Robert Piketty es un economista francés y es presentado como “especialista en desigualdad económica”. Dicho personaje publicó en el año 2013 un libro llamado “El capital en el siglo XXI”, en el que acomete con el intento de explicar el funcionamiento del capitalismo y en el que describe la desigualdad generada por el sistema.
Tal vez de allí haya adquirido su título de especialista en desigualdad.
Por estos días se ha despachado con una nueva propuesta que combata las inequidades capitalistas. La misma consiste, nada más y nada menos, en cobrarle un impuesto a los multimillonarios para financiar que cada joven a los 25 años cuente con 120.000 euros y así poder iniciar la carrera en el mundo capitalista con un capital, podríamos llamar, ¿originario? Entonces el asunto sería que a quien tenga 1.000 millones de euros se le cobre un impuesto del 90% de su patrimonio; así a ese capitalista le quedarían 100 millones de euros que, según Piketty, le serviría para seguir teniendo “un cierto número de proyectos de vida”.
Así de fácil. Increíble que a nadie se le haya ocurrido antes una idea tan simple para “desconcentrar” el capital.
De utópicos con buenas intenciones está plagada la historia. No afirmamos que Piketty sea bienintencionado; lo que sí afirmamos que sí es un utópico con todas las de la ley. Para reflexionar porque, según los apologistas del sistema en todas sus variantes, los utópicos seríamos los que luchamos por la revolución socialista y la abolición del capitalismo.
La utopía a toda prueba de este personaje no se limita a creer que, graciosamente, con un impuesto los capitalistas permitirán el surgimiento de “nuevos” capitalistas. Más allá del mecanismo lo que es absolutamente idealista es concebir un capitalismo que se “desconcentre”; un capitalismo que volvería a finales del siglo XIX y en el que libre concurrencia de capitalistas fuera el carácter distintivo del sistema.
Precisamente la competencia originó el monopolio pues los capitales menores fueron sucumbiendo a mano de los mayores. Estos últimos fueron concentrando no sólo el capital derrotado sino también la producción de las ramas y, así, sucesivamente en un proceso que aún continúa con la competencia más acentuada entre monopolios.
Por ese solo proceso quedaron en el camino capitalistas y sectores de la burguesía que fueron absorbidos y desplazados de la producción; el paso al capitalismo monopolista significó la fusión del capital industrial y el capital bancario, que dio nacimiento a la oligarquía financiera, la que monopolizó ramas enteras de la economía, justamente, porque la concentración y centralización de capitales determina que las masas de capital más grandes se imponen sobre las más chicas.
Con los monopolios haciéndose de los resortes de los Estados, dando paso al capitalismo monopolista de Estado, ese proceso se intensificó y la libre concurrencia quedó definitivamente sepultada, dando paso a la competencia entre monopolios gigantescos, ya dueños de los Estados. La supervivencia de los capitales concentrados como tales sólo es posible en el marco de una guerra permanente que implica el desplazamiento de otros capitales. Así, la concentración y centralización es un carácter singular del modo de producción en su etapa imperialista. Y la única forma de frenar eso es derrotando al capital monopolista a través de revoluciones socialistas. No inventando fórmulas que intentan volver atrás la historia más de un siglo.
Lo que Piketty promueve no es más que las múltiples maneras que buscan los economistas burgueses para frenar el paso del capitalismo al socialismo. Así se busca dar basamentos económicos a las propuestas de “capitalismos buenos” que vendrían a dejar atrás el proceso de concentración y centralización de capitales. Pero lo que la historia de la humanidad enseña es que el paso de un modo de producción a otro nunca se dio intentando volver hacia atrás sino, por el contrario, luchando para que las fuerzas contenidas por un modo de producción caduco puedan liberarse.
La actualidad marca que los niveles de concentración y centralización de capitales (y, por ende, de la riqueza) son posibles porque al mismo tiempo la socialización de la producción es un proceso que se extiende y seguirá extendiendo pues es una de las premisas para que el capitalismo siga en pie.
Esa socialización pone las bases materiales para luchar por un modo de producción socialista que desplace a las minorías poseedoras y, de ese modo, las riquezas producidas por miles de millones de seres humanos en el planeta sean para la satisfacción y provecho de esas mayorías que todo lo producen.
Para ello hay que superar el modo de producción capitalista con revoluciones sociales y no con absurdas “ideas” que propugnan reeditar un capitalismo muerto y enterrado hace décadas.