En el día de ayer, tomó estado público a través de la viralización de un video (que tuvo como “protagonista” a la diputada nacional Victoria Donda) un hecho en donde ella intervenía frente a la detención de un pibe que estaba vendiendo pañuelos en la calle y era retenido/detenido por la policía por “portación de cara”. Todo esto en el marco de una resolución impulsada por la ministra Bullrich denominada “control ciudadano”, que también incluye el pedido de documentos “al voleo” en el transporte público.
Más allá de los oportunismos políticos y/o electorales, y de todo el debate que los medios burgueses han instalado respecto a si pibes como este tienen o no derecho a recuperarse o si hay que condenarlos “preventivamente” (tema sobre el que ya hemos publicado diversos artículos en esta misma página), nos queremos detener en un dato al que los medios no dieron importancia o –mejor dicho- taparon descaradamente: los trabajadores pobres.
Si bien tenemos muy claro que la clase obrera siempre es pobre, perciba el salario que perciba, en relación a todo lo que podría tener si el fruto de su trabajo no fuese apropiado a través de la plusvalía por parte de los capitalistas, sirve analizar este hecho.
En un reportaje radial, la mamá de este pibe relata una historia de vida conmovedora como tantas otras, contando cómo en los barrios humildes del conurbano, chicos como su hijo caen en la droga con apenas 13 o 14 años, cómo se van de la casa y quedan expuestos a una muerte casi inmediata. Daba cuenta de todo lo que hicieron ellos, esa familia, para salvar y recuperar a su hijo de ese flajelo, y contaba con orgullo que ahora, con 18 años, estaba recuperado y buscando un trabajo firme. Había venido a la Capital Federal a esperar en la puerta de la UOCRA si salía algo, y como no había salido nada ese día, con los 300 pesos que tenía había comprado pañuelos de papel para revender en el centro, ganarse unos pesos y “salvar” el día.
En el mismo reportaje, la mamá cuenta que ella es obrera de la construcción, al igual que su esposo, y que, trabajando 10 horas de lunes a sábado “cada uno cobramos más o menos 15.000 pesos por mes”. Tienen 3 hijos y se la rebuscan como pueden. “Algunos nacen en cuna de oro –dijo-. Nosotros somos pobres, pero tenemos dignidad. Cuidamos a nuestros hijos, a pesar de todos los problemas que tenemos”. Y agregó cuando le preguntaron qué esperaba para su hijo: “que él haga su vida normal como la está haciendo ahora, pero con un trabajo digno, que tenga una obra social, que esté en blanco, que tenga sus aportes. A veces no es todo juzgar, también uno tiene que ver el otro lado”.
Trabajadores pobres. Y sí, como millones en nuestro país. Esa especie de “nueva categoría laboral” que se ha “naturalizado” en nuestra sociedad, análoga a los “working poor» estadounidenses surgidos a finales de los años 80 del siglo XX. Trabajadores pobres.
Un término que para la ideología burguesa debería resultar por lo menos paradójico, ya que tradicionalmente se ha considerado el empleo como el principal escudo frente a la pobreza y la exclusión social. Sin embargo, el actual estado de cosas demuestra que las políticas de los monopolios, con el Estado a su servicio, han profundizado la desigualdad social y económica aplicando fundamentalmente una mayor superexplotación, empujando a cada vez más trabajadores ocupados a esta situación.
Atendiendo a que los números que difunde la burguesía a través de sus estadísticas siempre tienden a estar “dibujados”, según la Encuesta Permanente de Hogares, casi el 30% de los trabajadores ocupados son pobres. Estamos hablando de más de 5 millones de personas, a las que, si se les agregan sus familias, los desocupados y los inactivos en igual situación (como adolescentes y jubilados y pensionados), la cifra asciende a más de 15 millones de personas.
Al deterioro salarial se suma la pérdida de más de 300.000 empleos registrados en el último año, según el Ministerio de Producción y Trabajo, elevando la pobreza entre los que no tienen trabajo. Las definiciones que surgen de los fríos datos estadísticos no lograrán esconder nunca esa cruda realidad en la que se encuentran millones de personas y hogares, producto de las políticas del capital y todos sus administradores y cómplices.
Digan lo que digan, hagan lo que hagan, se disfracen de lo que se disfracen, siempre serán responsables de esta indignidad, que sólo terminará cuando logremos derribar este sistema que siempre pondrá en su centro la ganancia de unos pocos por sobre las necesidades y aspiraciones de las mayorías.