En uno de sus últimos reportajes concedidos, el presidente afirmó que “es necesario desindexar la economía. La cláusula gatillo es una forma de indexación”. Anteriormente había solicitado no realizar pedidos “desmedidos” de aumento salarial, lo cual el gobierno ratificó al decretar un aumento de $ 4.000 en dos cuotas, a cuenta de futuras paritarias; en realidad un “medido” adelanto de nuestro propio salario.
La burguesía monopolista, con el presidente Fernández a la cabeza, reinstala el discurso de que el salario genera la inflación. Un acto más del denominado pacto social que, con la siempre inestimable colaboración de los jerarcas sindicales, viene a institucionalizar lo que durante el gobierno macrista se realizó de hecho, ya que con el gobierno anterior los ingresos trabajadores, aun con los aumentos pactados en paritarias, perdieron por goleada contra la escalada de precios.
Se ratifica así que la política de los monopolios hace el centro en la baja de salarios y jubilaciones. No sólo para bajar la inflación sino, y fundamentalmente, para adecuar la economía argentina a las necesidades del capital trasnacional y la competencia intermonopolista a escala mundial.
En todos los demás aspectos de la política los monopolios hacen y harán las concesiones que sean necesarias para seguir pintando al gobierno con la pátina progresista. Pero en lo fundamental, que es la disputa por las ganancias y el reparto de la torta, toda la estrategia apunta a que los ingresos de los que trabajan “hagan su aporte solidario” para capear la crisis; la crisis del capital, por supuesto.
Otra forma de atacar al salario que está poniendo en práctica el capital monopolista es ajustar por el lado de las condiciones de trabajo. Una flexibilización de hecho que apunta a aumentar ritmos de producción, achicar los tiempos de descanso, intentar aplicar mayores controles que limiten los llamados “tiempos muertos” simultáneamente a profundizar el disciplinamiento de los trabajadores. Todo ello, también, con la siempre generosa colaboración de los jerarcas que se autotitulan dirigentes sindicales, siempre al servicio de las necesidades del capital.
Debemos tener muy claro que es esta una política de toda la clase burguesa en su conjunto; que más allá de cómo puedan implementarla en lo concreto, los cañones apuntan a seguir cercenando los derechos económicos y políticos del pueblo trabajador para seguir sosteniendo sus altas tasas de ganancia.
Por lo tanto, es indispensable asumir el papel de clase del conjunto del proletariado para enfrentar las políticas de la clase dominante y sus lacayos. Debemos tomar en nuestras manos una política independiente de sus objetivos y que defienda las conquistas, derechos y reivindicaciones propias de los proletarios desde las organizaciones de base que hay que seguir impulsando con mucha fuerza y convicción.
La confianza debemos depositarla en nuestras propias fuerzas como trabajadores. No creer en sus discursos de crisis y de esfuerzo que apuntan a que sigamos relegando nuestras reivindicaciones.
La lucha y la organización tendrán que transitar caminos escarpados dado que hay que sacarse de encima la losa que representan las organizaciones sindicales al servicio de los monopolios. Es una tarea simultánea la que hay que emprender para poder enfrentar las políticas de la burguesía monopolista, que incluyen el control y el disciplinamiento de los trabajadores por parte de dichas organizaciones.
Debemos enmarcar la lucha por el salario y las condiciones de trabajo en una lucha más general que significa organizar nuestras fuerzas desde nuestros intereses, con nuestras metodologías de organización y de acción, conscientes que el enfrentamiento apunta al corazón del plan de los monopolios. De esa manera la fuerza organizada de los trabajadores será un imán para el resto de las demandas populares. Sin intermediarios sino desde el protagonismo de los trabajadores y el pueblo.