo, pero no es más que eso, un freno. Se trata entonces que desde cada lugar vayamos rompiendo los muros que impone el poder del Estado y sus instituciones, castigarlos donde se pueda, resistirlos, organizarse en otro escalón y volver a castigar, usar toda la experiencia ya transmitida de la memoria colectiva adquirida e ir profundizando lo nuevo del enfrentamiento en estas condiciones de dificultad.
Esquivar el golpe y a la vez golpear en todo terreno. Habrá lugares en donde prima el miedo al despido… golpear esquivando el golpe; habrá lugares en donde la disposición es la denuncia, habrá que hacerla… En otros, la movilización se expresa con nuevas experiencias, habrá que hacerlas.
Pero en todo caso, el denominador común es que esas fuerzas en gestación se dirijan hacia el torrente del cambio revolucionario y al fortalecimiento del partido revolucionario.
Cambios que hoy -en lo sustancial- pasan por el desarrollo del poder local, se exprese como se exprese. Y avalado por la experiencia adquirida de nuestro propio pueblo.