“Ningún país de América latina pone la cantidad impresionante de recursos para los sectores más carenciados que destina este gobierno para la seguridad social”, se queja Pichetto, representante de varios fondos de inversión con intereses en el petróleo y la agroindustria. Es decir, de facciones del capital monopolista.
Sin embargo y mal que le pese, aun con la llamada «ayuda del Estado”, el problema de las carencias y el hambre se ha decuplicado durante la última década, y ha crecido exponencialmente durante los últimos dos años. Esta es una situación que pone en evidencia la agudización de las contradicciones políticas y sociales, en el marco de contradicciones de clase irreconciliables que la burguesía es impotente de contener. Porque una cosa es tratar de contentar las demandas por ayuda alimentaria que reclaman los movimientos sociales, y otra, es tratar de utilizar políticamente esas migajas para disimular la aguda realidad que se vive. Sobrevuela en todo ello la cuestión de la gobernabilidad y el miedo a qué situación se salga de las manos.
“Decir que la gente no come en Argentina es una exageración” afirmó el senador y candidato a vicepresidente, y con esta frase intenta esconder el bulto. O sea, la causa del crecimiento exponencial de las contradicciones y por consecuencia de las expresiones de lucha independiente que van detonando en diferentes lugares de nuestro país.
Para el mundillo de la burguesía monopolista -al que pertenece este señor- todo reclamo de los pueblos es una exageración, exceptuando -claro está- las ganancias que esta clase social acumula y concentra a costa del parasitismo y la explotación de millones de mujeres y hombres que trabajan por salarios que se reducen día tras día, al ritmo de los mazazos devaluatorios, los ajustes y la inflación, que provocan sus políticas de Estado.
El señor Pichetto, que circunscribe las carencias sólo a las expresiones a movilizadas de los movimientos sociales, disimula que este problema lo sufre la inmensa de nuestro pueblo. Son millones de obreros y junto a ellos, asalariaros de todo tipo, trabajadores en negro, trabajadores desocupados que subsisten con changas eventuales, profesionales, pequeños y medianos comerciantes y un creciente número de obreros desocupados y desamparados de todas las profesiones, es decir, la inmensa mayoría de nuestro pueblo, los que hoy que pasan hambre.
Es la amplia mayoría los que se debaten entre pagar un plato de arroz o cargar la sube para viajar a su trabajo por migajas, los que ya no consumen carne, los que llenan la pansa de sus hijos con chizitos aceitosos y grasientos por ser baratos, los que perciben salarios que apenas llegan a 20.000 pesos devaluados y mucho menos también, los que tienen que subsistir y dar “de comer a sus familias”. Sin hablar de la inmensa mayoría de jubilados y pensionados que, sometidos a todos los enroques económicos del actual gobierno de los monopolios, son asfixiados por las condiciones de sometimiento a las que se ven obligados a subsistir.
“Si la situación se acentúa se va a consolidar la estructura de pobreza” nos dice Pichetto, como si la pobreza reinante no fuera un hecho consolidado que crece en proporción a la apropiación de las riquezas que los monopolios concentran en sus manos.
Todo esto choca frontalmente con los altos niveles industriales de producción alimentaria que se desarrollan en nuestro país, niveles que lo colocan entre los primeros cinco países del mundo. Para los monopolios, estos recursos y las ganancias que representan son abundantes en la medida que son apropiados a la inmensa mayoría de los trabajadores o sea a productores reales. Pero al mismo tiempo, son escasos, muy escasos para sus productores reales, a medida que el capital monopolista y los gobiernos a su servicio promueven las políticas en función de sus intereses. En este ejemplo se condensan las políticas generales de toda la burguesía monopolista y las causa por las cuales el crecimiento del hambre y la pobreza brotan de la misma abundancia.
La ecuación es simple y clara, y está a la vista de todos en las condiciones materiales de vida: cuanto menos perciben los obreros y trabajadores en general, más ganan los monopolios; y cuanto más aguda es la concentración en épocas de crisis como la actual, menos son los que comen bien y más los que pasan hambre, más crecen las carencias de todo tipo -entre ellas y como un aspecto fundamental, las alimentarias.
Cuando la agudización de las contradicciones atenta contra las propias condiciones de gobernabilidad sale los representantes del capital monopolista, oficialistas y opositores -ambos de la misma clase- a poner paños fríos para no encender las alarmas frente a sus propios negocios.
Salen a tratar contener este estado de hambre y necesidades urgentes con migajas, porque se la están llevando en pala a costa del empeoramiento de las condiciones de vida.
Frente a todo esto, hagamos de su fiesta un infierno de movilizaciones y luchas, pisotiemos su gobernabilidad con el enfrentamiento y con nuestra dignidad, que solo será efectiva cuando por medio de una revolución expropiemos a los monopolios el fruto de nuestro esfuerzo colectivo que nos fue arrebatado.