Transitamos una época que se caracteriza por que los monopolios se han apoderado de los Estados yendo en búsqueda de mayores ganancias. Compiten con sus mercancías, empujan a miles de millones de seres humanos a salarios humillantes, dilapidan la riqueza que brinda la naturaleza…Esto coloca a la burguesía monopolista como el emblema guerrerista en la historia de las sociedades humanas.
La oligarquía financiera es, en su esencia, guerrerista. La base material para que esto se desarrolle es el sistema capitalista y sus guerras, fundamentalmente, son contra la clase obrera y los pueblos. Hablar hoy de oligarquía financiera y pensar que una facción de la misma puede enarbolar las banderas de la paz mundial es una subestimación a la inteligencia y a la experiencia de los pueblos en el mundo.
Vivimos un inusitado proceso de concentración y centralización de capitales. La crisis capitalista desatada en 1997 fundamentalmente fue política y se expresó en lo económico en forma dramática. Las grandes corporaciones financieras (de las que la gran industria es parte) rescatadas y favorecidas por los Estados que ya son de su propiedad, profundizaron a partir de allí sus vías para intentar frenar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
¿Qué queremos decir con esto? Que en la economía capitalista la ganancia (cualquiera fuese) se extrae de la mano de obra, es decir del trabajador, pero contradictoriamente, la gran masa de dinero que circula en el planeta y en manos concentradas tienen que ir a parar al capital constante. Es decir: a la ciencia y a la técnica aplicada a mayor cantidad de materias primas, insumos y cada vez más sofisticadas máquinas e infraestructura para producir. No pudiendo, de tal manera, resolver la contradicción consistente en que si hay cada vez más máquinas e infraestructura que reducen proporcionalmente el trabajo del hombre, hay menos plusvalía para extraer en relación al capital acumulado. Contradicción insalvable en el capitalismo.
La oligarquía financiera necesita (como agua en el desierto) de guerras que puedan destruir fuerzas productivas, máquinas, mercancías y (sobre todo) poblaciones enteras del planeta. En esta situación, la guerra es un gran negocio para la oligarquía, es la guerra imperialista contra los pueblos y es una decisión política realizarla.
A modo de ejemplo: la industria guerrerista en el mundo es un factor de negocios y, a la vez, de constante quema de fuerzas productivas. Pero si es así ¿qué es lo que frena esa guerra ya declarada contra los pueblos del mundo?
La primera guerra mundial de 1914 y la segunda de 1939 tuvieron un ingrediente fundamental: hubo una base social sobre la cual la burguesía alentó con argumentos populistas y nacionalistas para llevar adelante nuevos repartos del mundo. Para los procesos de concentración económica que se producían se necesitaban nuevas superestructuras políticas que permitiesen ese desarrollo capitalista. Las crisis de superproducción pudieron superarse momentáneamente destruyendo masivas fuerzas productivas, fundamentalmente seres humanos, decenas de millones sacrificados en pos de aquel “capitalismo moderno” y “del sueño americano”.
Hoy frente a esta dramática decisión de “coquetear” con nuevas guerras mundiales (no importa la forma que adopten) existe una inmensa mayoría de la Humanidad que se opone con sus luchas, movilizaciones a los dictámenes de la oligarquía financiera.
La oligarquía no puede llevar adelante su decisión política de guerra mundial porque sabe que la clase obrera y los pueblos del mundo no lo permiten cuando expresan su repudio masivo y movilizado contra todo tipo de injusticias habidas en el sistema capitalista.
No existe hoy una base social capaz de apoyar las guerras imperialistas, aunque sus provocaciones en muchos casos puedan confundir a importantes sectores de las sociedades humanas en el planeta.
Las banderas contra esas guerras imperialistas, que en esencia son contra los pueblos del mundo, son banderas de las grandes mayorías que no pueden ni deben estar en manos de la oligarquía y de los gobiernos con funcionarios a su servicio, que se vistan con ropajes pacifistas pero firman leyes y decretos condenándonos a más guerras para ganar mercados.
Nos quieren llevar a la idea de guerras culturales, de guerras geográficas, de guerras religiosas, de guerras de todo tipo… Pero los revolucionarios tenemos que asimilar lo que la experiencia ha indicado: la única guerra que nos han declarado es una guerra imperialista y es a esa guerra que, por todos los medios a los alcances de la clase obrera y los pueblos, deberemos responder con la consigna de paz mundial.
Los revolucionarios sostenemos que la oligarquía financiera encubre la verdadera guerra de clases que, a medida que la misma se va agudizando en todos los planos y a favor de las grandes mayorías del planeta, sus intentos por sostenerse en la dominación los lleva a más ferocidad. Esa ferocidad se frena y se combate con la plena lucha y movilización por los más supremos intereses de la humanidad.