Cuando todavía el humo por los incendios en el Amazonas sigue inundando vastas regiones de nuestro continente, bien vale preguntarse por qué los opinadores seriales al servicio de la burguesía y al frente de los medios de desinformación masiva insisten en que estos sucesos son “catástrofes naturales”, como si todas las causas trágicas en el mundo producidas por agentes climáticos fueran por causa natural. Y frente a ello no hay solución, nada se puede hacer… nos dicen.
No hay nada de natural en ello, aunque sí bastante de catástrofe. En nuestro país, por ejemplo, a lucha de pueblos enteros contra la megaminería cuestiona los intereses de la explotación de las multinacionales sobre nuestros intereses, y puso al descubierto una de las principales causas de destrucción de la humanidad. Todo ello a partir del propio modo de producción capitalista.
¿Puede ser éste “controlado y responsable”, a partir de un “capitalismo bueno que considere no dañar la naturaleza y no perjudicar a la población”? A esta altura, esa idea es tan falsa como inviable. Porque sobre la base del ejemplo que ponemos (la minería) se desarrollan todas las ramas productivas de este sistema, que inevitablemente llevan a causar daños irreversibles no solo en la naturaleza, sino en toda la humanidad.
El capitalismo se caracteriza por llevar adelante una producción de carácter anárquica, donde la apropiación privada de los medios de producción y por ende de la ganancia, se da en medio de una feroz disputa intermonopólica a nivel mundial bajo una lógica de concentración de capitales, donde los peces más grandes se comen a los más chicos.
En este marco se desarrolla la actividad productiva en nuestro país. Las ramas productivas, no tienen como objetivo satisfacer las necesidades de la población, sino en la obtención de beneficios en manos privadas, a través de la obtención tanto de recursos naturales como de una mayor superexplotación de la mano de obra.
La producción en el capitalismo, no sólo lleva a los desastres económicos que tanto conocemos, sino que también produce un irremediable descalabro en la naturaleza. Los tiempos en los que se desarrolla la voraz maquinaria de producción industrial en el mundo, ataca directamente a la naturaleza, impidiendo que se desarrolle de forma normal.
La minería, por ejemplo, para la extracción de oro y plata utiliza 9 toneladas de explosivos para voladuras de montañas, para separar el metal de la roca se utilizan 10 toneladas de cianuro por día y 300 mil metros cúbicos de agua potable por día; donde luego, esa agua contaminada, se deposita en piletones, que por decantación termina contaminando otros millones y millones de litros de agua.
Al ritmo que se desarrolla la naturalidad de la vorágine capitalista, se destruye la naturalidad de la tierra y el ser humano.
Los tiempos que necesita la naturaleza para su normal reproducción son absorbidos por la desidia de la oligarquía financiera en el mundo. Centenares de años necesita la tierra para recuperarse de estas secuelas, como ocurre con las talas de árboles para la producción de pasteras de celulosa; la utilización de agro tóxicos para la producción agroindustrial, la producción de soja transgénica, etc. Los impactos de las fumigaciones, el desmonte, el desplazamiento de campesinos, la falta de alimentos, las inundaciones y sequías, las nuevas enfermedades, son producto de estos “planes productivos”.
En estos ejemplos esta la verdadera esencia del capitalismo, donde inevitablemente para que un puñado de empresarios adinerados en el mundo reproduzcan y aumenten sus ganancias, destruyen la naturaleza y a la humanidad.
Y como decíamos anteriormente, la producción industrial en el capitalismo no tiene planificación alguna sobre las necesidades de la humanidad.
Se desarrolla en función de las necesidades del mercado capitalista a nivel mundial. Por lo tanto, si el negocio es la producción de biodiesel para el mundo, el estado monopolista en nuestro país “promueve” y empuja a los productores a cosechar soja, sin importar las consecuencias y tampoco sin importar la alimentación de la población.
Así, como cuando el ejército de EEUU destruye poblaciones enteras en sus permanentes invasiones, causando la muerte en su mayoría de civiles indefensos, llamando a esta cobarde acción “daño colateral”. La muerte de millones de personas en el mundo a causa de los fenómenos o catástrofes climáticas producidas por los daños irreversibles a la naturaleza a causa del capitalismo, también podrían verse -según la genocida mirada de la burguesía- como “daños colaterales”.
La lucha de los pueblos es por una vida digna. Sólo la destrucción del capitalismo, a partir de una revolución de la clase obrera y el pueblo, que ponga a disposición todas esas fuerzas productivas en función del bienestar de la humanidad a través de una economía social y planificada, frenará la catástrofe capitalista.